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Dos pasos atrás, dice Alberto Mingueza. Dos pasos hacia atrás, recuerda que le decía Gabriel Villamil, El Fotógrafo. De estar a los pies de ... la talla de la Virgen de los Dolores de la Vera Cruz, a punto de cruzar la entrada de la iglesia que la espera tras la restauración de la cúpula, a observar la escena con un punto de distancia. Y en ese momento, «a veces no pasa y te quedas sin foto», admite, sucede. La imagen, de espaldas al objetivo, con los brazos abiertos, se dirige hacia un fondo dorado, pura metáfora de la divinidad, donde aparece San Juan en su lugar en el retablo mayor. Tras ella, pero mucho más cerca, de una muchedumbre que ha esperado mucho tiempo para poder contemplar ese momento, emerge un reguero de luces. Pantallitas de móvil que reproducen, diferentes ángulos, diferentes brillos, diferentes toques de zoom, la misma escena, fotografiada y grabada en vídeo como si cada quien recelara del recuerdo que puedan almacenar sus ojos. Mejor apantallarlo todo, por si acaso.
De pronto la foto, portada de El Norte de Castilla, es una foto 'The New Yorker'. La atracción por las pantallas ha sido motivo habitual de las portadas de la legendaria revista norteamericana, madre del periodismo riguroso y denso, hoy centenaria. La Venus de Boticcelli en mitad de una playa rodeada de bañistas móvil en mano; niños que observan en sus ordenadores a otros niños que juegan en la calle mientras los juguetes duermen en el suelo de su habitación y el parque los espera vacío; un montón de pantallas de móvil que graban una actuación escolar, cada una centrada en un solo niño; un grupo de gente sentada en la hierba que observa en una pantalla el puente de Brooklyn, situado justo tras ella: un eclipse a toda pulgada.
Los ilustradores de la revista, con ese punto de vista, han denunciado muchas veces la sustitución de lo real por lo televisado, por la imagen. Con una connotación negativa. La foto de Mingueza se desprende de ese significado interpretativo y, como buen fotoperiodismo, simplemente retrata. Retrata una sociedad. Su comportamiento. Su relación con la tecnología. Es lo que hay. «Niño, deja el móvil», una frase repetida una y mil veces por tantos padres que, mientras la pronuncian, echan un ojo a la última notificación que ha entrado. El derecho a la desconexión empieza a regularse en los convenios laborales. El móvil es de empresa, el uso profesional-personal. El móvil es personal, el uso personal-profesional.
La memoria es traicionera. Fluctúa a lo largo de los años. Aquella tarde en que la Dolorosa de la Vera Cruz volvió a su iglesia hacía frío, la talla estaba perfectamente iluminada, dentro resplandecía el retablo del fondo y la cúpula estaba perfecta después de la restauración. Nuestra memoria aliñará ese momento cada año un poco más. El móvil no. El móvil, si no caduca el archivo MP4, o el JPEG, o no se corrompe la tarjeta o no se moja el aparato, retrotraerá la imagen con el brillo, la nitidez y el contraste que permita el software. Y quizá lo que hoy es un 4K deslumbrante dentro de unos años sea como ver a la Dolorosa en las 625 líneas de un televisor culón. Quién sabe.
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