Elecciones en Francia: entre la épica y la lírica
«Macron y Le Pen han mantenido en la sombra de la campaña su enfrentamiento radical ante el drama humanitario y las consecuencias políticas de la invasión de Ucrania»
Los ríos caudalosos, esos cauces fluviales que guardan la riqueza y la historia de un país, son el único accidente geográfico que no marca fronteras ... entre las regiones francesas. Con su mismo rigor de libertad y uniformidad nacional, se reparte en Francia la pasión de sus ciudadanos por la liturgia electoral que marca los quinquenios de sus presidentes. El entusiasmo francés ante las urnas, rayano en el fanatismo, lo certifica el sistema de balotaje inventado allí y empleado por vez primera en la segunda mitad del siglo XIX. Junto a la gastronomía, la geografía y la política son las pasiones cardinales francesas.
Los comicios presidenciales son, en efecto, la gran celebración política en Francia. El jefe del Estado es un monarca redivivo sin corona, concebido por el general Charles de Gaulle para mayor gloria de la República que sucumbió bajo la bota de la soberbia nazi. Con su silueta afilada de militar y de místico, De Gaulle rescató desde Londres la Francia humillada e inventó otra orgullosa y cortesana, alzada sobre el pedestal de un rey republicano, él mismo tocado con su kepis cuando tomó el palacio del Elíseo y el ejército alemán fue expulsado de Francia.
Los presidentes de la República francesa fundada por De Gaulle compartieron el orgullo del general, que recobró la grandeza de la Revolución de 1789 y la herencia de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre. Recuerdo ahora con respeto el alto grado de esa radical vanidad francesa, simbolizada en su presidencia y profesada con ejemplar potestad por François Mitterrand: «El orgullo francés» –me dijo con cierta ironía en una entrevista previa a su reelección en 1988– «es algo muy profundo». Tiene su raíz quizás en la aldea gala de Ásterix, y mereció su ambición en la república de libertades alumbrada por la Revolución de 1789.
La propaganda electoral, pancartas y mítines que hoy confluye en las urnas para selección de los dos candidatos que se enfrentarán dentro de dos semanas en la segunda vuelta, marca el pronóstico de los sondeos y fija las dudas ante los resultados que se han ido concretando en un escenario entre bélico y doméstico, que resume así el vencedor 'in péctore', el actual presidente Emmanuel Macron, en esta confidencia al semanario 'Le Canard Enchainé': «Los electores están siendo sometidos a un aluvión de imágenes bélicas. Se corre el riesgo de que Ucrania deje de ser un asunto de compasión y la gente se asuste ante la subida de los precios de la energía y de la alimentación o no acuda a las urnas».
Las encuestas han ido recortando diferencias entre los candidatos que optan a pasar el primer plebiscito: el actual presidente Macron y la líder de ultraderecha Marine Le Pen. Ellos han mantenido en la sombra de la campaña su enfrentamiento radical ante el drama humanitario y las consecuencias políticas de la invasión de Ucrania. Macron ha reiterado sus llamadas telefónicas al presidente Putin, esa máscara escondida en el silencio del Kremlin. Marine Le Pen, candidata por tercera vez del partido de extrema derecha Agrupamiento Nacional, está enredada en oscuras relaciones con el presidente ruso, al que ha visitado varias veces en secreto.
Los hechos refrendan esa simpatía política: un banco ruso controlado por Putin suscribió con el partido ultra francés hace dos años un préstamo de nueve millones de euros, y la candidata Le Pen, que se niega a llamar a Putin criminal de guerra, se negó a oír el discurso que el presidente Zelenski pronunció ante la Asamblea Nacional francesa. La entrada tardía de Macron en la campaña y su enfoque del conflicto ucraniano lo han hecho vulnerable frente al desafío de la ultraderecha y la amenaza de una baja participación en la segunda vuelta.
La aparente simpatía de Macron hacia Putin se hizo tangible cuando le invitó al palacio de Versalles y al fuerte de Brégançon, su residencia veraniega en la Costa Azul, en julio del 2019. La fingida buena voluntad del presidente ruso colmó entonces todas las esperanzas de paz: «Voy a hablar con Macron de mis contactos con el nuevo presidente ucraniano. Hay asuntos dignos de discusión que inducen a un optimismo prudente», declaró entonces Putin.
El presidente francés ha dejado de llamarle desde que se descubrió la matanza de civiles en Bucha. Todos sus adversarios han abandonado también en sus mítines y debates de campaña la guerra de Ucrania como manantial de votos de la última hora. El electorado centra su atención en el encarecimiento de la cesta de la compra, la energía y los carburantes, así como una reforma restrictiva de la ley de pensiones anunciada por Macron.
A falta de pitonisas en ejercicio, los franceses, imbuidos más por la razón y la literatura que por la fe, pueden consultar al novelista y profeta Michel Houellebecq. En su novela 'Serotonine', publicada hace tres años, anunció la revuelta de los «chalecos amarillos». Ese turbulento escritor acaba de dar a luz otro relato, titulado 'Anéantir' (Aniquilar), que vaticina el triunfo electoral de Macron.
El pronóstico del incombustible Houellebecq, especializado en el vaticinio de catástrofes, anuncia esta vez una Francia recuperada de la crisis económica y redimida de toda pobreza gracias a un plan de recuperación económica lograda por una inversión industrial en las regiones más pobres, que rompe todas las reglas de la economía global. He ahí otra receta francesa compuesta de épica y lírica escrita en buena letra.
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