Asustados
«Los que temen que el presidente caiga de todo caer y se les acabe de golpe el contrato de corifeos. E indignados los que el propio presidente ha ido separando, segregando y hasta laminando en estos últimos años»
La ciudadanía está esperando una respuesta». Eso dice con gesto turbado la vicepresidenta segunda, Yolanda Díaz, cuando le preguntan por la caída libre del prestigio ... de su presidente. Y añade: y «el votante progresista está asustado», porque «no sabe lo que está pasando». Con esa manera tan especial que ella tiene de hacer oposición desde el gobierno. O de postularse como califa en lugar del califa. Y con el buen gusto, eso sí, de decir en gallego «progresista», en vez de «woke», que es como los hispanohablantes pijos, esos a los que su lengua siempre les parece insuficiente para expresar la estupidez, llaman a los progres de toda la vida.
Pues si el votante progresista está asustado… ¿cómo ha de estar entonces el votante conservador? Porque «lo que está pasando» hacía tiempo ya que no pasaba: que el cerco de corrupción de un Presidente se va estrechando de tal manera que al final solo le deja a éste una opción: o desaparecer, como Houdini, ante los mismos ojos de los asustados, o meter la cabeza debajo de la tierra, como los avestruces; pero dejando al aire las vergüenzas. Esas vergüenzas que Pedro Sánchez vuelve a tener en exposición desde hace una semana larga por culpa de la fontanería. Eso que la fontanera no ha sabido decir si es militancia socialista con ínfula periodística o militancia periodística con ínfula socialista.
Y visto el trasero expedito, sin visos de dar la cara en modo alguno, la inevitable patada ha surgido, con toda su fuerza, en la singular conferencia de Barcelona, donde los presidentes y barones del Partido Popular han dado en consensuar en una sola frase lo que llevamos dilucidando desde hace años: «Esto no da más de sí». Dicho esto al tiempo que la presidenta de Madrid y la ministra de Sanidad se enzarzaban, desoyendo el consejo de Pedro Sánchez de dejar «la crispación en el perchero». Porque la crispación, por más que uno se empeñe en mantener la cabeza soterrada, es otra de las cosas que pasan, y que tan asustados tienen a los votantes carcas como a los progres. Dúo de grullas en una conferencia de presidentes autonómicos donde Pradales habló en euskera e Illa en catalán. Delante del micrófono, claro, porque detrás lo hacían en castellano, que era la única manera de entenderse para tratar de conseguir que, cincuenta años después de la muerte de Franco, Cataluña y el País Vasco, el País Vasco y Cataluña sigan beneficiándose, como en la dictadura, del trabajo y del esfuerzo del resto de los españoles.
Están asustados los votantes progresistas, como dice la vicepresidenta, e incluso los líderes progresistas empiezan a mostrar ya síntomas inequívocos de inquietud. Asustados los que temen que el presidente caiga de todo caer y se les acabe de golpe el contrato de corifeos. E indignados los que el propio presidente ha ido separando, segregando y hasta laminando en estos últimos años, para que ni le hicieran sombra ni le amargaran los idus de marzo, afeándole su inopinada tendencia al cesarismo caudillista.
Voces, en todo caso, las del gobierno y las del partido del césar, que no terminan de sonar muy alto, porque saben que más que un avestruz, que dicen unos, o un pájaro de mal agüero, que dicen otros, lo que tiene grabado en su escudo el caudillo es un ave fénix. Y porque conocen su capacidad de convertirse en ceniza, abrasado por las llamas de la corrupción, para volver a renacer inmediatamente garboso y lozano, casi como sin estrenar. Eso que dice Feijóo que le interesa al presidente más que el propio poder: la resistencia. Resistente, resiliente, recalcitrante… Vamos, que por mucho que nos asustemos, ni los de dentro ni los de fuera tenemos esperanza alguna de quitárnoslo de en medio. Ni con Leire ni con Salfumán.
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