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Martes, 24 de noviembre 2020, 09:21
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El paso de Vicenta Aller por el Hospital Monte San Isidro tras dar positivo en coronavirus no fue especialmente largo ni penoso. A pesar de sufrir un notable deterioro cognitivo, la enfermedad no provocó complicaciones graves en esta leonesa de 85 años.
Todo apuntaba a que el alta médica no iba a tardar en llegar. El pasado miércoles 18 de noviembre los facultativos del centro consideraron que era momento para que Vicenta recuperara la libertad. Como había ocurrido diariamente hasta entonces, el médico llamó a Pilar, su hija, para comunicarle la buena nueva. No era la única conversación que mantenía habitualmente con el Monte San Isidro, ya que la trabajadora social se volcó con la familia en buscar soluciones para el momento en el que Vicenta dejara el hospital.
Después de descartar otros centros, Pilar decidió que su madre seguiría su recuperación en la Residencia Piedras Blancas, ubicada junto a la Carretera de Carbajal.
Una vez que informaron a Pilar del alta inminente, el Hospital Monte San Isidro procedió a formalizar la orden de traslado. La tarde avanzaba y era el momento de subir a Vicenta a la ambulancia que la llevaría a su nuevo hogar.
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Pero una vez en el vehículo, ella dijo que quería ir a casa. Dio su dirección y, a pesar de lo que figuraba en la orden de traslado, la ambulancia enfiló la nueva dirección.
Alrededor de las 21:30 horas del miércoles, un vecino alertó a Pilar, que vive en el mismo edificio que su madre. «Me llamó a la puerta bastante asustado diciendo 'Pili, está aquí tu madre'», confiesa Pilar Aller. Allí estaba su madre, esperando a la nada, en plena calle y con el frío propio de la noche leonesa. Sin llaves, cartera, dinero ni forma de pedir ayuda.
«Nadie me llamó, ni del hospital ni de las ambulancias», lamenta la hija, que explica que «nosotros estábamos confinados desde que se ingresó a mi madre», por lo que la situación generada es penosa«.
La familia no sabe cómo entró Vicenta al portal, donde la encontraron. «Ella no recuerda cómo accedió, si alguien le abrió la puerta o la encontró abierta», recuerda su hija. Lo que no olvidan es aquel momento. «Estaba totalmente desorientada, agotada y con un aspecto penoso».
La incomprensión es la esperable. «No entiendo cómo un trabajador que tiene una cosa por escrito puede hacer caso a una persona con deterioro cognitivo, es extraño y entiendo que se salta todos los protocolos», apunta Pilar Aller, que tuvo serias dudas sobre si poner una reclamación. «Sabemos que los trabajadores de esta empresa, externalizada por la Junta, tienen mucha presión. No tenemos nada en contra de los ellos, pero no queremos que a nadie le pueda volver a ocurrir algo así«.
La familia ahora solo espera que se haga justicia con una empresa «que ha permitido que esto pase».
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