Carta abierta a Francisco Heras
Valladolid, la ciudad del cine, se está quedando sin salas independientes de proyección
Querido Paco:
Ahora que se acerca la última sesión y que tú, más que nunca, me recuerdas al último mohicano en esa 'band apart' de ... capitanes intrépidos que continúa remando al viento con tal de ofrecernos el oscuro objeto del deseo que yace oculto en cada sesión de cine, espero disculpes mi atrevimiento al pedirte que no te rindas, al menos, mientras dure la parada de monstruosidades que vivimos a diario.
Este año en que la industria tuvo a bien recuperar 'Cinema Paradiso', la nostálgica película de Tornatore, para rendirle justo homenaje a las salas de cine maltratadas por el confinamiento y las restricciones, quisiera compartirte que en mi casa, para toda una notable recua de primos, Alfredo, el mítico personaje interpretado por Philipe Noiret no ha sido otro que 'Parrilla', nuestro abuelo, que anduvo ejerciendo el noble oficio de proyeccionista en Valladolid desde mucho antes de la guerra hasta varios años después de que «la Rita Hayworth» —que así la llamaba él, como si fuese una vecina— escandalizara con su destape de guante largo. Y aunque la reata de sus nietos no lo acompañamos en la cabina del Cine Capitol, o la del Carrión, o del Lope de Vega y el Calderón —que por todas ellas anduvo enfocando y cambiando bobinas— como sí hicieron sus hijas y su hijo para llevarle la cena, acaso todos sus nietos acabamos siendo Totó, porque 'Parrilla', incluso años después de dejar la profesión, continuó siendo un hombre filmoteca que igual cargaba con el cuidado por las maquinarias tan celosamente como con el esfuerzo por recordar películas, actores, directores y tramas de cuantas tuvo a bien pasar hasta aprendérselas de memoria y contarlas en detalle, como si fuese uno de aquellos hombres libro de Bradbury que tan bien filmados están para siempre por Truffaut.
Ahora que se ha consumado el cierre de Cinesa, la franquicia de multicines alojada en uno de esos ociódromos que pretenden alejar de las ciudades la vida y el bullicio, no es difícil advertir que estamos en tus manos, Paco; que desde hace treinta y ocho años ya —cuando abriste los cines Manhattan— nos ofreciste un asidero. A mí aún me retumba en la cabeza el pulso dramático de la banda sonora de 'Yol', la película de Yilmaz Güney, mientras dos personajes transitan a vida o muerte sobre la nieve. Aquella fue la primera proyección que disfruté en una de tus salas de la calle Cervantes, donde el cine ha sido solo cine, sin distinciones ni prejuicios, para que todos los buenos autores cineastas tuvieran la oportunidad de comerciar como merecen; para que todos los buenos cineastas comerciantes tuvieran la oportunidad de autorizarse como desean.
En tu cine, que es el mío, yo me he sentido el último magnate como único espectador de la sala mientras se proyectaba 'Koyaanisqatsi' y de igual modo he compartido con un patio repleto la adicción a los ciclos durante aquellos años esforzados de la Seminci, cuando la cartelería de las proyecciones diarias era rotulada con esmero por las manos del poeta Eduardo Fraile. Por eso te pido en nombre de todos los que en alguna ocasión hemos guardado cola ante tus cines que aguantes tanto el arreón de la pandemia como el de los hábitos extraños del streaming y las plataformas o acabaremos convirtiéndonos —si no lo hemos hecho ya— en una ciudad de cinéfilos sin cines, es decir, en una farsa. Acaso debamos salvarnos de esta decadencia convirtiéndonos en hombres filmoteca, como mi abuelo, y pasear por el Campo Grande mientras recordamos en voz alta las películas que ya no pueden verse en pantalla grande. En cualquier caso, tú aguanta, Paco. Quién sabe si después de tanto disparate, a las próximas generaciones les da por volver al cine caminando y a leer prensa en papel y a comprar en la tienda de la esquina.
Da recuerdos en casa.
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