Discovery y las mil quinientas pelas
«En un cuarto, detrás de algunos expositores, se daban cita habituales de las cabinas de la urbe en busca de novedades. Solía mirarlos con envidia y devoción»
No tengo ni idea de lo que se llevan los chavales de propina en estos tiempos. En los nuestros, con dos mil pesetas teníamos para ... hacer el fin de semana y, si cuidabas el presupuesto sin meterte en ornamentos (y sisabas algo de 'fotocopias'), te daba para cafés hasta el miércoles. La salvedad, en mi caso, ocurría si caminando por Nicolás Salmerón mis ojos se posaban en el escaparate de Discovery. 'La tentación vive arriba', decía Billy Wilder, o simplemente cruzando y abriendo la gran puerta metálica que daba acceso al parque de atracciones musical que veía en esta tienda de discos.
Sin ambages, hubo otros templos sonoros mucho más especializados en la ciudad; caóticos, singulares, refugios ante la mal llamada música comercial donde los vinilos se apilaban casi hasta el techo y preguntar por grupos concretos descubría tu bisoñez o desconocimiento. Los dueños, como Carlos K o aquel tipo guiri de Foxy, parecían chamanes que instruían a los aprendices en los diferentes estilos. Pero no es esa mi historia. Yo iba a Discovery porque lo tenían todo. Desde el maxi que se olvidaría seis meses después hasta el clásico que permanece treinta años más tarde en las estanterías de mi casa. Si usted viste menos de cuarenta años, probablemente no comprenda nada de lo que cuento. Yo compraba un disco porque tenía dos canciones que necesitaba escuchar una y otra vez y, de aquellas, o adquirías el álbum de marras, o te lo grababa alguien que lo tuviera o esperabas a que sonasen en la radio. Al principio mis gustos eran nefandos, las cosas como son, pero resulta que a alguna chavalita de 3ºA es posible que le gustase Snap, Eight Wonder o bagatelas semejantes. Así que allí que me iba, ponía mil quinientas calas sobre el mostrador de Javi, y me largaba con el vinilo a casa para poder hacer esa cinta de varios que quería regalarle días después en el descanso entre las clases de Latín e Historia. Llenar una TDK de 60 incluía unos doce temas, con lo que tardaba varios fines de semana y bastantes propinas en lograr el objetivo.
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Poco a poco, y dado el nulo resultado sentimental cosechado, fui puliendo mi paladar. Lo caduco dejó paso a lo legendario y mi colección cobró cantidad y calidad. Además, adentrarme en aquel negocio tenía algo de ritual. Las prisas actuales no habían hecho acto de presencia y escuchabas con calma. En un cuarto, detrás de algunos expositores, se daban cita habituales de las cabinas de la urbe en busca de novedades. Solía mirarlos con envidia y devoción. De algunos aprendí su amor por los clásicos y la vanguardia. De otros entendí que la banda sonora de cada sábado depende, con ciertos límites, de lo que el público demande. Y, en general, aprecié que existe espacio en esta vieja capital para que cada cual encuentre dónde disfrutar su asueto cómodamente.
Internet y las plataformas supuestamente gratuitas de reproducción acabaron con aquel embrujo. Apenas resisten un puñado de lugares así a nivel nacional y el formato físico ha cedido su lugar en los nuevos hogares de diseño feng shui por razones de almacenaje. Aquellas mil quinientas pelas de un disco para toda la vida son hoy nueve euros que, difícilmente, dan para mes y medio de suscripción volátil. Ya nadie hace cintas de varios, pero tampoco crean listas especiales para personas concretas. No se entrega nada, no se da con cariño, no se invierte tiempo en la selección: se comparte. Ahí lo tienes. «Echa un ojo a esto». Como el que te sujeta la tapa del contenedor mientras tiras la basura, que es el pozo donde va a ir esa relación de canciones que, por otra parte, tampoco te llevó mucho elegir.
Ni me resisto al progreso ni pretendo anquilosarme en un pasado melancólico total, como cantaban Modestia Aparte. Sólo recuerdo que hace décadas aprendíamos letras que seguimos cantando sin fallar una palabra y, a la vez, no nos acordamos del argumento de la porquería de película de Netflix que pusimos el martes por la noche. Por algo será.
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