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La música en 'streaming' ha conolizado la industria desde 2009. EL NORTE
Cambios culturales

El 'streaming' silencia los ritos de la música

El nuevo 'R&B' que emana del hip hop y el rap relega al rock y al pop como el género urbano reinante

Viernes, 11 de marzo 2022, 00:04

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Lo llaman democratización, aunque en realidad es el consumo de la inmediatez. Hoy se hace y se escucha más música que hace trece años, cuando El Norte de Castilla alumbró La Sombra del Ciprés. El aficionado dispone a su alcance de un catálogo inabarcable. El acceso solo está a un par de clics. En estos tiempos de amplitud y diversidad en la oferta, de fronteras sonoras difuminadas por la globalización tecnológica y de la preponderancia de la reproducción digital, cada evolución es engullida por la siguiente. Y esa es la revolución. La industria ha acelerado la rotación sobre su propio eje para adaptarse a los modelos de consumo a tal velocidad que artistas, discográficas, modas o promotores han salido despedidos por la fuerza centrífuga de los cambios. Los formatos físicos como el cedé, en franca retirada, han sucumbido a la inmensidad de las plataformas digitales y las redes sociales. Sin embargo, frente al poder del 'streaming', emergen insospechados resurgimientos como el del vinilo, que en 2021 logró ventas desconocidas desde hacía treinta años.

Ya no se liga en los bares, el cortejo ha mutado sus códigos, y más aún en los dos últimos años de confinamientos y restricciones. Cierres de salas y suspensiones de conciertos y festivales (que añoran el empacho del pasado decenio) removieron hace dos años el nacimiento de la plataforma 'Alerta Roja' que advertía del luto por la escena musical, que ya transitaba enferma desde 2012 por la subida del IVA cultural.

Spotify, Deezer o Tidal han cambiado el paradigma. Para bien, porque jamás se ha escuchado tanta música y porque talentos que antes permanecían ocultos poseen ahora un altavoz. Esa es la democratización. Sin embargo, tanta accesibilidad ha banalizado la esencia. De ahí que la industria deambule en los últimos años entre penumbras, confusa por el incierto futuro. Neil Young retiraba hace unas semanas su catálogo de Spotify porque en esa voracidad del 'streaming', un podcast colaba la opinión de un líder antivacunas. Ya no son las dudas de un modelo de negocio que deja exiguos beneficios ni la falta de control sobre la obra, ahora se abre el debate de la convivencia de los mensajes.

Los interrogantes también han bosquejado en estos trece años tendencias sin cristalizar. Eso sí, una cosa está clara, la escena la ha ganado el nuevo 'R&B' norteamericano frente a un pop y un rock que han cedido el cetro de géneros soberanos. El nuevo 'rhythm and blues' ha sabido enriquecerse de los algoritmos que encumbran al hip hop y al rap como los reyes. A partir de ahí se han aliado con la electrónica, el jazz, el soul, el funk o el rock para moldear un género poliédrico y popular que ha tomado la calle. Drake, Kaney West, Beyoncé, Solange, Frank Ocean o Kendrick Lamar rigen en el reinado del pop negro.

Una de las múltiples caras de un 'R&B' globalizado rezuma ritmos latinos. Bad Bunny o J. Balvin han abanderado esta eclosión, cuyas ondas expansivas de la fusión alcanzaron España, con Rosalía ahondando en una transversalidad que ha derivado a su vez en el reguetón o el trap, que han hecho del autotune el hito de la artificiosidad musical.

Las lindes estilísticas se han ido diluyendo por el consumo masivo de música que ha ido derribando las barreras que separaban el más crematístico 'mainstream' del romanticismo independiente.

Otra certeza de estos trece años es la irrupción para quedarse de la música electrónica de baile apoyada en el 'streaming' y en una conexión más global que nutre a este combo en el que caben el house, dubstep, techno, eurodance y una suerte de subgéneros. Daft Punk, Skrillex o el malogrado Avicii han viralizado esta batidora.

Por su parte, el rock y el pop han escarbado en las raíces para confrontar pureza frente al artificio digital. Figuras inagotables han racionado sus obras frente a la profusión del 'streaming'. Bob Dylan, Nobel de Literatura en 2016, es un ejemplo de la resistencia de la música del pueblo, junto a Nick Cave, Cat Power o Wilco y un nuevo folk. En España también se ha producido esa conexión entre tradición e innovación. A veces, el ejercicio ha sido lingüístico, con el empoderamiento de la canción catalana; en otras ocasiones ha sido desde la transgresión y la incomodidad, como El Niño de Elche.

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