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Portada del libro.

El arte de rescatar

Imágenes iluminadas (Antología poética 1916-1941). Ernesto López-Parra. Editorial Ulises. Sevilla, 2020.

José luis garcía martín

Lunes, 4 de mayo 2020, 20:40

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La erudición literaria, los estudios académicos de la literatura gozan de un bien ganado desprestigio. Es frecuente, demasiado frecuente, que el estudioso carezca de criterio estético, que para él un borrador y un texto acabado tengan la misma importancia, que no distinga entre los poemas que un autor selecciona para reunir en libro y los que deja inéditos o en revistas por su menor calidad.

No cabe duda de que Pablo Rojas, que ha dedicado un volumen a la figura de Ernesto López-Parra y editado a Guillermo de Torre, conoce bien la literatura de los años veinte, pero tampoco a mi entender caben muchas dudas de que Imágenes iluminadas no contribuirá como debiera al rescate del desconocido poeta.

Escritores olvidados hay muchos, que merezcan salir de ese olvido bastantes menos. Ernesto López-Parra lo merece: ha escrito un puñado de poemas memorables. Pero Pablo Rojas nos los ofrece entremezclados con versos de adolescencia o de ocasión, con apolillada retórica modernista o con imitaciones del Romancero gitano.

¿Quién fue Ernesto López-Parra? Fue un coetáneo de la generación del 27 (nació en 1895) que participó en el ultraísmo, aunque sin tomársela demasiado en serio. En La novela de un literato cuenta Cansinos Assens que, en la velada ultraísta celebrada en la Parisiana en 1920, leyó unos versos de corte rubeniano que fueron los que más gustaron y que serían ovacionados al grito de «¡Esto es otra cosa…, esos son versos…, fuera los ultraístas!»

A Ernesto López-Parra, a pesar de que colaboró en todas las revistas del movimiento, acabaron expulsándole del mismo. Póstumamente, sin embargo, sus versos solo han aparecido en alguna antología del ultraísmo.

Ernesto López-Parra era un republicano que se fue radicalizando durante los años treinta. En las memorias de Cansinos Assens, muestra su desengaño: «¡Esta es una República de monárquicos y cavernícolas! --grita en el café Ernesto López-Parra, el poeta toledano, tránsfuga del Ultra, hijo de un padre republicano y masón, al que los neos le hacen la vida imposible en su ciudad--. ¿Querrán ustedes creer que la otra noche, en Toledo, los guardias nos mandaron callar a mí y a unos amigos míos porque estábamos cantando La Marsellesa?»

Su apoyo a la revolución del 34 le llevó a la cárcel. Tras la guerra civil sería condenado a muerte. En 1941 murió, enfermo de tuberculosis, en el penal de Ocaña. Había publicado tres libros: Poemas del Bien y del Mal (1920), La imagen iluminada (1929) y Auroras rojas (1936).

En su antología, Pablo Rojas entremezcla poemas de esos tres libros con otros aparecidos solo en revistas y los divide en cuatro partes. Les añade otras dos secciones de textos inéditos: «Friso español» y «Carcelera».

Comienza la antología con un poema inédito que el padre del poeta, amigo de Galdós, le envío al novelista en 1916 para que le dijera si su hijo tenía o no talento. Se trata de un ejemplo de manida retórica modernista («Diabólico mundano Don Carnal piruetea… / Pierrot y Colombina lloran junto a Arlequín…), que no anima mucho a seguir leyendo y que quizá podría incluirse como curiosidad en un apéndice.

No es el único caso de desafortunado rescate. En «Poesía iluminada», la segunda parte de la antología, tras una selección muy desigual del libro Imágenes iluminadas, se incluyen dos sonetos de ocasión escritos para la reina de las fiestas de Talavera de la Reina en 1929 y publicados en un periódico local.

Una de las secciones inéditas, «Friso español», se dedica a cantar –muy tópicamente- las regiones españolas y parece escrito en la cárcel para participar en algún concurso –quizá propiciado por la revista Redención- o para congraciarse con las nuevas autoridades (puede compararse el poema dedicado a Asturias en esta serie con los que se le dedican en Auroras rojas, donde por cierto se habla del puerto gijonés «del Museo», en lugar de «del Musel»).

En la sección última, «Carcelera», se encuentran algunos de los más conmovedores poemas del volumen, los que nos demuestran que López-Parra era algo más que un epígono del modernismo o un tránsfuga ultraísta: algunos sonetos («¡No le llores mujer!», «Odio a la plebe de carroña inmunda», «Ese alerta»); algún romance «El reloj cuenta en la cárcel…»); la repulsa de «El nuevo Cristo», el Cristo de los vencedores: «Este Dios, lleva oculto en las espinas / de la corona cruel de su martirio / los dos cuernos del Diablo, y en sus ojos, / de Luzbel el dramático estrabismo». Destaca también «No puedo más», donde el poeta sueña con el suicidio.

Pero estos poemas confesionales e inolvidables, Pablo Rojas ha tenido a bien entremezclarlos con otros, como «El alarife del rey» que no pasan de ejercicios de trasnochada retórica (quizá se conservaran en las mismas carpetas y fueran escritos también en la cárcel, pero el antólogo debería haber sabido discriminar).

Aunque haya en ella un puñado de poemas verdaderos, están tan entremezclados con otros sin interés, que dudosamente este antología rescatará del olvido a Ernesto López-Parra, un poeta sin duda menor, pero también verdadero en sus varios tonos: el de la machadiana denuncia de la Castilla tradicional, «tedio, pereza y fanatismo»; el posmodernista a lo Fernando Fortún o Andrés González-Blanco ( «Yo adoro a esos humildes poetas que soñaron, / tal vez, con los inciertos laureles de la gloria»); el que jugó con la nueva estética vanguardista («Nocturno de la ciudad», «Casa vacía»), incluso el de la ingeniosa «Novela en los ojos», que algo tiene de renovada dolora campoamoriana, para terminar con la media docena de poemas carcelarios que le dan un lugar de honor en cualquier selección sobre el tema.

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