Hacer la cobra
Crónica del manicomio ·
«El hedonista de fuste, el epicúreo cabal, inicia todos los trámites vitales y enseguida los deja descansar»Por hacer la cobra entendemos el juego de tentar y retirar, de provocar el deseo y al momento dar un paso atrás. La maniobra ... tiene mala fama, como el reptil, y se suele asociar con la histeria y la frivolidad. El macho ibérico llegó a identificar la artimaña, cuando la protagonista era una mujer, con un término que retrata su preocupación por lo que crece entre las piernas. Habló de calientapollas.
Sin embargo, la dinámica universal del deseo coincide en buena parte con este ir y venir. Platón, por boca de Diotima, consideró a Eros como hijo de Penia y de Poros, de la pobreza y de la opulencia. Sin pobreza, sin escasez, el deseo se agosta, por eso no viene mal de cuando en cuando dejar a los demás y a uno mismo con la boca abierta. Nos cuesta aceptarlo, pero la lujuria, si entendemos por ella la estrategia preeminente del placer, siempre es frugal. El hambre, cuando no es extremo, en cuyo caso se convierte en necesidad, es mucho más placentero que el empacho voraz. Quedarse con algo de hambre es la picardía de la voluptuosidad. Dejar algo en el plato, más allá de ser un signo –antiguo– de urbanidad, es un ejemplo de sibaritismo refinado y austero.
Al voluptuoso se le intenta callar con la cantidad. En cuanto dice, «qué rico, que bueno está», se le acumulan las ofertas y enseguida oye aquello de «¿sólo comes eso?», «¡sírvete un poco más!». Pero él no suele caer en la trampa, sabe que sólo quedándose un poco corto el placer se prolongará más. Hay que dejar algo sin satisfacer para que el deseo sobreviva al placer. Este es el misterio y la verdad que los hombres se empeñan en distorsionar y ocultar, al menos en las sociedades de consumo y sobreabundancia. La plenitud es un retroceso mental, una mezcla de egoísmo, desprecio y soberbia. Una prueba de insatisfacción melancólica.
Lo más grato de los días de lluvia es cuando comienza a escampar. Luego retorna lo vulgar. Esto es un buen ejemplo. Cuando la humedad aún recuerda al agua es cuando hay que parar y dedicarse a contemplar y disfrutar. El placer está más en el freno que en la velocidad. No hay que atropellar el tiempo, salvo que se haya detenido y amenace con no arrancar.
Sin duda, la espera es el mejor antídoto contra la apatía y el desinterés. La espera es la mejor alcahueta del deseo y el sostén de cualquier proyecto. No hay mejor celestina que el retraso bien calculado, a condición de que mantenga la llama viva y no llegue a desanimar. A quien conoce estos procesos de enlentecimiento lo que más le atrae es empezar. Empezar y parar antes de que el placer se enturbie de decepción y realidad. El hedonista de fuste, el epicúreo cabal, inicia todos los trámites vitales y enseguida los deja descansar. Los saborea con gusto y astucia antes de que se satisfagan y se vuelvan insípidos. Porque la satisfacción decepciona pero la posibilidad nunca.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión