El escritor
crónica del manicomio ·
«Se ha diferenciado al escribidor, entendido como aquel que se expresa sobre papel ordenando bien las palabras, del escritor genuino y de raza, que escribe por necesidad, por pasión, por exigencia interior»De un modo u otro, con frases sencillas o enmarañadas, se ha diferenciado al escribidor, entendido como aquel que se expresa sobre papel ordenando bien ... las palabras, del escritor genuino y de raza, que escribe por necesidad, por pasión, por exigencia interior. Sobre esta distinción no es infrecuente leer las conclusiones de algún bienintencionado encuestador que ha perdido su tiempo en ir preguntando a los escritores la razón por la que escriben. Algo así como si se pudiera aplicar a los literatos uno de esos cuestionarios absurdos que tanto prosperan ahora en la psicología, y que han alcanzado con su estupidez a la mismísima literatura. Lo único que se desprende de la intentona, lógicamente, es que cada 'interviuvado' sale del paso como puede. De sus declaraciones solo obtenemos una conclusión provechosa: la confirmación de que quien se lo toma en serio y contesta de forma clara y decidida, es seguro que pertenece al grupo de los escribidores y no a la orden de los literatos ennoblecidos.
La cuestión mejora si no se pregunta al interesado, sino a algún lector aventajado que sondea en las razones ocultas del autor. Este es el ejemplo que traigo al caso. La lectora es Hélène Cixous, célebre ensayista y feminista francesa. La escritora enjuiciada, Marguerite Duras, novelista inspirada con una personalidad atrayente y misteriosa.
Lo primero que nos descubre la intérprete es que Duras ignora los motivos que alimentan su prosa. Cuando se siente invadida por la necesidad de escribir responde a impulsos desconocidos, y lo hace sin decisión propia, desde una pasividad extrema. Escribe entregada a un dictamen que ignora. Se deja invadir por la historia y por las frases como si no fueran propias, como si en su interior lo consciente e inconsciente fueran indistinguibles y gozaran de una única forma.
Según prosigue Cixous su análisis, Duras nunca cuenta con un argumento establecido o una idea previa. Tampoco se puede decir sobre ella, con argumento muy socorrido, que la narración crece sobre la marcha, bajo su propia inercia. Se comporta, más bien, como si escribiera al dictado de un portavoz desconocido. Su lenguaje provendría de un espacio abierto, mal cerrado, que se le ofrece al lector bajo el empuje de una generosidad infinita, y donde siempre hay algo que perder y nada hay suficientemente perdido. Un duelo permanente –añade– que justifica la intermitencia de su obra, que no es la del puntilloso que se enfrenta todos los días a la página en blanco, sino la de quien escribe como arrancado recónditamente de su reposo y puesto a escribir bajo una repentina coacción cuyo origen ignora.
Cixous concluye adivinando en Duras un cuerpo de mujer que no se conoce a sí mismo, pero que sabe de lo negro, de la muerte, de algo muy oscuro desde donde recibe a todo el mundo en su nivel de pobreza.
Los antiguos lectores de Duras darán fe de lo dicho y los nuevos ya saben lo que les espera.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión