El arte de la hospitalidad
Leer a Dickens es como asistir a un banquete. Uno de esos banquetes donde se reúnen los comensales más diversos, y donde no dejan de servirse todo tipo de platos y bebidas
gustavo martín garzo
Viernes, 13 de noviembre 2020, 08:08
Charles Dickens escribió un cuento en que un fantasma elegía invariablemente para volver al mundo los lugares en los que había sido desgraciado. Sus apariciones ... solían ser terroríficas, pues estaba lleno de odio, hasta que alguien sensato se lo recriminó. Su argumento no pudo ser más convincente. «Puesto que puedes regresar de la muerte, ¿por qué no lo haces a los lugares y a los instantes en que fuiste feliz, en vez de hacerlo a aquéllos en que fuiste maltratado?» Dickens es el verdadero heredero de Cervantes. Es curioso que sea él, un escritor inglés, quien recoja tal testigo. En nuestro país nadie supo hacerlo y esa es una de las tragedias de la literatura española. Ni siquiera el gran Galdós fue por esa senda: la de arte como hospitalidad.
Para Dickens sus héroes eran antes que nada sus invitados. Esto lo dijo Chesterton, que escribió que sus novelas eran una especie de gran almacén de todas las emociones humanas. El creador del padre Brown podría haber dicho algo así de Miguel de Cervantes, cuyos libros son también un muestrario de esa inagotable variedad del corazón humano. Alonso Quijano y Sancho Panza podrían haber sido personajes de Dickens; lo que es lo mismo que decir que una buena parte de los grandes personajes del escritor inglés podrían haber pululado con naturalidad por las páginas de Cervantes, salvando como es lógico los pequeños problemas derivados de la adaptación a los distintos tiempos que les tocaron vivir: la España de la decadencia y la Inglaterra industrial. Ninguno de los dos es, en sentido estricto, un escritor realista, aunque ambos hablan de la realidad y ambos contribuyeron a cambiarla. Los dos, por utilizar otra expresión de Chesterton, son creadores de lo imposible, y a este tipo de escritores no suele afectarles mucho el paso del tiempo. Es a los escritores realistas a quienes lo hace. Las aventuras de Aquiles siguen emocionándonos, pero no sabemos si fueron posibles alguna vez. ¿Importa? No, no importa. El escritor inmortal va más allá de la observación. Y eso hacía Dickens, como hizo siempre Cervantes. Por eso sus personajes siempre están a caballo entre dos mundos, el de lo real y el de lo poético. Su tendencia a lo locura, a la exageración, su lado caricaturesco, nunca surge de un defecto sino de un exceso de vida. Y esto sucede no solo con los bondadosos o positivos, sino con los malvados. Es verdad que mister Bumble, en Oliver Twist, es un personaje despreciable y cruel, pero no lo es menos que nadie puede sentirse absolutamente desgraciado en su presencia, ya que nos lo impide el espectáculo de su singular locura. Y es que para Dickens el mundo podía ser terrible, pero era siempre interesante.
Leer a Dickens es como asistir a un banquete. Uno de esos banquetes donde se reúnen los comensales más diversos, y donde no dejan de servirse todo tipo de platos y bebidas. Hasta el agotamiento. Con los personajes de Dickens, como vuelve a decir Chesterton, uno nunca dudaría en irse de juerga. La diversión está asegurada, porque el mundo para ellos nunca es un lugar aburrido. Para el escritor inglés hay algo peor que pasen cosas malas, y esto es que no suceda nada. Eso es el verdadero infierno. Un infierno que nunca aparece en sus libros
Sus personajes son almas que viven en una cárcel, pero son siempre almas vivas. Dickens escribió sus libros para mostrarnos cuánta felicidad puede haber en la vida de los desgraciados. Para hablar de los deleites de los pobres, que es lo que somos todos.
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