Gente para no olvidar
«Sale de la pandemia una población bastante decepcionada, con escasa fe en sus instituciones y poca o ninguna confianza en los dirigentes políticos»
Ahora que la 'nueva normalidad' empieza a parecerse a la 'vieja' (y no al fiasco en que consistió la intentona del otro verano); ahora que ... la pandemia va remitiendo en Valladolid y en el resto de España; ahora que en esta ciudad apenas se registraron -durante la pasada semana- nuevos ingresos por COVID en las UCIS y bajaron las hospitalizaciones de casos con la misma enfermedad; ahora que todo indicaría que la temible plaga retrocede no sólo en la capital, sino también en la provincia; ahora, cuando cabe pensar que la pesadilla se aleja en la medida que no cesa de aumentar, cada día, el número de vacunados…
Ahora que, como ocurre en cualquier batalla, guerra o desastre, las cosas retornan -más o menos- al orden previo, puede que haya llegado el momento de evaluar las pérdidas, los errores, las torpezas que llevaron a la conmoción de nuestro mundo. Y -desde luego- es mucho lo que habría de criticable en las actuaciones de los líderes y las autoridades sanitarias tanto en el plano global como en el europeo, nacional y autonómico. No era fácil prevenir lo que pasaría ni estar preparados ante un suceso tan devastador: es verdad. Pero no resulta menos cierto que, con las pugnas algo incoherentes por un toque de queda antes o después, los rifirrafes acerca de los confinamientos perimetrales y el desbarajuste de las vacunas, no se ha contribuido -precisamente- a reforzar el ánimo de la sociedad.
Sale de la pandemia una población bastante decepcionada, con escasa fe en sus instituciones y poca o ninguna confianza en los dirigentes políticos. Sale, igualmente, de la catástrofe una ciudadanía empobrecida y desconsolada por las vidas, aspiraciones, sueños o certezas que se quedaron en el camino. Una multitud sin alegría ni ilusión en el futuro. Una inmensa mayoría que no aguarda más que amenazas o desgracias del mañana. Y que ya ha interiorizado que -a pesar de la sensación liberadora de dejar atrás el infierno vivido- nada volverá a ser exactamente como antes.
Tal era la impresión que producía contemplar las colas para la vacunación de las últimas jornadas, con personas entre los 50 y los 70 años buscando la seguridad de no enfermar gravemente y morir. Lo de no contagiar o contagiarse sigue sin estar tan claro, si bien el rumbo de los acontecimientos mueve a creer que hasta -en ese sentido- las vacunas, en general, funcionan: pues impiden la propagación del virus y mantienen la resistencia respecto a otras variantes o cepas de él. Sin embargo, la gente que se veía -en interminables procesiones y bajo inclementes soles castellanos- alrededor del Auditorio Miguel Delibes, con el propósito de recibir su dosis salvadora, no se mostraba nada exultante ni dichosa. Era gente resignada a hacer -una vez más- lo que se espera de ella.
La gente que tuvo sobre sus espaldas la responsabilidad de ayudar a superar las consecuencias nefastas de una guerra y la subsiguiente represión de la dictadura. La gente que, después de modernizar al país y de que éste viajara del siglo XIX al XXI para acabar situándose entre las naciones avanzadas del mundo, sacó adelante a sus hijos y acogió a éstos con sus nietos cuando sobrevinieron las grandes crisis económicas. Gente que asumió el reto de la libertad y abrazó la democracia. Gente que ha atravesado tiempos oscuros y luminosos, victorias y fracasos, penurias y bienestar (e incluso el espejismo de la opulencia). Gente que sobrevive y se ha sacrificado para que sobrevivieran otros.
La gente que ha visto morir abandonados a muchos de los suyos; que ha descubierto, demasiado tarde ya como para recuperarse del desengaño, que la sanidad para la que tributó con sus impuestos no es el maravilloso sistema de salud que le habían contado; que ha presenciado cómo ciertos banqueros y políticos se enriquecían a costa de los presupuestos o rescates de dinero público. Gente que ha enfrentado una pensión mínima, mientras observaba como aquéllos blindaban doradas jubilaciones. Gente que ha apoquinado siempre a Hacienda lo que tocaba, cuando los poderosos defraudaban al fisco sistemáticamente. Gente que luchó, amó y trabajó. Gente a la que no se debería olvidar.
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