Pascual
«Mañana no estará. No. Pero siempre estuvo. Y eso se puede decir de muy poca gente»
Qué duda cabe de que la vida se teje y otorga un verdadero contenido a través de las relaciones familiares y de amistad. Para qué ... alcanzar según qué metas, si el camino es una soledad disimulada, un acompañamiento impostado. De vez en cuando, en esas entradas que a todos –supongo- nos aparecen en los móviles, llegan opiniones de quienes dicen haber tratado a personas en última etapa vital, y nos cuentan que el mayor lamento de esos seres abocados a la escucha interna y solemne de sus últimos latidos es no haber dedicado más tiempo a las personas verdaderamente queridas. A las relaciones personales de calidad, por auténticas. Y menos a obligaciones reales de mera materialidad, y no digamos a otras incluso inventadas para tapar huecos o compensar defectos. Sí, no es malo tener conciencia de lo que importa realmente, y deslindarlo de lo conveniente y, sobre todo, de lo directamente prescindible.
Dando por cierto lo anterior, por muy cierto, tampoco debemos despreciar, sino todo lo contrario, esos encuentros esporádicos, fugaces e irrepetibles, que nos concede la vida en alguna ocasión. O esos otros momentos, con periodicidad más o menos habitual, con personas singulares, que desde su naturalidad y autenticidad nos brindan un tiempo de profunda comunicación, normalmente desde una sencillez natural, sustentada en lo cotidiano. Que, está claro, a veces incluye capítulos confidenciales y de trascendencia emocional.
Hace unos días, precisamente, una de esas personas de conversación y trato enriquecedor, en modalidad fija discontinua, falleció. En Montemayor de Pililla, donde algunos sábados y domingos tomo un café mañanero en La Martina. Pascual, a los 98 años, nos dijo adiós. Y pese a que su salud ya había dado muestras últimamente de una fragilidad evidente, la noticia me sorprendió y me llenó de tristeza. Él, que siempre mostraba una alegría casi infantil, por inocente y desinteresada, que deambulaba con su peculiar y estrafalaria bicicleta con toldo, cual papamóvil rústico, nos dejaba ante un silencio inexplorado. Allí estaba su vehículo, con su bandera del Barcelona (perfecto no podía ser) y en el espacio previo a la puerta de la casa que habitaba aparecían muchos mensajes y dibujos de niños del pueblo. Agradecidos. A los que tanto daba, porque se ofrecía a sí mismo, con su buen ánimo, su sonrisa y sus estrofas de canciones para cada ocasión. Entonadas con voz firme, como quien quiere demostrar que no se vive para dar pena, sino para transmitir vitalidad.
Así que esta mañana Pascual no estará. No. Pero siempre estuvo. Y eso se puede decir de muy poca gente.
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