Guerra santa contra las fuerzas del mal
«La iglesia ortodoxa y la televisión oficial forman la primera línea de propaganda de los planes imperiales de Putin, y el patriarca Kirill es uno de sus aliados incondicionales»
En junio del año 2020, un año y medio antes de la invasión rusa de Ucrania, el patriarca de Moscú y de todas las Rusias ... Kiril I inauguró la Catedral de las Fuerzas Armadas, un edificio monumental de estilo bizantino levantado en el centro de un parque temático, a sesenta kilómetros al oeste de la capital, que narra con el esplendor de pinturas y mosaicos la gloriosa historia milenaria de esa iglesia oficial del régimen neoestalinista patrocinado por Vladimir Putin. La imagen del presidente ruso y la de su antecesor, el sanguinario dictador soviético Stalin, se muestran allí en un gran icono, cerca de otro que exhibe la inmensa geografía de la Federación rusa, un mapa que recoge ya la anexión de Georgia, Crimea y los otros territorios disputados a Ucrania.
Ante las reticencias que levantó ese mosaico de líderes comunistas glorificados en el templo, Putin rebajó la alabanza y ordenó que se colocara en una de las salas del parque temático: «Algún día –insinuó el presidente– nuestros descendientes, agradecidos, apreciarán nuestros méritos, pero es demasiado pronto para hacerlo ahora». Un coro de ángeles rodea a los héroes rusos de la guerra de Siria en aquella catedral pagada por el ejército, para narrar las glorias del nuevo imperio zarista, para cuya estructura metálica se aprovechó el hierro de los tanques nazis.
Desde que fuera elegido Patriarca de Moscú hace trece años, Kirill I ha mantenido con Vladimir Putin una colaboración de conveniencia que ahora anula su dependencia institucional del Patriarcado de Constantinopla, al que debe obediencia. Esa ruptura le ha valido a la iglesia ortodoxa obtener del Kremlin la autorización para establecer la educación religiosa en Rusia y gozar de una relación especial con el ejército, que le ha llevado a justificar sin prejuicios la invasión de Ucrania y los bombardeos de una guerra sangrienta contra los ucranios, sus hermanos en la fe cristiana. Ese maridaje de la iglesia ortodoxa con las fuerzas armadas se escenifica en los rituales de los sacerdotes rusos para bendecir las bombas destinadas a las guerras de Putin, liturgia extravagante que preside el jefe del Departamento de la Cooperación entre la Iglesia y el Ejército, monseñor Stefan Klin, quien antes de recibir las órdenes sagradas fue oficial de la Fuerza de la Defensa Aérea Antimisiles.
La brutal invasión de Ucrania revela ya un gran error catastrófico de Putin, pues su estrategia y consecuencias han resultado ser la ruina de la reputación de sus fuerzas armadas
El patriarca Kirill es hoy un aliado incondicional de Putin, cuya gestión presidencial es «un milagro de Dios» según el obispo. El presidente ruso aprovecha esa colaboración con la iglesia ortodoxa declarándose ferviente cristiano ortodoxo y defensor de ese pilar religioso de Rusia que garantiza la salud moral del pueblo, el más trascendental sostén de la nación junto al arsenal del armamento nuclear, responsable de la seguridad exterior. Según las encuestas oficiales, las dos terceras partes de los 155 millones de ciudadanos rusos se declaran creyentes ortodoxos, una importante herramienta para promover la identidad rusa compatible con los objetivos del régimen político impuesto por el enigmático Putin: la restauración del imperio ruso, la «operación militar» para desnazificar a Ucrania y la reestalinización de Rusia que persigue con severidad la libertad de opinión y pregona con cinismo la televisión estatal.
La brutal invasión de Ucrania revela ya un gran error catastrófico de Putin, pues su estrategia y consecuencias han resultado ser la ruina de la reputación de sus fuerzas armadas. Rusia ha perdido además, como ocurrió en los tiempos de Stalin, el gran motor de la modernización de Rusia, ahogado por el clientelismo del poder económico y castigado con las restricciones impuestas por Estados Unidos y la Unión Europea, cuya percepción se hace más diáfana cada día. A pesar de la propaganda arrolladora y las barreras a la información sobre el conflicto ucraniano, Rusia se hunde en la satisfacción de su ignorancia colectiva mientras su presidente está aislado moralmente, temido cadáver volátil en la escena internacional. El uso que hace frecuentemente Putin en sus declaraciones de la jerga mafiosa sugiere su pertenencia psicológica al mundo de los líderes matones, que él utiliza para despreciar al adversario y calentar a la opinión pública con sus bravatas coreadas por la prensa y la televisión.
El otro gran promotor del heroísmo de Putin se llama Vladimir Solovyov, presentador en la cadena televisiva estatal Rossya 1 de un programa de gran audiencia
La iglesia ortodoxa y la televisión oficial forman la primera línea de propaganda de los planes imperiales de Putin, y el patriarca Kirill es uno de sus aliados incondicionales. El furibundo jefe de la iglesia ortodoxa viene atacando desde hace tiempo al Occidente europeo pecaminoso, cuya decadencia moral contrasta según él con los valores seculares de la patria rusa, y considera que los territorios separatistas, como Ucrania, son víctimas de un liberalismo invasor que ha de ser aniquilado por una guerra santa.
El otro gran promotor del heroísmo de Putin se llama Vladimir Solovyov, presentador en la cadena televisiva estatal Rossya 1 de un programa de gran audiencia. «Buenas noches. Al fin se respira aire puro en Rusia», saludó para informar de la dimisión y huida al extranjero del asesor de Putin Anatoli Chubáis. Y luego encendió la mecha de la amenaza nuclear con esta bravata: «Quien crea que nos vamos a conformar con Ucrania, se equivoca. En treinta segundos, adiós Varsovia».
El periodista Solovyov confiesa su discrepancia con que se hagan prisioneros. Su programa, el espectáculo televisivo más popular en Rusia, y su discurso insolente se dedican a loar las grandezas del régimen soviético y a pregonar las amenazas nucleares: «La operación militar especial en Ucrania –avisó el periodista a su audiencia que sabe poco de la barbarie bélica en curso– es solo el primer pasaje para dar muerte de nuestros enemigos».
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