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La advertencia de Bruselas llega como un atavismo que no acabamos de conjurar. En la memoria de una parte de la población de este país, ... aún perviven los tiempos de la escasez, las penurias y los racionamientos derivados de una larga posguerra que marcó a la generación más longeva de nuestra sociedad. El temor a la escasez ha sobrevolado durante demasiado tiempo a quienes la sufrieron o conocieron de primera mano los efectos de aquella época triste y oscura. Tras el desarrollismo España protagonizó un cambio que se aceleró de manera drástica tras nuestro ingreso en las instituciones europeas. El nivel de vida experimentó un alza que nos equiparó a otros países de nuestro entorno y el consumo conoció un auge como jamás podrían haber pensado aquellos que nos precedieron. Hablamos, sin duda, de la doble historia de un éxito: el tránsito pacífico de una dictadura a una democracia, y el de un país de estrecheces a otro en el que una generalidad de ciudadanos empezó a vivir mejor.
Durante más de medio siglo, Europa no ha tenido que preocuparse de su defensa. Las guerras eran episodios que sucedían lejos, e incluso la desarrollada en la antigua Yugoslavia nos parecía muy ajena a nuestra realidad cotidiana. A lo sumo, nos limitamos a enviar algunas fuerzas a Irak y, por supuesto, misiones de paz allí donde éramos requeridos para ello. Pero hoy la situación es diferente y el mundo parece haberse dislocado por completo. La invasión de Ucrania por parte de Rusia, el conflicto entre Israel y Gaza, la inestable situación en una nación crucial como es Turquía y la imprevisibilidad en las reacciones de Donald Trump, Vladimir Putin y Xi Jinping, los tres amos del universo, hacen que tengamos que contener el aliento ante un panorama de futuro que nadie es capaz de atisbar con claridad y en el que la palabra guerra vuelve a cobrar, por desgracia, un nuevo sentido.
Europa acaba de ser consciente, a la fuerza, de que los Estados Unidos, van a dejar de ser los encargados de defender su territorio y su paz. La defensa de la Unión y del continente en su conjunto nos corresponderá a nosotros, y para ello tenemos que prepararnos militarmente y asumir los altos costes derivados de ello. El sueño pacifista se ha terminado bruscamente y lo llamemos rearme o utilicemos algún eufemismo al uso, lo cierto es que nos encontramos ante una situación diferente, inestable y altamente preocupante.
El establecimiento por parte de la Comisión Europea de medidas de preparación civil en el caso de que se produzca un conflicto bélico en nuestro suelo ha impactado en la sociedad como un aldabozazo para finalizar el letargo y ponerse manos a la obra. Las autoridades de Bruselas advierten, clara y taxativamente, de una «deterioro en las perspectivas de seguridad» y el remate es la solicitud a los ciudadanos de que guarden en sus domicilios suministros de emergencia para subsistir un mínimo de tres días por si fuera necesario hacer frente a una hecatombe sin ayuda externa. Agua, alimentos, medicinas, ordenadores, baterías, radios, pastillas de cloro… nuevamente la psicosis se despliega ante un sociedad atónita y desnortada. Los fantasmas se desatan y auguran, como en la canción de Bob Dylan, que una lluvia fuerte va a caer, o, por lo menos, puede hacerlo en una atmósfera cada vez más inestable, imprevisible y enrarecida. No se trata de asustar ni de entrar en pánico, pero si de cobrar conciencia de que, por primera vez desde 1945, esto es serio y va en serio.
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