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El próximo día 20 de enero, Donald Trump regresará a la Casa Blanca con una lista de compras y reclamaciones novedosas que están agitando a medio mundo, nacidas de la misma labia que el presidente electo usó para relucir durante el proceso electoral. La formación ... de su gobierno ha provocado inquietud en una buena parte de la opinión pública: muchos ciudadanos no acaban de comprender el riesgo de personajes tan lejanos a la competencia de la gestión gubernamental como Elon Musk, el hombre más rico del mundo dueño de las redes sociales, o el hijo de Robert F. Kennedy designado Secretario de Sanidad, que defiende con ardor las teorías de la conspiración sobre las vacunas.
El nuevo reflejo de la Casa Blanca brilla también sobre el cambio estratégico presidencial en las relaciones internacionales que Donald Trump está ya anunciando con rigor: el derecho a la recuperación soberana que los Estados Unidos exigirá en varios territorios de su entorno geográfico cuya propiedad reivindica el presidente republicano. En resumen, el nuevo presidente conquistador anuncia con arrogancia que Estados Unidos tiene una ventaja secular de legislación comercial en las relaciones internacionales. Hace dos siglos el presidente Thomas Jefferson compró el Estado de Luisiana a Francia por 15 millones de dólares; sesenta y cuatro años después William Seward, Secretario de Estado, compró Alaska a Rusia por 162 millones de dólares.
El negocio de esa compra de territorios se aceleró con la aplicación de la «Doctrina James Monroe», el quinto presidente de Estados Unidos, quien aplicó esta regla a los Estados europeos: no crear nuevas colonias en las Américas, no intervenir en los asuntos internos de los países americanos y no participar en los conflictos entre los Estados Unidos y los países europeos. Esa regla fue rota en 1904: el presidente Theodore Roosevelt, que había ganado como coronel seis años antes la guerra de Cuba, aplicó ese derecho de Estados Unidos para atacar a España tras la falsa razón del hundimiento por sabotaje del acorazado norteamericano 'Maine' en La Habana. Roosevelt aplicó su autoridad en el «patio trasero» de todo el continente americano para defender o imponer su interés nacional. América Latina quedó definitivamente encerrada en la esfera de influencia estadounidense y después de la Segunda Guerra Mundial se aplicó más tarde la ley en una función anticomunista y antisoviética.
Las propuestas de Donald Trump para rescatar el territorio de Groenlandia por su compra a Dinamarca o el sueño de la anexión de Canadá, otro recordatorio renacido de la definición «Estados Unidos primero», no tienen nada de aislacionismo ni de ensoñación: encara la política exterior estadounidense del actual presidente con su misma mentalidad de devenido empresario inmobiliario y su tendencia irresistible a acaparar territorios. La explotación del subsuelo en la ansiada Groenlandia tampoco es sencilla: faltan infraestructuras y mano de obra para sacar de allí litio, cobalto y uranio y, sin embargo, esas riquezas despiertan el deseo de las grandes potencias. La explotación del grafito y la diversificación del suministro interesan tanto a Estados Unidos como a la Unión Europea. Trump ha intensificado sus propuestas de comprar Groenlandia a Dinamarca, amenazando al país con aranceles si no cede al trueque y mantiene sus ofertas para la compra de aquella gran isla helada. Múte Egede, Primer Ministro groenlandés, replica: «Groenlandia es nuestra. No está en venta y nunca lo estará». Y la Primera Ministra de Dinamarca Mette Frederiksen califica esa propuesta de absurda, se contentó con decir que ese territorio es intocable y, para calmar posibles tensiones con Donald Trump, asegura que estaba deseosa de cooperar con Washington en la explotación del Ártico.
Ante la reiterada negativa de Justin Trudeau, el Primer Ministro de Canadá en horas bajas, Ronald Trump amenaza con usar la «fuerza económica», no militar, para unir a Canadá y Estados Unidos, dando a entender que su plan es reducir las compras de productos canadienses. Trump sorprendió hace unos días a la opinión pública norteamericana al no descartar el uso de la fuerza para retomar el control del Canal de Panamá o comprar Groenlandia. Con ese farol, el presidente electo revive una vieja tradición, la del imperialismo estadounidense a principios del siglo XX. En aquella edad de oro que comenzó en Estados Unidos tras su Guerra Civil sueña Donald Trump, el hombre capaz de comprar el mundo con fortunas colosales y corrupción generalizada. El negocio del siglo, o quizás la teoría del caos.
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