Una escritora llamada Margaret Atwood
La autora canadiense reivindica en su obra la autonomía del individuo para ser dueño de su destino, incluso con sus equivocaciones
La fama de Margaret Atwood se sostiene en una carrera literaria continuada en la que ha practicado, por así decir, la novela, el cuento, la ... poesía y el ensayo. Es, podemos afirmar sin exagerar, una escritora total. Escribe ficción al tiempo que reflexiona sobre su oficio. En este terreno Atwood argumenta que el escritor no es una persona aislada de la sociedad, como pensaban románticos, decadentes y estetas, sino que es parte de la sociedad en la que vive y está sometido, como el resto de individuos, a las formas de producción que imperan en la sociedad; igualmente, comparte ideas, mitologías e ilusiones con quienes lo rodean, aunque también es verdad que su figura tiene un elemento simbólico que la diferencia, pues, para bien o para mal, todo el mundo espera de él algo que vaya más allá de la simple narración de lo existente. El escritor ha de plantear un problema moral que, mejor o peor, los personajes resolverán en las páginas de la novela.
Atwood es una escritora muy consciente de que su compromiso es con la obra de arte y no con la caprichosa sociedad de cada momento. Así, es normal que en sus novelas aparezcan personajes femeninos oscuros y negativos, como, por ejemplo, Grace Marks en 'Alias Grace' (1996). Puede extrañar que, siendo una escritora feminista, Atwood, en contra de la tendencia dominante, señale la maldad de una mujer. En realidad, es indicio claro de su lucidez y de su compromiso con toda la sociedad y no solo con parte de ella. Atwood sabe muy bien que toda ideología es una lente que distorsiona la realidad que despoja a esta de su complejidad, su textura, sus matices y sus grises. El escritor ha de desmontar, desde la ficción y el ensayo, los mitos ideológicos de su época aun a riesgo de que lo critiquen y no lo comprendan. Ha de enfrentarse a ese miedo a la libertad de palabra que Greg Lukianoff ha descrito con lucidez en un panfleto de título similar.
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La novela histórica y la distópica son dos géneros con los que la escritora canadiense logra el empeño de demoler los lugares comunes y los prejuicios. La más famosa de las novelas del segundo grupo es 'El cuento de la criada' (1985), que goza de un renacimiento extraordinario gracias a la serie televisiva. En 'Distopías en femenino' Letras Libres (septiembre de 2019), Aloma Rodríguez acaba su artículo sobre Atwood y Joyce Carol Oates con la frase: «el Estado totalitario siempre llega con la promesa de las grandes virtudes», resumen exacto del empeño crítico de Atwood en esa novela, y que sirve igualmente para 'Oryx y Crake' (2003), narración del mismo género donde la ingeniería genética configura la sociedad en un sentido literal, pues el padre de uno de los protagonistas trabaja en un laboratorio donde un grupo de científicos crean especies híbridas tanto de plantas como de animales. La red telemática ocupa un lugar central en la vida de todos los habitantes, quienes, gracias a ella, pueden obtener satisfacciones, entre ellas la sexual, de manera más o menos inmediata. Gracias a dicha red, uno de los personajes encuentra a Oryx, joven sin muchos escrúpulos y fugaz actriz de cine porno. Un cataclismo en el planeta donde viven los obliga a huir en busca de algún lugar habitable. Al llegar a la Tierra pasean por una playa en busca de vida humana, en una quizás no muy sutil alusión a una famosa película, asimismo distópica, de la década de 1970.
En la ficción histórica Atwood también encuentra el modo de plantear un dilema moral en el que los matices y las zonas de sombra tienen un lugar destacado, otorgando a la ficción un espesor humano del que carecen las fabulillas maniqueas. Así, 'Alias Grace' es la historia de Grace Marks, una joven criada que colabora en el asesinato de su patrón y del amante de este en 1843. Para reflejar la complejidad moral del asunto, Atwood incluye los testimonios históricos y las actas del juicio en una ficción bastante compleja donde el psiquiatra de Grace mantiene correspondencia escrita con la madre de ella, con el reverendo Verringer y con algunos médicos. Tiene también el lector la vida de Grace contada por ella misma: su orfandad, su viaje de Irlanda a Canadá con el propósito de mejorar en la vida, el encuentro con Thomas Kinnear, las razones por las que lo asesina y su ingreso en el manicomio. Todo ello hace de Grace un personaje complejo, con su clara generosidad en algunos momentos y sus sombríos impulsos en otros. No procura la escritora explicar el comportamiento de Grace a la luz de la vida que tuvo ni culpar a la sociedad en que Grace vivió. Sobresale en la novela la defensa de la libertad: uno es responsable de sus actos, y la mera sugerencia de descargar la responsabilidad personal en el determinismo social es una manera torpe y ruin de abdicar de lo que nos configura como personas: la libertad individual. Frente a la heteronomía social y política que bulle, cada vez con mayor estruendo en la sociedad, Atwood reivindica la autonomía del individuo para ser dueño de su destino, incluso con sus equivocaciones.
Entre los cuentos destaca la colección 'El huevo de Barbazul' (1983), y dentro de ella 'Lulú, o la vida doméstica del lenguaje' en el que satiriza a las jóvenes artistas existencialistas y ajenas a las convenciones y todavía critica más a los jóvenes artistas, aún más existencialistas, pagados de sí mismos, incapaces de llevar una vida convencional, y necesitados de personas como Lulú para que se hagan cargo de ellos, de sus manías y de sus egoísmos.
Margaret Atwood, seudónimo de O.W. Toad, sabe demasiado bien que no hay una relación unívoca ni exacta entre realidad y ficción, que toda ficción es solo una recreación subjetiva de lo que el escritor observa, y que nada hay más perjudicial para la literatura que la denuncia social propia del realismo ingenuo. Entre los problemas morales de sus narraciones está la falta de correspondencia entre las buenas intenciones que mueven a las personas y las consecuencias, a veces monstruosas, que se derivan de tan buenos empeños. De nada sirven estos si el resultado perjudica a alguien.
Algunos críticos han dicho de ella que no es una feminista radical. Tampoco la consideran una nacionalista canadiense radical, dicho sea de paso y en favor de ella. Es, por fortuna, una gran escritora que, a la hora de escribir, se concede total libertad para representar la complejidad de las personas y de la sociedad, gracias a las cuales evita el maniqueísmo de tanta ficción contemporánea y logra, para fortuna de los lectores, novelas con una densidad humana sustentada en la exploración de la ambivalente naturaleza humana. Novelas, en resumen, que unen lo ameno con lo provechoso: simbiosis hoy en día tan insólita en la literatura.
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