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José Luis Guerin, en los cines Casablabnca de Valladolid.

Guerin: «Si te sales del lenguaje, aparece el grito y después, la agresión»

El director catalán presenta en ‘La academia de las musas’ en los cines Casablanca

Victoria M. Niño

Jueves, 14 de enero 2016, 09:19

Conocido por su capacidad para deslizarse por los límites de los géneros cinematográficos, refractario a repetirse incluso cuando el éxito de la fórmula la hace rentable, José Luis Guerin se cuida mucho de subrayar que La academia de las musas es ficción. De no ser así, quizá el profesor Rafaelle Pinto perdiera a su esposa. El director presentó su última película en Valladolid, en los Casablanca, una de esas pocas salas «que resiste» el empellón de la cartelera monocolor imperante en las multisalas.

Fueron los protagonistas de esta cinta, estrenada en el Festival de Locarno, los que persiguieron a Guerin. «Desde hace unas películas para acá no soy yo quien busco, sino que los personajes me buscan a mí. La comunidad del profesor Pinto me expresó su deseo de tener una experiencia cinematográfica, de convertir su aula en un plató. Atendí ese petición y lo llevamos a la ficción. Ese es el terreno de juego de esta película». En aquel aula, la academia de las musas, en la que se habla de Dante, de literatura, de creación y de deseo, le expusieron su material. «La película habla de libros pero trasciende la literatura. Habla de seducción, de poder, de celos, cosas que nos tocan a todos».

Quien ha tendido puentes desde el cine hacia la arquitectura, la pintura, la videoinstalación, en este caso lo hace con la literatura. «Me preocupa que el cine se convierta en algo endogámico, que solo se cita a sí mismo. Me resulta enriquecedor hablar con otras artes. Aquí la palabra es el artífice central, es lo que me sedujo de los personajes, su manera de hablar, la calidad de sus diálogos. Hace tiempo que el cine contemporáneo no los contempla», explica quien considera La academia de las musas «una celebración de la palabra». Y más allá, otra apreciación «casi política», es «una defensa de las humanidades en la educación. Estoy harto de personajes que no saben hablar de otras cosas que no sea fútbol y que convierten en pedantería disertar sobre arte. Se ha transmitido la idea de culpabilidad por hablar de literatura o poesía. Hay que terminar con la mitología futbolera actual». Guerin habla como los personajes que retrata, tranquilo, dando forma a un mensaje que tiene muy interiorizado y que expone sin acaloramiento alguno. «Estoy de acuerdo con el profesor Pinto en que el arte es nuestra única salvación, en que del lenguaje no se sale. Y si se sale es para llegar al grito, la antesala de la agresión. Ahí quizá los hombres lo tenemos peor, porque la violencia está ligada la pérdida del lenguaje».

Una vez que decidió frecuentar las clases de la peculiar academia «yo no creía en las musas, me parecía una locura y al final me han convencido», comenzó a experimentar con la cámara. «Para mí el cine es revelación, para otros cineastas es una vía para dar sermones o denuncias. Yo hago cine para descubrir algo y mostrárselo al espectador». Como no tenía compromiso alguno «con ninguna tele», tampoco había obligación de hacer una película. «Primero pensé en un corto, luego en una videoinstalación, pero me ganaron los personajes para hacer una película. Asistí como espectador a escenas instigadas por mí, y me sorprendía porque los actores las llevaban muy lejos. En ese momento me di cuenta de la película que estaba haciendo». Al comienzo tiene un aire documental, pronto gira hacia la comedia y después, al melodrama. «No hago cine con ideas impuestas a priori. Alterno tiempos de rodaje con montaje, voy guionizando sobre la marcha. Para mí el cine es movimiento, voy cambiando según lo hacen los personajes».

El refugio de los festivales

En aquel aula, los hombres, a excepción del profesor, se fueron desdibujando hasta desaparecer. «El cine obliga a un trabajo de síntesis, a elegir a los personajes más potentes. En esas clases rara era la intervención de un hombre, no crecían como personajes. La película desarrolla las presencias que han querido implicarse y jugar hasta el final».

Los personajes decantados están encarnados por actores no profesionales «que son buenos, han logrado crear trozos de vida ficticia ante la cámara pero las emociones son verdaderas. Los actores veteranos tienen tantos recursos que es más difícil lograr una verdad emocional».

Guerin trabaja más interesado por «cómo pasan las cosas, más que el qué. Por eso me dan miedo las sinopsis de películas, tan estereotipadas. Me interesa lo común redescubierto con otra mirada. No me llaman los argumentos exóticos».

En este caso, son diálogos del profesor con sus alumnas, arrobadas por su sabiduría, entregadas a su juicio. «Quería filmar la palabra hablada» y en esos diálogos se escuchan cuatro lenguas; castellano, catalán, sardo e italiano. «Propongo un uso libre, que cada uno hable en la que mejor se haga entender. Si pides una subvención, te dictan el porcentaje de palabras que tienen que ser dichas en catalán. En Cataluña cada día nos repiten que vivimos una jornada histórica, necesitamos días normales para llevar una vida cotidiana. A algunos todo esto nos obliga al autoexilio».

Durante ocho meses alternó la filmación y el montaje de esta película que produce y distribuye él mismo. «Gracias a las nuevas tecnologías, puedes trabajar en casa a la hora que quieras, con la posibilidad de tener momentos de especulación improductiva para llegar a nuevas conclusiones. Si quedas con un técnico en un laboratorio, te sientes con la responsabilidad de rentabilizar el tiempo».

Lamenta que haya pocas pantallas para tantos cineastas distintos, porque «tres cuartas partes las ocupan el mismo título». Esto ha llevado a la multiplicación de los festivales. «Cada ciudad de provincia tiene el suyo. Antes, participar en un festival tenía un sesgo elitista. Ahora es la manera de exhibir tu película. Esta es una realidad asumida. Pero creo que nuestra obligación moral es resistir, estrenar los viernes, lograr cierto eco, porque si no, el cine se queda replegado sobre sí. Hay que resistir, si nos acaban echando que sea por la fuerza».

Le gusta cambiar de tercio, probar, experimentar. Su tarde vallisoletana, antes del encuentro con el público, transcurrió en el Museo Nacional de Escultura. Le está dando vueltas visualmente, quizá provocada la curiosidad por su amigo Ramón Andrés. Tiene en mente una próxima película en la Holanda del siglo XVII, sobre un luthier. Ese constructor de instrumentos está inspirado en el libro El luthier de Delf, del citado musicólogo quien ha impartido varias conferencias en este museo.

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