El eterno femenino
Crónica del manicomio ·
«La feminidad, según Virgine Despentes, es más un arte de servir que el despliegue de un carácter diligente, libre y laborioso»Si no he entendido mal el pensamiento de Virgine Despentes, novelista francesa, directora de cine y referente del feminismo, el principal problema de la ... mujer proviene de que el varón, cual vil usurero, se ha hecho con todo el dinero del poder.
Imaginemos la vida como una carrera costeada por un capital de poder cuyo banco ha sido saqueado por la mitad de la población, condenando a la otra mitad a la miseria. Algo parecido a un capitalismo de género que se hubiera ejercido sin control durante muchos siglos, hasta hacernos creer que era algo natural, impuesto por la biología, por las leyes y hasta por Dios. Pero, en realidad, esas diferencias no respondían a un reparto asimétrico de la naturaleza sino a un abuso social institucionalizado. De hecho, las diferencias de género tradicionales no consistirían en diferencias sexuales sino en diferencias de poder establecidas tras el hurto de un capital común y soberano. El sexo sólo vendría a colorear y ocultar ese zafarrancho, ese lucro regular que ha esquilmado a la mujer desde que Adán sacrificara su costilla, esa moneda original de la economía, para comprarse una compañía femenina. Si al sexo le quitas el poder que favorece a unos y perjudica a los otros, entonces las llamadas hoy diferencias sexuales se volverán indiferentes y no tendrán más relevancia que las de ser flaco o gordo, rubio o moreno, alto o bajo.
Para mayor escarnio, el macho aprovechó su fuerza para hacerse también con los dineros que financian los discursos y el lenguaje. Su uso le sirvió para justificar derechos que no le pertenecían, de tal manera que en cuanto una mujer buscaba comprar con su peculio el poder que le correspondía, enseguida se la tachó –y se la tacha aún– de virago, de negación de la feminidad, de envidia del pene o de comportamiento fálico. Un lenguaje con el que se ha intentado mantenerla en estado de subordinación, aplastar su justa autonomía e incrementar el miedo a su potencial venganza. Cada vez que quería conseguir algo se la insultaba. No es de extrañar, por consiguiente, que los hombres teman a las mujeres y, de paso y por semejanza, a los hombres amujerados.
La feminidad, según Virgine Despentes, es más un arte de servir que el despliegue de un carácter diligente, libre y laborioso. Así que sólo cabe rebelarse contra el dueño de la finca e independizarse con coraje del sexo arrogante. La feminidad es una cárcel de palabras. Nadie quiere ser femenino si para ello debe renunciar a sus derechos, ni nadie quiere que cada vez que compita y se defienda en la vida se le recuerde su sexo y se le lean sus derechos. Mucho menos aspira a que sus reivindicaciones, más o menos exageradas, ¿por qué no?, sean calificadas de envidia, masculinidad o desmedida ambición, ni quiere pertenecer a ningún género en especial, salvo al humano o, con más precisión, al mundo animal.
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