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Desde 2009 Abel de Roba, de 61 años, comenta a los turistas las particularidades del ermitorio mozárabe de los Santos Justo y Pastor, en Olleros de Pisuerga. Antonio Rubio
Los custodios del románico

Los custodios del románico

Medio centenar de voluntarios de pueblos de la Montaña Palentina abren y enseñan sus templos a los visitantes. Su recompensa, disfrutar de la satisfacción y la sorpresa de quienes acuden a contemplarlos

JESÚS BOMBÍN

Jueves, 1 de enero 1970

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Se le sube al rostro un gesto de satisfacción a Ascensión Montiel, de 75 años, al hacer recuento de los turistas a los que ha abierto el fin de semana la ermita de Santa Eulalia, en la localidad palentina de Barrio de Santa María, enclavada en una ladera a 14 kilómetros al oeste de Aguilar de Campoo: 120 personas han escuchado sus explicaciones, puntero láser en mano, sobre el templo, del siglo XII. «Ha valido la pena el 'uuuaauuu' que escuché a un chico de Estados Unidos cuando le abrí el portón y vio lo que hay dentro», asegura Ascensión, también alcaldesa de este pueblo de 36 habitantes.

A su casa va a buscarla todo aquel que quiera conocer Santa Eulalia. Eso sí, algunos turistas la llevan en su coche porque tiene que salir del pueblo y caminar por una senda hasta alcanzar la cima. «Solo me he negado una vez a enseñar la ermita, un día de invierno con un metro de nieve en las calles. Un grupo quería verla y me decían que fuera con ellos, que llevaban raquetas para andar», comenta la mujer, con una prótesis en una cadera a raíz de una caída en su casa.

Desde mayo lleva contabilizados 3.200 visitantes que han atravesado el enorme portón original de tejo, protegido por un grueso cerrojo de hierro que descorre cada vez que accede a la iglesia. «Es bonito ver cómo se llena de forasteros que suben por la cuesta», refiere antes echar la vista atrás para recordar cuando había 45 niños y niñas en la escuela. «Ahora –prosigue con un gesto de resignación– solo son dos y van a clase a Aguilar».

Del trato con la gente cuenta que es bueno, que es raro encontrar una persona desagradable durante las visitas, «aunque a algunos les duele dar el euro de donativo para mantener el templo».

Emigró a Bilbao a los 17 años y volvió al pueblo donde nació en el año 2000. Desde entonces, guarda la pesada llave de hierro que franquea el paso al recinto donde el viajero se sumerge en el mundo del medievo guiado por unas pinturas murales tardorrománicas. «Los demonios de la derecha representan la soberbia, y los de la izquierda, la lujuria», detalla mientras señala las figuras de la decoración de la portada del templo.

Ascensión Montiel comenta con un puntero láser las pinturas de Santa Eulalia, en Barrio de Santa María.
Ascensión Montiel comenta con un puntero láser las pinturas de Santa Eulalia, en Barrio de Santa María. Antonio Rubio

Ermita de Santa Eulalia, en Barrio de Santa María, a 14 kilómetros de Aguilar de Campoo.
Ermita de Santa Eulalia, en Barrio de Santa María, a 14 kilómetros de Aguilar de Campoo. Antonio Rubio

Ascensión es una de las grandes aliadas y transmisoras del encanto del románico. Sin su dedicación, los miles de turistas que cada año se desperdigan por aldeas de la Montaña Palentina no podrían disfrutar de este arte disperso y casi oculto. Al contrario que los monumentos que explican y abren al público, ellos no aparecen en las guías y su labor silenciosa y anónima resulta cada vez más apreciada. Así queda reflejado en el libro de visitas de la ermita, donde alguien estampó este comentario: «Si los profesores explicaran las cosas como esta señora, estudiaría arte».

Aunque sus conocimientos artísticos sean limitados, los guías han aprendido la historia y características del entorno que enseñan y de sus piezas. Incluso echan mano, como Elena Martín Rodríguez, de 72 años, del asesoramiento de su hijo, doctor en Historia. «Lo que cuento me lo ha enseñado él, que me aconseja que no me líe, y eso sí, a los visitantes les pido disculpas antes de empezar», confiesa mientras recorre, también en Barrio de Santa María, las naves de la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción.

Eutimia Arranz explica a un grupo de turistas la historia de la iglesia de San Salvador, en Pozancos.
Eutimia Arranz explica a un grupo de turistas la historia de la iglesia de San Salvador, en Pozancos. Antonio Rubio

Cuarenta años lleva asentado en Olleros de Pisuerga Abel de la Roba, de 61 años, antiguo trabajador de una fábrica de harinas de la zona y camionero. Lleva nueve años mostrando el eremitorio mozárabe de los Santos Justo y Pastor. «Habitualmente la gente pregunta por mí y vienen a buscarme a casa para que les abra; este año, con Las Edades del Hombre, por aquí han pasado más de 10.000 personas». Leyendo y escuchando historias sobre el lugar, ha logrado documentarse con información que después expone ante las visitas. «No hay día que no dé dos o tres paseos para abrir y recibir gente, y los lunes, cuando está cerrado, aprovecho para barrer y limpiar, pero siempre se mete alguien», dice quien hace esta labor porque se siente a gusto enseñando su pueblo y su iglesia.

Si se tercia, tampoco cierra los lunes la iglesia de San Salvador, en Pozancos (20 habitantes). Justo enfrente vive Eutimia Arranz, de 74 años, que si atisba algún turista le deja pasar aun siendo día de descanso. «Mi madre estuvo enseñándola y ahora lo hago yo», una dedicación que le entusiasma por más que la correción política aplicada al arte le depare algún desencuentro. «Yo explico el altar hablando de la figura de Santiago Matamoros, pero un día vinieron dos chicas de Galicia y se ofendieron», se sorprende esta antigua maestra mientras revela con detalle las particularidades de un retablo del siglo XVI a un grupo de turistas valencianos.

«El románico ha resistido en estos templos porque al estar enclavados en zonas pobres no había dinero para construir otras iglesias; y ahora es un recurso turístico y cultural de primer nivel», se congratula José Luis Calvo Calleja, delegado de patrimonio de la diócesis de Palencia, que el pasado lunes homenajeó a 56 voluntarios de los templos con una visita a Las Edades del Hombre. Sin ellos, disfrutar de las joyas milenarias del románico estaría al alcance de pocos.

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