Hablando del tiempo
«El olvido, muy posiblemente, sea un recurso fácil para seguir viviendo que, en este caso, no nos convenga utilizar»
A diferencia de lo que sucede en otras lenguas, en la nuestra empleamos la misma palabra para referirnos tanto al tiempo en un sentido meteorológico ... como con el significado de duración de las cosas. Y esto –a veces– hace de la comprensión y el uso del concepto de tiempo algo tan complejo que escribió Julio Caro Baroja al respecto: «Las gentes, por lo común, se han contentado con considerarlo como una sustancia que se mide o como una figura mitológica». Mito, estado atmosférico o realidad física, el tiempo –en ocasiones– parece circular. Como debieron de pensar los antiguos que era. No lineal. No con ese horizonte de progreso que creían los pensadores de la Ilustración que tenía y que aguardaría a toda la humanidad. No con un principio y un fin determinados como le supusieron las profecías más apocalípticas a cada cambio de milenio.
Si se leen las noticias de esta semana (y las comparamos con las de hace años) muy bien podríamos concluir que el tiempo aparenta ser –a menudo– igual a sí mismo: el viejo debate sobre el lobo y su conservacionismo (con las últimas y tristes nuevas sobre las ovejas matadas por él); los heridos en algún accidente de tráfico (desgracia tan corriente que se diría que nos hemos habituado a ella); las reclamaciones al gobierno desde las instituciones regionales y provinciales; o, por el contrario, las denuncias de la oposición a la Junta; los congresos y problemas internos de los partidos… Y, al fin, el frío o la nieve, algo también cíclico, pero que –al menos– supone un tipo de alteración identificable en relación con el periodo inmediatamente anterior, señalando que algo avanza y se transforma con el paso de las estaciones; árboles sin hojas, vientos, nieblas, tormentas, puertos de montaña ya cerrados en tierras leonesas…
Eso sí, alguna extravagante información de las que rozan el absurdo rompe la cadena de coincidencias y reiteraciones, el hastío de una vida sin apenas acontecimientos reseñables. Así, el concejal de urbanismo de Segovia, tras electrocutarse un pobre perro en una farola, ha declarado que ésta «no funcionó tecnológicamente bien». Sólo hubiera faltado que el funcionamiento fuera el correcto y el animal resultara igualmente muerto. Las páginas con frecuencia tan surrealistas de sucesos. La realidad delirante de nuestras existencias cotidianas. El tiempo del periodismo, tan leve, tan ágil, tan fugaz que se escapa entre los dedos de las horas. Como un pájaro que volara apresuradamente para que no lo sorprenda la oscuridad de la noche. Un tiempo que se mide por breves titulares y grandes noticias. El tiempo justo de leer y escribir a contrarreloj para el día siguiente. Mientras desaparecen los quiscos que vendían la prensa en cualquier plaza y esquina. Se los terminó de llevar la pandemia.
Pues ésta sí que ha constituido un cambio brutal que, durante un año y medio, lo ha trastornado todo. El correr de los cursos –para estudiantes y docentes–, o el día que se empezó a trabajar en este o aquel empleo y la fecha en que tuvo que dejarse, marcan la trayectoria de cada cuál y sirven de referencia cronológica. Pero la pandemia va -probablemente- a convertirse en ese hecho que parte el tiempo en dos, que indica un antes y un después. Porque, por lo demás, los días parecen transcurrir –en amplias épocas de la vida– como si nada ocurriera. Hasta que el azar o el destino (en forma de enfermedad, de guerra o de volcán) da un manotazo a nuestros sueños y expectativas: un golpe en el tablero de la fatalidad.
Sin embargo, pertenecemos a unas generaciones que –con un poco de suerte– viviremos bastante más que las que nos precedieron. Habrá tiempo, por lo tanto, para recordar y también para olvidar. Si bien el olvido, muy posiblemente, sea un recurso fácil para seguir viviendo que, en este caso, no nos convenga utilizar. Habremos de dejar atrás la pesadilla vivida; aprendiendo de la fragilidad que el pretendido orden en que vivíamos nos ha revelado. Y, para sacar esa buena enseñanza, únicamente hay un camino: esforzarnos por mejorar lo que ha fallado, exigir a nuestros políticos que velen para que errores semejantes no lleguen a repetirse.
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