El fracaso de occidente
«La decepción generada respecto a la intención de transformar un erial de libertades y derechos en una democracia equivale a una auténtica derrota del humanismo occidental»
La invasión de Afganistán fue, vista desde la actualidad, un error de planteamiento y de cálculo: intentar conquistar un país tan fragmentado y complejo ( ... por su diversidad étnica y religiosa) constituye ya algo muy arriesgado en sí, pero hacerlo en nombre de la búsqueda de quien ordenó la destrucción de las Torres Gemelas resulta aún más disparatado. ¿Era una revancha? ¿Había otras razones de fondo? Y, más allá de eso: ¿existía un plan de qué hacer después de entrar en semejante avispero de tribus, terroristas y talibanes?
Se dice -no sin motivo- que Afganistán ha supuesto el fracaso de cuatro presidentes (Bush, Obama, Trump y Biden), pero es, probablemente, mucho más que eso: no solo porque -como ha advertido quien, hoy, preside EEUU- hay que estar alertas para que Afganistán no se convierta en una especie de plataforma de lanzamiento del terrorismo internacional; también porque, una vez más, el discurso norteamericano según el cual parecería que pueden diseminarse sistemas democráticos por el mundo -a modo de franquicias de la libertad- se ha resuelto en estrepitoso fiasco. Y ello es muy grave, puesto que la decepción generada respecto a la intención de transformar un erial de libertades y derechos en una democracia equivale a una auténtica derrota del humanismo occidental.
Cierto que ahora se niega, por parte de la administración Biden, que ése fuera el verdadero propósito de la ocupación del territorio afgano: únicamente se habría pretendido combatir a los terroristas de Al Qaeda y dar con el paradero de Bin Laden. Pero parece innegable que -durante mucho tiempo- se vino utilizando el viejo argumento de la liberación de pueblos atrasados o sometidos. Aunque es el caso que, a partir de la guerra de Irak, tanto los EE UU como las naciones europeas, inicialmente comprometidas con la ocupación de Afganistán, se fueron desligando de tal plan -si realmente existió como proyecto factible alguna vez- hasta la retirada definitiva. Con los años, mantenerse en aquel país perdería su sentido estratégico para los gobiernos occidentales, si bien considerar -como se está haciendo- que el abandono de los afganos a su suerte constituye la auténtica solución deja de lado otros aspectos importantes: así, el valor simbólico de una derrota apenas oculta y finalmente reconocida por las propias autoridades de la UE; o la repercusión última de la confesión -algo cínica- de que se ha pactado con los talibanes la vergonzante salida de las fuerzas implicadas.
Dicho de otra manera, se ha terminado aceptando -desde esa entelequia denominada 'comunidad internacional'- que lo más práctico es negociar con el nuevo gobierno talibán la huida de quienes apostaron por un Afganistán diferente y creyeron en las promesas democratizadoras de las potencias ocupantes. En definitiva, se ha asumido el imperio del caos; la resignación frente a la barbarie. Y se ha procedido a preparar a la opinión pública para la aceptación de semejante capitulación ante todo contra lo que supuestamente se luchaba.
Falta quizá perspectiva para comprender en sus extremos lo que significa este desamparo de un país, que es -además- la renuncia y desatención de un concepto de la vida, la humanidad y el mundo: ¿Dónde queda la lucha por los derechos de hombres y mujeres? ¿Dónde el anhelado proyecto de igualdad, justicia y progreso para todos que inauguró la Ilustración? ¿Dónde la libertad de expresión y de prensa? Tan terrible como la pandemia o el cambio climático, este derrumbe de la presencia occidental en unas tierras lejanas y polvorientas lo es -asimismo- de un discurso civilizador que ya empezó con griegos y romanos, revelándose a la postre mentiroso; de los sueños y ambiciones de un imperio unificador; de un orden de cosas y un equilibrio geopolítico que, cada día que pasa, se nos muestra más frágil y en riesgo de desaparecer. «América ha vuelto», sí, para volver a irse. A Europa, ni se la espera. Y ahora se nos cuenta que los talibanes no son tan malos como hace años o que será mejor olvidar una batalla perdida, las pretensiones de cambiar lo que no podía cambiarse. Ahora se nos conmina a ignorar el fracaso de Occidente.
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