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El líder de los sindicatos verticales que defenestró FrancoNi una calle ni una plaza en Palencia le recuerda. A Marco Porras le llamó la atención que no hubiera que borrar la estela de ... Gerardo Salvador Merino aplicando la Ley de Memoria Histórica. El notario de Herrera de Pisuerga que lideró la Delegación Nacional de los Sindicatos del primer franquismo, con más poder que un ministro, defenestrado por masón y posteriormente empresario de éxito con asiento en los consejos de administración de Uralita, Motor Ibérica y Tabacos de Filipinas carece de biografía oficial. El periodista palentino recrea su vida en 'Gerardo' (Eolas) una novela histórica, pero no solo, que este miércoles firma en su ciudad. Entre el socialista reconvertido a falangista de finales de los treinta y el tecnócrata de los setenta discurre la España del XX.
«Gerardo es una especie de cata de lo que vivió desde la Segunda República, a la Guerra Civil y al franquismo. Era un republicano del que Dionisio Ridruejo llega a decir que es un socialista exaltado, pero entra en contacto con Falange y se hace falangista ortodoxo, en el sentido de ser muy partidario de la revolución nacional sindicalista, la vertiente perdedora del falangismo. Al final Franco consigue domesticar la Falange a base de irle quitando la pátina de idealismo y el sentido social. Coincidió con el viraje de España a raíz que su apuesta inicial en la Guerra Mundial, Italia y Alemania, iba perdiendo. Abandonan un fascismo pata negra y van tornando hacia un régimen conservador, católico, capitalista con intervención del Estado».
Marco Porras elige una estructura de cien capítulos cortos en los que habla a través de la voz de un periodista. «Néstor Rubial es un alter ego, una excusa para buscar un narrador. Quería darle una vuelta a la novela histórica convencional, rescatar la vida de este personaje y que no la contara él ni un coetáneo sino una mirada ajena a esa época». Así que Rubial, reportero de sucesos en excedencia para escribir su primera novela y padre viudo de dos adolescentes, nos cuenta los avatares de un autor novel y de la relación con su amiga editora.
«El libro está salpicado de las dudas, las consideraciones, los planteamientos del narrador. Es un libro híbrido y complejo que quizá aspira contar por un lado cómo se hace una novela y por otro, la vida de Gerardo, atravesada por la Guerra Civil y la II Guerra Mundial cuando Madrid era un hervidero de espías y de trampas porque se está jugando la entrada de España en la contienda mundial».
Periodista narrador
Néstor/Marco ha buceado en las hemerotecas de 'La Voz de Galicia', primer destino como notario de Gerardo, 'ABC' y 'La Vanguardia'. Salvador Merino se casó con una catalana de buena familia que moverá hilos para que le levanten la condena por masonería. Corría 1941, «mentar la masonería era como el comunismo, la bicha, había un tribunal especial. Gerardo tuvo cierto contacto en su juventud universitaria con la masonería. Le arman una trampa para derrocarlo porque hay partidarios del régimen de limitar la revolución nacional sindicalista». Gerardo Salvador enardeció en dos convocatorias del 1 de mayo a sus «compatriotas productores». «Quería reflexionar sobre el trabajo, el gran tema del libro, y los ideales políticos, en un tiempo en el que esas dos cuestiones en España eran más importantes que ahora. En la España de la República, la Guerra y el Franquismo el trabajo era un cuestión de pura supervivencia alimentaria. Entonces la gente pasaba hambre y el índice de analfabetismo era muy alto. Los ideales eran importantes y hasta perniciosos porque propugnan el auge de los totalitarismos que no se explican sin el sustrato de la pobreza. Cuando la gente tiene nomina piso y paga apartamento de playa está poco dispuesta a la revolución».
Palabras como «revolución» considera Porras «van adquiriendo matices distintos. Entonces había revolucionarios de izquierda y de derechas. Gerardo es partidario, como José Antonio Primo de Rivera, de la revolución porque veían que España era un país con la riqueza muy mal repartida y eso lleva a la guerra civil. Gerardo quería que los sindicatos verticales dirigiesen la economía nacional, como lo hicieron los nazis. Su estructura englobaba todas las corporaciones del momento; cooperativas agrarias, asociaciones profesionales, los colegios, con curiosas excepciones; el Consell del Trabajo de Cataluña y la organización vasca similar, lo cual quiere decir que Franco hacía excepciones.
El de Herrera conoció de primera mano al Gobierno nazi. «Fue enviado a Berlín donde se entrevistó con tres ministros y tres jerarcas», rememora el autor. «Gerardo es un hombre muy ambicioso para bien y mal. Trabaja por el ideal joseantoniano de patria pan y justicia que propone Falange. Tiene una ambición que puede cegarle. De Alemania solo ve el lado bonito, la economía que va como un tiro, incluso reclaman trabajadores españoles. Mientras lo procesan se entablan los primeras contactos para que los obreros españoles emigraran allá».
Tecnócrata de éxito
La condena por masonería le confina en la tierra de su esposa y le inhabilita para ejercer de abogado o notario. «En Cataluña se produce el milagro de cómo un defenestrado por el régimen se reinventa. Poco a poco va ganando indultos con la mediación de su familia. Era un hombre muy trabajador, con gran conocimiento técnico y capacidad de liderazgo. Y comienza a trabajar para Uralita, Motor Ibérica y después Tabacos de Filipinas. Aparece en el NO-DO enseñando a Franco los camiones. Creo que el Caudillo llega a reconocer que se equivocó con Gerardo».
Por otro lado, Porras quiere dejar claro que «el franquismo no fue una balsa de aceite. En los primeros años fue una época convulsa donde las diferentes familias que confluyen en el bando nacional literalmente andan a tiros. Convivieron ideologías contradictorias; monárquicos, tradicionalistas, falangistas, capitalistas, terratenientes...». Especialmente orgulloso se muestra Porras con el respaldo del historiador Stanley Payne, que entrevistó a Gerardo en los años cincuenta y ha refrendado su armazón histórico. «Trato de huir los brochazos gruesos porque la historia es muy compleja como demuestra Gerardo, un joven socialista que acaba siendo un tecnócrata capitalista». El novelista se permite un cierto respiro humoroso con el 'dramatis personae' con el que culmina el libro. «Es un homenaje a Carlos Pujol, un sabio, que lo hacía en sus novelas».
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