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Nos sorprendió a todos el fin del conflicto en Siria. Y de alguna manera, por mucho que se viniera anunciando, nos ha vuelto a sorprender el anuncio de la tregua en Gaza. Una tregua agónica, con desacuerdo desabrido en el seno del gobierno de ... Israel, y con un cómputo frenético de muertos de última hora que se parece más a ese estallido de la paz del que hablaba Gironella que a otra cosa. Todo con el patético telón de fondo de Biden y Trump disputándose el despojo, mientras el primero se va a dormir y el segundo se dispone a celebrar su triunfo con la ultraderecha de todo el mundo, incluido Santiago Abascal. Qué panorama.
Detenidos por un momento en este punto, el recuento de la ley del Talión es espeluznante: 1.200 personas asesinadas y 250 secuestradas por Hamás en aquel fatídico 7 de octubre de 2023, frente a los casi 50.000 muertos palestinos, la inmensa mayoría de ellos víctimas civiles, a manos del ejército de Israel. Muchos ojos y muchos dientes que nos alejan, entre el judaísmo y el islam, de ese Mateo 18, 21-35 del Evangelio cristiano, en el que Pedro le pregunta a Jesús: «¿Cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?», y Jesús le responde: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete». Otros cómputos.
Una vez certificado este nuevo estallido de la paz en Oriente Medio, lo que en los próximos días y semanas cabe preguntarse con respecto a este conflicto es lo siguiente. Uno: ¿Hasta dónde se extenderá verdaderamente la tregua? ¿Será posible que se convierta verdaderamente en un proceso de paz o se regresará a las armas, como con tanta vehemencia piden las facciones más radicales de la coalición de gobierno de Benjamín Netanyahu? Y dos: mientras se cuentan los muertos y se devuelve a los rehenes, ¿qué futuro inmediato les espera a los territorios palestinos, y al propio Israel, más allá del conflicto? ¿Habilitar ese estado palestino por el que abogan ya 143 de los 193 miembros de la ONU (incluida España), independiente del estado de Israel? ¿Regresar al antiguo régimen de convivencia imposible entre unos y otros? ¿O retroceder aún más en la situación de los territorios palestinos, dada la exhibición de poder de Israel y la incapacidad manifiesta de los aliados de su causa, con Irán a la cabeza, para oponer mayor resistencia?
El alto el fuego es la primera condición para que se pueda volver a pensar de verdad en una tregua en la guerra de Israel. Y la tregua es la primera condición para que se puede volver a pensar en un verdadero proceso de paz en la zona. Algo que hoy por hoy no somos capaces de visibilizar. Esa paz necesaria para poder hablar de reconstruir y también de reorganizar una región en eterno conflicto, donde la esperanza de que lo ocurrido en Siria termine también sucediendo en otros lugares parece, de momento, muy pequeña.
Hay quien piensa todavía, en la guerra de Palestina como en la de Ucrania, que lo verdaderamente importante para alcanzar la paz es que uno de los litigantes se proclame como vencedor y el otro como vencido para que no haya más remedio que firmar un acuerdo. Algo que no va a suceder en el caso de Ucrania, ni tampoco, pese a la evidente descompensación de la Ley del Talión a favor de Israel, en el caso de Gaza. Sencillamente porque la experiencia de la historia nos enseña que las guerras no las gana nadie, sino que las perdemos todos. «No solo los vivos son asesinados en la guerra», dice Isaac Asimov. Y es verdad. En cada guerra, y en su despropósito, asesinamos también la propia dignidad de la condición humana.
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