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Basinger y Rourke en una de las escenas de la película.
Nueve semanas y media… y 30 años después

Nueve semanas y media… y 30 años después

La película sobre erotismo y sometimiento de Adrian Lyne, con Kim Basinger y Mickey Rourke, cumple tres décadas y confirma su liderazgo en el cine erótico-escandaloso por encima de ’50 sombras de Grey’

José María Cillero

Martes, 16 de febrero 2016, 21:06

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Si los tiempos que corren tienen en Cincuenta sombras de Grey (2015) su película erótico-escandalosa, los añorados 80 tuvieron la suya en Nueve semanas y media (1986), que este año celebra su 30 aniversario. Ambas comparten escenas de sexo sofisticado, más sugerido que explícito, y dosis de sometimiento de la mujer.

Por lo demás, si hubiesen intercambiado entre sí las fechas de estreno, si las 50 sombras fuesen de 1986 y Nueve semanas de 2015, apenas se habría notado en lo que se refiere a la escasa e insustancial- trama de una y otra y a la calidad cinematográfica de ambas, lo que deja en mejor lugar a Nueve semanas y media, que goza de más peso interpretativo, menos concesiones al espectador y, sobre todo, cuenta con escenas que se han incorporado al imaginario cinéfilo mundial, como el sensual baile de la Basinger en contraluz mientras suena la voz rota de Joe Cocker cantando You can leave your hat on.

O la del cubito de hielo, sin olvidar la de la nevera, rodadas todas con estética de videoclip y con acertada selección de canciones, además de Cocker, en la banda sonora figuran temas de Eurythmics y Bryan Ferry, Billie Holiday y Devo.

Como cabe imaginar, no fue una película a la que le pusiera las cosas fáciles la industria cinematográfica estadounidense, donde disparos y golpes han gozado siempre de mucha más profusión de planos que besos y tocamientos. Cinco años le costó al guionista y productor Zalman King convencer a un estudio para que produjera una película basada en el relato autobiográfico de una periodista de revistas femeninas que plasmó su experiencia vital en una novela mucho más dura de lo que se adaptó a la pantalla editada en 1978 y cuyos derechos para el celuloide adquirió King en colaboración con un amigo, según recuerda Guillermo Alonso en Vanity Fair.

Cuando por fin la historia se convirtió en proyecto cinematográfico se escogió al británico Adrian Lyne, que acababa de triunfar con Flashdance (1983) como realizador; de inmediato sonaron nombres de actrices para interpretar a la protagonista Kathleen Turner, que basaba sus oportunidades en su interpretación en Fuego en el cuerpo, cinco años antes; Isabella Rossellini, que se desquitó formando parte del plantel de Terciopelo azul, de David Lynch ese mismo año, o Teri Garr, quien había triunfado en El jovencito Frankestein (1974)-.

Pero Lyne apostó desde el principio por Kim Basinger para el papel de Elizabeth por su aspecto frágil, de niñez e inocencia. «Es una actriz muy instintiva», según la definición del director. Sin embargo, el promotor del filme, Zalman King, que también la conocía -había participado en el guion de Nunca digas nunca jamás, donde Kim era una chica Bond- no lo tenía tan claro. Tampoco la actriz Margaret Whitton, que interpretaba el papel de la mejor amiga de la protagonista, quien asegura que le costó mucho conectar con ella, que era tímida e insegura y se pasó el rodaje en una posición muy vulnerable.

No era tan fácil escoger un actor para darle réplica a la frágil rubia. Los más taquilleros en ese momento eran Sylvester Stallone, Eddie Murphy, Clint Eastwood y Michael J. Fox, quienes por una razón u otra no encajaban en el papel. Entonces surgió el nombre de Mickey Rourke, que venía de protagonizar a un atormentado policía de Nueva York en la dura Manhattan Sur (1985), de Michael Cimino, y se llevó el rol de bróker de éxito con rebuscados gustos sexuales (en los dorados ochenta, los brókers ligaban más que los futbolistas de hoy en día). La película encumbró a la pareja protagonista, si bien Basinger sobrevivió mejor a la convulsión posterior a su estreno tampoco para tirar cohetes, hasta LA Confidential (1998), que le valió el Oscar a la mejor actriz de reparto, deambuló por cintas como Cita a ciegas (1987), Batman (1989), Análisis final (1992) y La huida (1994)-. Rourke por su parte quedó noqueado por el éxito y por la forma en la que lo alcanzó, convertido en sex-symbol hollywoodiense, etiqueta que abominaba y por la que su carrera como actor pagó un alto precio. Quien salió mejor de aquello fue el director, que al año siguiente rodó Atracción fatal, que le reportó seis nominaciones al Oscar, incluyendo mejor película, director y actriz (Glenn Close).

El rodaje no fue una experiencia agradable para la frágil Kim Basinger, si bien Adrian Lyne se apoyó en esa vulnerabilidad de la actriz para construir la relación entre ella y Rourke. El director prohibió que se conocieran antes de comenzar a filmar. «Necesitaba que ella sintiera miedo de él. Si hubiesen quedado para tomar un café, se habría pedido esa sensación», contaba Lyne durante la promoción. En el set, daba detalladas instrucciones a Rourke y dejaba in albis a Basinger, para que la rubia fuera todo susto y confusión. Incluso preparó escenas recurriendo a la fuerza y la agresividad, ejercidas por el actor sobre su compañera de rodaje, quien al parecer- lo aceptó en aras de alcanzar el efecto dramático que el realizador buscaba en ella. Margaret Whitton, actriz de reparto en Nueve semanas confirma este juego de torturas físicas y psicológicas entre Lyne y Rourke sobre Basinger. «Es muy difícil guardar un secreto durante un rodaje», advirtió después la intérprete del rol de mejor amiga de la protagonista. Aunque no es menos cierto que este tipo de escándalos, veraces o no, son oro líquido para la promoción de una película, más si se anuncia como una historia de amores tortuosos y dominación. En este sentido, corrió también el rumor de que el protagonista descuidó su higiene personal durante la filmación del largometraje, algo que no parece descabellado a la luzde la trayectoria posterior del que luego fue boxeador y que provocó las quejas de su compañera de reparto, que le acusaba de oler mal.

Antes de su estreno en EE UU hubo un pase previo ante mil personas y setecientas de ellas dejaron sus butacas a la mitad de la proyección; casi toda la crítica profesional la vilipendió, fracaso que se vio refrendado en su exhibición en las salas comerciales de su país. De hecho, su rentabilidad en Estados Unidos radicó en su éxito en el circuito de venta y alquiler, al igual que otros títulos como Terciopelo azul o El corazón del ángel (1987, también con Rourke de protagonista). Sin embargo, en Europa sí fue un éxito en los cines. Quizá la suma de esos dos éxitos, el americano, más casero, y el del Viejo Continente, más convencional, estuvieron detrás de los intentos fallidos de epígonos posteriores. Primero, el que volvió a reunir tres años después a Lyne y Rourke, un bodrio despreciado por la crítica pero bien tratado por la taquilla titulado Orquídea salvaje y ya, en 1997, la infame Nueve semanas y media II. Amor en París, que solo contó con el protagonista masculino, sin Basinger en la réplica ni Adrian Lyne en la dirección.

Años después y después de muchos golpes, Mickey Rourke se reencontró con el cine, gracias a su papel en El luchador (2009), con que estuvo nominado al Oscar. Un trabajo que también dio pie a su reconciliación con Kim Basinger, que le escribió una carta para felicitarle por su interpretación en esa película. Él contó después que ese mensaje le había hecho llorar de felicidad y que respondió por escrito con otra cariñosa misiva.

Tanto cariño no pasó desapercibido para la ávida industria hollywoodiense, que quiso sacar réditos de la reconciliación y en 2009 les juntó en el casting de Los confidentes, pero ya sin roles protagonistas y ¡sin compartir ni un solo plano!, e hizo posible la aparición en la premiere del estreno en Los Ángeles de esa intrascendente cinta de los actores compartiendo complicidades, todo 23 años y bastantes cirugías plásticas después de Nueve semanas y media, una película que marcó época.

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