Editorial: Mafias migratorias
De la misma manera que hay que socorrer a los sufren, hay que combatir con todo el peso de la ley a quienes se aprovechan de su drama
El asalto de inmigrantes a la valla fronteriza de Ceuta del pasado 26 de julio que posibilitó la entrada de 602 personas procedentes del vecino Marruecos fue de una extraordinaria brutalidad y mostró una bien preparada organización. Los subsaharianos arrojaron cal viva y heces contra los agentes que repelían la agresión, utilizaron aerosoles a modo de lanzallamas y portaban sierras radiales para demoler la valla. Hubo 22 guardias civiles y 132 inmigrantes heridos.
Más de un mes después, la Guardia Civil ha terminado su investigación y ha detectado la existencia de un grupo de organizadores –siete ciudadanos de la República de Guinea y dos de Camerún– dirigidos por un hombre originario de Togo que era el cabecilla de la acción y quien proporcionó los materiales que se usaron en la acción. Todos ellos han sido detenidos en el interior de Centro de Estancia Temporal (CETI) de Ceuta, y el cabecilla ha causado lesiones a un guardia civil al ser reducido. Todos serán acusados de atentado a agentes de la autoridad, pertenencia a organización criminal y daños «por organizar y dirigir la intrusión masiva y violenta» de aquel día.
Los movimientos migratorios, que son la consecuencia del dramático estado de necesidad de determinadas colectividades, están como se sabe en manos de mafias, que explotan la desesperación de los infortunados para exprimirlos y enriquecerse. Y, como cabe imaginar, entre los propios inmigrantes hay siempre desaprensivos que terminan haciendo negocio a costa de sus pares, y personas que están dispuestas a utilizar medios violentos para consumar su pretensión de ingresar en el Primer Mundo.
Es evidente que Europa –y España en particular–, que es un espejo de opulencia para los desheredados africanos, tiene la obligación humanitaria de aplicar las leyes de la inmigración de la forma más incruenta posible, siempre tratando en el horizonte de implementar políticas en origen que eviten estos movimientos migratorios impulsados por el hambre y la necesidad. Pero de la misma manera que hay que socorrer a los infortunados que sufren, hay que combatir con todo el peso de la ley a las mafias que los explotan, que trafican con ellos o que los utilizan como moneda de cambio. En este sentido, la acción de las fuerzas de seguridad españolas en Ceuta, que han entregado a la Justicia a los autores de la brutalidad, es un aviso a navegantes que nadie debería olvidar.