La ciudad que merecemos
«Una imperfecta dominada por nuestros rechazos, rencores y cuentas pendientes»
La ciudad que merecemos es limpia, segura, sostenible, reconocida, atractiva, tranquila, adaptada, plena de servicios, adecuada para el transporte público y privado, cultural, histórica, receptiva, ... disfrutable y cada ciudadano podría sumarle más categorías según su particular lista. Hay un problema y es que algunos de esos aspectos chocan entre sí y para lograr algo de cal y otro tanto de arena se deben erosionar sus aristas hasta que encajen como una mano en su guante. Y eso no ocurre. Ni va a ocurrir a corto plazo.
La semana pasada les hablaba de la cantidad de eventos que llevamos encima desde el final de las vacaciones hasta el presente, y de los que nos esperan hasta el final del año. Hoy vengo con la rebaja del optimismo porque para tener esa ciudad que podríamos merecer habría que ponerse de acuerdo en unos mínimos y es imposible. Y si es inviable coincidir y lo que hace el resto siempre es dramático, vergonzoso, está realizado a destiempo o cuesta un despilfarro innecesario, entonces no hay manera y no ameritamos alcanzar esa gloriosa urbe. Suele ser este el momento en el que denigramos a nuestros políticos, y la mayoría de veces con justificación, señorías. Porque es insoportable leerles en los medios con el autobombo y el mazo según quién sea el declarante y si el motivo del discurso es una acción propia o ajena. Insufrible. Pero parte del desmerecimiento es del vecino de caña y esquina que es incapaz de dialogar con el compañero de tertulia sin calumniar al rival, sin deshumanizarlo.
Total, que entre dimes, diretes, bicis y patinetes estamos medio año a la gresca y el otro medio peor. Y es tan fastidioso que nuestros jóvenes, según las encuestas, muestran un desprecio total por la política y sólo prestan atención a mensajes apocalípticos o degradantes. ¿Les suena lo de polarizar? Pues eso.
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Valga esto de preámbulo para lo de Puente y Carvajal. El primero apareció por la Casa Consistorial, se atribuyó unas mejoras usando la carta de que se proyectaron en su mandato, hizo unas fotos para inmortalizar la coyuntura (y para tocar las narices al actual equipo municipal, ni siquiera él puede negarlo) y de vuelta a Madrid. La segunda le recriminó vía Tuiter, que como todos saben es el cauce institucional más utilizado por los dirigentes, la bandolera escaramuza y añadió su disconformidad por no haber avisado, que precisamente era el objetivo del otro. La jugada de respuesta le salió regular a la edil porque las prisas, la ira o el desconocimiento le hicieron teclear un par de palabras erróneamente, lo que aprovechó el ministro influencer para resaltarlo, hacer chanza y mofa y continuar con su trabajo que es lo del transporte y el troleo a tiempo partido.
Aquí hay mucha miga y tengo poco espacio. Creo que el error inicial es de Irene Carvajal, porque si algo te parece mal presentas una queja formal, que tendrá su conducto. Y si quieres manifestar un descontento, hay una cuenta institucional que es la del ayuntamiento. Si no correspondiera hacerlo desde ella, tampoco procede desde la personal. Que sí, que entonces el exalcalde gana el relato (que es a lo que vino: a apuntarse un tanto, sacudir el avispero y ver si podía sacar algún exabrupto para seguir tirando del hilo). Pero no estamos en eso; estamos en mantener las formas, el respeto y la bonhomía. Si él no lo hace, habrá canales para manifestar la discrepancia. Pero si te pones a ese nivel, eres la misma camorrista que trata de involucrar al usuario medio con alusiones directas.
Si alguien cree que el tobogán de porquería sólo opera desde un lado que se contenga, que verdes las han segado y hay ejemplos en todos los colores del espectro electoral. Con sus tecleos tratan de espolearnos, de enfrentarnos, de jalear nuestra inquina contra el que no piensa igual. Y esa materialización del agrado o disgusto con una gestión se hace en primera persona y cada cuatro años. Si de una flor sólo podemos fijarnos en las espinas y la avispa que la frecuenta, efectivamente, tendremos la ciudad que merecemos. Una imperfecta dominada por nuestros rechazos, rencores y cuentas pendientes.
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