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Un desfile de viejos coches renqueantes y lentos carruajes avanza por la carretera Salah Al Deen que cruza de norte a sur la Franja de ... Gaza, tierra ahora maldita sembrada por el destrozo de una guerra de quince meses, suspendida hace una semana por una tregua indecisa. Un millón de palestinos que pueblan esa región, habitantes de los campos de refugiados que abandonaron sus casas escapando del estrago del ejército israelí, regresan abatidos en busca de sus viviendas hoy en ruinas. –Espero que la mía sea habitable, porque es lo único que nos queda allí en Beit Lahya– ansía el padre de una familia de diez personas mirando triste a la cámara de la televisión y al periodista. Desde hace una semana, tras la tregua decretada con la falsa alegría de una paz lejana, los habitantes de Gaza descubren apenados el alcance de esa destrucción total.
La cárcel sin techo de la Franja, habitada antes de la hecatombe gazatí por dos millones y medio de palestinos, muestra ahora la devastación de los edificios asolados por los combates. Los cohetes y los misiles israelíes, en busca de los milicianos de Hamás ocultos en una densa red de túneles, no han logrado aniquilar a ese ejército de la sombra que exhibe ahora su autoridad para repartir el suministro de comida, combustible, agua y medicamentos. A pesar de ese vacío de orden y mercancías en toda la Franja, desde Eretz hasta Rafah, cientos de miles de palestinos se preparan para regresar cuanto antes a sus casas, ayudados por las organizaciones humanitarias dispuestas a restaurar ese territorio de Gaza disputado por israelíes y palestinos desde hace casi un siglo.
Nadie se atreve a proclamar victoria en Gaza, porque tanto los israelíes como palestinos han emergido exhaustos de las trincheras tras el conflicto más largo y mortífero de su historia. Israel, sus dirigentes políticos y los ciudadanos, mantiene desde hace décadas una actitud bélica siempre superior y amenazadora. Hamás, el núcleo palestino armado para una guerra de religión con el apoyo de los países musulmanes más radicales, se mantiene al acecho mientras acrecienta su arsenal y su poder militar.
La guerra de Gaza, suspendida con escasa firmeza por una tregua patrocinada por la autoridad menguada de sus países patrocinadores, no ha encontrado aún su final incierto. A pesar de la firma de una paz temporal, tan favorable para los israelíes como para los palestinos, la tregua no tiene certificado para ganar su tiempo. El freno tan deseado de esa guerra secular ha dado sin embargo la esperanza de que se está cerrando uno más de los capítulos dolorosos del conflicto librado en el mismo campo de batalla. La acumulación de sufrimiento y de miedo, de muerte y de renuncias sumada a la impresión de vivir una pesadilla interminable, da un sabor amargo al final de tantos combates. Desde esa perspectiva reiterada, ya nadie se atreve a hablar de victoria. En Israel, nada habrá terminado hasta que el centenar de rehenes todavía en manos de Hamás sean liberados, estén vivos o muertos.
El alto el fuego acordado hace una semana no certifica el final de la guerra. El inicio de una frágil tregua en Gaza ofrece sólo alivio a los gazatíes y jactancia a Donald Trump, el 'factor X' que había prometido un infierno» si Hamás no liberaba a todos los rehenes israelíes. Dispuesto a trastocar el Oriente Medio, Trump presionó a Benjamin Netanyahu, pero la guerra aún no ha terminado. La tregua reaviva la violencia en Cisjordania, donde Hamás y la extrema derecha israelí pretenden desestabilizar esa tierra palestina fagotizada por los kibutz, las comunas agrícolas que han instalado allí casi medio millón de judíos religiosos. La situación es de máximo riesgo. El ejército israelí ha lanzado una operación en los campos de refugiados para ayudar a los ultrareligiosos judíos. Cisjordania se ve afectada por ese nuevo estallido de violencia y Trump pretende poner fin también a esos conflictos locales, los más antiguos de Oriente Medio, y gestionar esa región cercana al Líbano como algo más que una fuente de inestabilidad y tráfico de armas.
Ha llegado quizás el momento de la reconstrucción de la Franja de Gaza, un objetivo siempre difícil que promete ser largo. Desde la cúspide de esa ruina, se aprecian en la tregua frágil los pormenores de la tragedia en el campo de refugiados de Beit Lahya.
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