Gaza, un conflicto perenne
Los servicios de inteligencia militar israelíes suponen que parte de los comandos de Hamás sobrevivirán a esta guerra y mantendrán durante mucho tiempo una parte de su capacidad bélica
Como si la fortaleza del Estado de Israel fuera la consecuencia de un arbitrario prodigio celestial reforzado por el poderío militar estadounidense, la guerra de ... Gaza reproduce cada día el escenario de la brutal violencia que ha provocado ya la muerte de unos 34.000 palestinos en su exiguo escenario bélico de 45 kilómetros cuadrados. El drama ha alcanzado el punto álgido de una guerra sangrienta que dura ya medio año, iniciada por las milicias de Hamás que invadieron durante la noche trágica del 7 de octubre varias aldeas israelíes en su ciega obsesión de destruir a Israel y expulsar a los judíos, «desde el río Jordán hasta el mar Mediterráneo». Nada se sabe de la mayor parte de los rehenes judíos, más de un centenar, que siguen enterrados en los túneles de Gaza; los milicianos palestinos no han mostrado ni el menor deseo de repetir el intercambio de esos rehenes por los miles de prisioneros encerrados en cárceles israelíes.
La fuerza de la diplomacia se debilita en Gaza a medida que pasan allí los días de bombardeos y hambrunas. La artillería israelí y los ataques con drones se han empleado con calculada precisión para aterrorizar a los gazatíes y crear las condiciones de un masivo éxodo palestino en la Franja, desde Eretz hasta Rafah. Los servicios de inteligencia militar israelíes suponen que parte de los comandos de Hamás sobrevivirán a esta guerra y mantendrán durante mucho tiempo una parte de su capacidad bélica. Esa organización terrorista sigue contando además con un elevado apoyo entre la población. Los responsables del Shin Bet (Servicio de Inteligencia Interior) y los jefes militares israelíes del Consejo de Seguridad Nacional presentaron hace una semana a los dirigentes políticos un informe confidencial que reafirma esa fortaleza de Hamás y el pronóstico de que «al menos en esa conclusión final de la guerra, Israel no logrará una victoria absoluta». En la tiniebla bélica de sus túneles donde encubren sus emboscadas, nunca han gozado los comandos de Hamás de tanta popularidad entre el pueblo palestino y los gobiernos musulmanes que nutren su lucha.
En el escenario nimio y cruel de una guerra con tantas incógnitas, el primer error del presidente israelí Benjamin Netanyahu es suponer que si el Tzáhal, sus fuerzas armadas, aniquila los últimos cuatro batallones de Hamás en Rafah, todo habrá acabado. Hamás no es una milicia formada por un número determinado de combatientes, sino un movimiento islamista considerado terrorista, una rebelión alimentada con la potencia del misil y la devoción del Corán cuyas fidelidades pasan de generación en generación. La OLP de Yassir Arafat era laica; Hamás es islamista y servidora a sueldo de los países musulmanes más extremistas, cuyos líderes no se hace ilusiones de vencer militarmente en solitario a una fuerza convencional tan poderosa como Israel asistido con el armamento de los Estados Unidos de América. A pesar de esa superioridad, importa ante todo que la antorcha de la rebelión siga ardiendo y, aunque Israel obligue a Hamás a salir de Gaza, poco habrá cambiado en ese enredado tablero del Oriente Medio.
El presidente debilitado Benjamin Netanyahu y su única estrategia política, la del engaño para librarse de los fraudes que debe resolver ante los tribunales, en lugar de librar una guerra difícil y de largo plazo, se ha embarcado a toda costa en la total destrucción de Gaza. Su estrategia de líder acorralado está enfriando la fortaleza y la confianza de su principal beneficiario más visible, el presidente norteamericano Joe Biden. Mientras Netanyahu busca la permanencia en el poder a toda costa y la victoria bélica definitiva, proyectando aniquilar a cualquier precio las últimas guaridas de Hamás en Gaza, Biden perfecciona su candidatura para la reelección presidencial con un artificioso humanismo imponiendo al presidente israelí respetar las reglas de la guerra y evitar la muerte de los cooperantes internacionales que asisten a casi medio millón de palestinos en Gaza. Joe Biden ha dado un ultimátum a Israel el pasado 4 de abril, tres días después de la muerte de seis cooperantes en el sur de Gaza, víctimas de tres misiles israelíes. El anciano presidente norteamericano está dispuesto a reducir su vital apoyo militar y diplomático a Israel si su ejército no pone coto a esas operaciones de represalia irracional. Israel no entiende que su destino no está en juego en Gaza, sino en el mundo entero.
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