Daniel Zazo y las manzanas de la eterna juventud
El escritor abulense presenta su nuevo poemario, una reflexión sobre «el paso y el peso del tiempo»
Antes que el título ('Las manzanas de Iduna') fue una fotografía. Llegó la imagen a manos de Daniel Zazo (Ávila, 1985) casi por casualidad, cuando ... apenas la esperaba. Él, con apenas dos años, en primer plano. Al fondo, la silueta borrosa de su abuela Juana. Aquel trocito de papel removió recuerdos («el aroma de su pan con mantequilla») y despertó una inquietud que poco a poco se convirtió en obsesión y que con la escritura intentó mitigar.
Llegaron así (a partir de esa foto, de una peli y una canción) un puñado de poemas que hablaban sobre el paso y el peso del tiempo. La película es 'La eternidad y un día', de Theo Angelopoulos. La canción es 'Como una estrella fugaz', de Luis Eduardo Aute. El poemario es 'Las manzanas de Iduna', una «reivindicación del niño que un día fuimos», publicado por la editorial vallisoletana Páramo y presentado en La sombra de Caín, en la calle Imperial.
«Iduna es una diosa de la mitología nórdica que custodia un cofre de manzanas doradas. Cuando los dioses nórdicos están a punto de envejecer, muerden una de esas manzanas y al hacerlo permanecen por siempre jóvenes», explica Zazo, quien descubrió este mito después de leer una biografía de Friedrich Hölderlin (escrita por Rüdiger Safranski) en la que se contaba que el poeta alemán, durante su etapa estudiantil, escribió en una revista que aludía a este personaje mitológico.
Ahí encontró Zazo un hilo para coser todos estos poemas, que llegan sin título («ya son muy explícitos»), pero agrupados en tres pasajes. El primero es 'Álbum de fotografías'. «Es la parte más íntima. Prácticamente es un desnudo integral, roza casi lo pornográfico desde el punto de vista metafórico; lo impúdico. Intento convertir cada poema en una fotografía y los hay dedicados a mi abuelo, mi madre, el primer amor».
Las partes segunda y tercera son 'As time goes by', como la canción de 'Casablanca', y 'Reloj sin manecillas', como el libro de Carson McCullers. «Estos son poemas más reflexivos, teóricos. No me atrevo a decir filosóficos, pero hay una reflexión sobre el paso del tiempo, sobre mirarse en el espejo y no reconocerse». O descubrirse en esa fotografía de la infancia junto a su abuela Juana. «Quería reflexionar sobre si los adultos traicionamos en exceso la inocencia del niño que fuimos. Y en mi caso, al ver esa foto, me preguntaba: '¿He sido lo suficientemente justo con ese niño? Si lo viera ahora, más de treinta años después, ¿qué me diría? ¿Estaría orgulloso de mí?' No lo sé».
Envejecer es una emboscada
Hay un verso que dice «envejecer es un emboscada», aunque matiza Zazo que también tiene algo de «huida hacia adelante». Queda el recurso de mirar hacia atrás, pese a que «las imágenes y los recuerdos mienten mucho». «Se ha puesto de moda decir que la nostalgia se ha vuelto algo reaccionario y no lo tengo tan claro. Uno recurre a los recuerdos o a un tiempo pasado cuando en la actualidad está rodeado de incertidumbre. Es lógico que el ser humano acabe volviendo la vista atrás y fijándose en aquellos tiempos que no sé si fueron más felices, pero que sí que recuerda uno con una sonrisa en la boca».
Y para domesticar los recuerdos, la palabra. «La poesía ayuda a hacer más llevadero el paso del tiempo, a conocernos mejor a nosotros mismos y el mundo que nos rodea. Es una herramienta que nos puede servir para luchar frente a esa tiranía de las manecillas del reloj», concluyo Zazo, convencido de haber entregado, con este cuarto libro, su obra más «íntima». «Aquí soy yo solo en el papel», concluye.
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