Hay que vivir mejor
«En horas, se te juntan la jubilación de una compañera y la muerte de un amigo»
El jueves por la tarde se juntaron la celebración –¡sorpresa!– de una compañera periodista que se jubila y el mensaje de whatsapp que anunciaba la ... muerte –¡sorpresa!– de un amigo de la facultad. A un lado, los planes para luego que de pronto se convierten en planes para ya mismo, el nuevo reto de aprender a vivir sin la rutina periodística, los plenos, las ruedas de prensa, los chorrocientos insufribles grupos de whatsapp y el bombardeo de correos electrónicos. Al otro lado, el punto y final, la familia descolocada por un golpe de vida a contracorriente, el 'y ahora qué', la comida planeada con los amigos para después del hospital que ya no será.
El juego de contrastes te zarandea.
Y sería fácil decir que de pronto se dibuja una revelación en el aire y te invade el mandato del 'carpe diem' y te pones en la tele 'El club de los poetas muertos' para subirte a la mesa gritando 'oh, capitán, mi capitán', aunque en la puñetera vida hayas leído a Walt Whitman y te importen un carajo sus barbas canosas.
Pero no.
Lo que ocurre es que navegas entre la alegría por las vacaciones ajenas de tu compañera jubileta, que se las merece y a la que agradeces sus enseñanzas, y la nostalgia dolorosa de aquellos tiempos de facultad que fueron tan completos, tan intensos. Tan felices. Y ves en el móvil las fotos del adiós laboral de V. y entran por un esquinazo de la pantalla los recuerdos de lo que fue la vida de F. Y te sitúas mentalmente: tan cerca de la jubilación, piensas, y a saber a cuánta distancia del 'chao, amigos'. Y te dices 'hay que vivir más. Hay que vivir mejor'. Y lo intentarás, claro. Como has hecho siempre. Pero sin la épica del cine. Con la épica que la vida trae de serie, que ya es bastante.
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