Es igual pero peor
«La 'solución' actual se lleva a cabo a la luz del día y se retrasmite en directo, sin muestra de pudor por parte de los autores ni respuesta efectiva a cuenta de los espectadores»
En uno de los sketches más celebrados de Martes y Trece, titulado 'El detergente Gabriel', el vendedor intenta promocionar un jabón regalando tres paquetes del ... mismo blanqueador a cambio de uno. Ante el absurdo rechazo y la trifulca consiguiente se escucha un contundente argumento: «—¡Pero si es lo mismo! —Pero no es igual».
Viene esto a cuento sobre la equiparación que se ha hecho entre el exterminio de judíos durante el holocausto y la aniquilación en curso de palestinos durante la ocupación de Gaza. Aparentemente es lo mismo, salvo el intercambio del protagonista central, que pasa de víctima a verdugo. Un giro al que, por cierto, la historia nos tiene acostumbrados, como también resulta corriente en la dimensión privada de muchos de nosotros. Y no es igual porque la desigualdad entre ambas salvajadas afecta directamente al lenguaje. La semejanza recae sobre la crueldad genocida y la diferencia sobre el uso mezquino de la palabra
La llamada «solución final» se llevó a cabo bajo una barrera de silencio que el gobierno nazi intentó aplicar por todos los medios. Se discutió mucho en su momento sobre el llamado «silencio alemán» y sobre una suerte de velo voluntario que empañó la vista de los europeos. De hecho, la primera edición, en 1947, de «Si esto es un hombre», testimonio de Primo Levi sobre su cautiverio en Auschwitz, pasó inadvertida y hubo que esperar a la segunda, en 1958, para darse a conocer mundialmente. No obstante, la impresión visual de lo sucedido no llegó hasta 1985, cuando Claude Lanzmann estrenó su película Shoah. El autor necesitó once años para desenterrar los escenarios y entrevistar a víctimas, testigos y verdugos, dejándonos como legado uno de los testimonios visuales más profundos y sobrecogedores del género humano.
En cambio, la 'solución' actual se lleva a cabo a la luz del día y se retrasmite en directo, sin muestra de pudor por parte de los autores ni respuesta efectiva a cuenta de los espectadores. A lo sumo, despierta una liviana conmoción y un insulso lloriqueo. Las imágenes ya no conmueven como antes. La niña vietnamita huyendo desnuda de las llamas del napalm no tendría hoy ningún efecto. Cuando cada usuario guarda miles de imágenes en su móvil y millones de ellas circulan cada minuto por las redes sociales, no se puede seguir diciendo que más vale una imagen que mil palabras. La gente fotografía el plato antes de comerlo, el paisaje, el monumento o el más anodino detalle familiar antes de detenerse a verlo, como si fuera irreal y necesitara congelar la imagen por anticipado para construir un metaverso nuevo. En estos tiempos bien pareciera que solo la realidad virtual garantizara la veracidad de los hechos. La imagen ha perdido fuerza, es cierto, pero solo en un aspecto pues, por otro, ha construido una nueva esfera de realidad donde la verdad, tal y como la conocíamos, ha dejado de ser verdadera. Mientras tanto, y en paralelo, las palabras han perdido su significado literal y se han transformado en metáforas prosaicas de la nada. Cursan vacías, convertidas en cosas que se arrojan entre sí periodistas, influencers y parlamentarios sin aclarar el porqué de sus sentidos contrarios, como si por falta de tiempo dejaran las frases cortadas como Procustos tuiteados.
Cierto es que las palabras se gastan y pierden efecto. Pero que se devalúen tanto y tan deprisa es algo demasiado nuevo como para que ya estemos acostumbrados. Quizá la causa de esta debilidad o este desinflamiento sea la misma que explique por qué a las personas de mi generación nos sorprende que 'Martes y Trece' haya perdido su gracia para la juventud actual, como nos llama también la atención la risa incomprensible que despierta Broncano. Puede que, estudiando el efecto de los cambios de la risa en la historia de las mentalidades, descubramos el origen de la impunidad genocida de los Estados. Aunque quizá sea demasiado tarde cuando lo hagamos, y la indiferencia se haya metamorfoseado ya en masacre general y llanto. No, no es lo mismo, tampoco es igual: es bastante peor.
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