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El poeta extremeño Basilio Sánchez acompañado por Antonio Colinas tras recoger el Premio Loewe.. Efe
El mundo está bien hecho

El mundo está bien hecho

La esencialidad del mundo y de la palabra en el último poemario de Basilio Sánchez

Yolanda Izard

Valladolid

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Jueves, 23 de mayo 2019, 20:50

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Confieso que tengo una especial debilidad por la poesía de Basilio Sánchez (Cáceres, 1958) y que siento hacia ella una profunda afinidad de sensibilidades. Libro tras libro, he ido conociéndola y degustándola, y ella solo ha exigido de mí que abra mis sentidos y me disponga a escucharla. Eso es lo que de nuevo he hecho con su último poemario, 'He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes', Premio de Poesía Fundación Loewe, alertada ya desde el mismo título de que lo que alojaba en su interior era sagrado, como los antiguos reyes-dioses, y que permanecía en ese lugar en el que uno siempre se siente a gusto, en la naturaleza que heredamos y en la trascendencia. Pero también el título me daba algunas pistas sobre las palabras que iba a escuchar, y que en efecto están talladas con sensibilidad y rigor y un fecundo poso de misterio.

Y voy a decirlo desde el principio: este es su mejor libro. No solo por la voluntad de su autor de abarcar un mundo unitario y espiritual; no solo por la forma como acomete la entronización de sus temas habituales, dándoles un giro definitivo hacia lo esencial, o por los guiños que hay en su construcción (tomando el último verso del último poema como título de la siguiente parte), sino también por su capacidad para acotar lo intemporal, los espacios primitivos, el eco de la antigüedad previo al desorden, y que todo ello simbolice al hombre con mayúscula, su esencia sin historia. El ser humano en su pureza más absoluta interactuando con el mundo en su pureza más absoluta.

Es un mundo elemental, primitivo, sin contaminar, un universo que «sigue intacto» y que «desborda plenitud». Y el poeta representa con su palabra a cada uno de los hombres en comunión con la tierra: «Vengo de la sustancia de la tierra, / de su barro balsámico». Es casi el tiempo de la protohistoria o, en todo caso, no hay nada en este libro que recuerde o sea reflejo del mundo actual: es «el amanecer de los sentidos» de un mundo ancestral donde hay monasterios, pastores de cabras, hachas de sílex o peregrinos que apenas pespuntean un paisaje que lo abarca todo, porque se trata de celebrar todo lo que existe. Basilio Sánchez traza un mundo benigno, compasivo, de una pureza meditativa y contemplativa que pace en la serenidad y en el sosiego, pero sin falsa inocencia, porque «el poeta no es un profeta visionario, sino quien lucha contra los elementos» sirviéndose del lenguaje.

De hecho, en la tercera parte abunda la meditación sobre el quehacer poético y la poesía: el poeta es uno de esos arqueólogos de uno de sus poemas que trabaja en la profundidad del yacimiento, que excava en busca de las primeras palabras, de los primeros signos: «El lenguaje / te obliga a decir bien lo que has oído / de la brizna de la hierba», y escribir supone «regresar otra vez al principio, / al hervor silencioso de la nada, / al caldo primigenio».

En definitiva, este libro, como un tesoro oculto durante milenios y recién descubierto, trata de un mundo bien hecho, repleto de semillas, en el que los lugares y los tiempos están interconectados, como realidades simultáneas, y el poeta siente tanta gratitud por formar parte de él que utiliza las palabras como un regalo para devolverle lo que le ha sido ofrecido: la luz, un riachuelo, el viento, árboles, agua, pájaros, hojas, musgo, bosques, un relámpago, una higuera, el mar, las estrellas… porque «la poesía es el oficio del espíritu» y la misión del poeta es «abrir una ventana y asomarse en silencio a la ternura / de lo que ya no existe», atento a revivir sus revelaciones y sus señales de luz. Un poemario exquisito, ungido por una extraordinaria sensibilidad hacia el mundo y sus bienes.

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