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Gregorio Ordóñez, junto al entonces presidente del PP, José Maria Aznar, y el representante en el País Vasco, Jaime Mayor Oreja. Antonio Alonso-EFE

Editorial: Gregorio Ordóñez es memoria

Opinión ·

Su recuerdo se enfrenta a los intentos por despojar a las víctimas de la identidad que les supuso su condena a muerte por ETA

El Norte

Valladolid

Jueves, 23 de enero 2020, 07:34

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Gregorio Ordóñez fue asesinado por ETA hace hoy 25 años. La banda terrorista acabó con su vida porque era concejal del PP en San Sebastián ... y miembro del Parlamento vasco. Hoy su personalidad libre, desbordante, ocupa un lugar destacado en la memoria democrática del País Vasco y de España. El asesinato obligó a su mujer, Ana Iríbar, a alejarse de la ciudad para evitar que su hijo diera sus primeros pasos señalado por una orfandad dictada y jaleada por algunos de sus convecinos. Mientras, cientos de cargos públicos populares y socialistas se veían en lo peor, conminados a adoptar medidas de seguridad y a acabar escoltados durante años como peaje totalitario para la defensa de sus ideas y el ejercicio de su función pública. Es habitual oír que el asesinato de Ordóñez supuso el principio del fin de ETA. Solo que la banda terrorista continuó con su terror otros 16 años más. Es verdad que la conmoción por este atentado hizo recapacitar a mucha gente en el País Vasco respecto a la naturaleza de la violencia etarra. Pero, frente a la paulatina reacción cívica, ETA pretendía blindar su propio espacio social para así perpetuar su dictadura. No fijó su diana sobre Gregorio Ordóñez por casualidad. Lo hizo porque encarnaba la antítesis de la Euskal Herria adocenada que pretendía el terrorismo. Y lo hizo porque asesinándole instaba a sus seguidores de la izquierda abertzale a digerir sin inmutarse la barbarie anterior y los atentados que ETA perpetrase en adelante. El asesinato de Ordóñez en un establecimiento de la Parte Vieja donostiarra fue la escena previa a la sádica representación del secuestro y muerte de Miguel Ángel Blanco, en medio de la persecución emprendida por la banda terrorista contra quienes contradijeran de manera más abierta sus propósitos. La lista de amenazados directos se volvió interminable, entre asesinatos e intentos de asesinato, sin que el incremento de la indignación ciudadana disuadiera a ETA y a su entorno político y social de continuar señalando y persiguiendo a sus víctimas. La banda terrorista está disuelta, pero la vindicación militante de su pasado se solapa en las llamadas al reconocimiento de «todas las víctimas» de laº violencia en el País Vasco «sin distinción», como si hubiesen sido efectos colaterales de una confrontación entre bandos. Es ahí donde el recuerdo de Gregorio Ordóñez se enfrenta a los intentos por despojar a las víctimas de la identidad que les supuso su condena a muerte por parte de ETA. A los intentos por disimular que hay hoy quien reivindica su asesinato.

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