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Octogenario Woody

El cineasta ‘oficial’ de Nueva York cumple 80 años. Le aterra jubilarse y no lee nada de lo quese publica de él. «Es un genio en extinción»

Antonio Corbillón

Martes, 1 de diciembre 2015, 11:32

En Nueva York sobreviven todos los días 20 millones de personas y su asfalto supera los 800 kilómetros cuadrados. De ella, el escritor Juan Goytisolo dijo que era «mi capital favorita del Tercer Mundo», en referencia a que casi la mitad de sus vecinos viven bajo el umbral de la pobreza. Pero hay otra ciudad que es la que todo el mundo busca cuando visita Manhattan. Es una ficción en la que no hay basuras, atascos, pobres y apenas violencia. Poblada por burgueses de clase media alta con apartamentos decorados con obras de arte, restaurantes de moda y dinero para gastárselo en psiquiatras que no acaban nunca de encontrar las claves de su insatisfacción.

Woody Allen lleva más de 50 años «diciéndonos, de una manera sutil pero constante, que siempre nos quedará Nueva York», resume su trayectoria Natalio Grueso, que presenta estos días su biografía Woody Allen. El último genio (Plaza&Janés). Quien mejor ha reflejado esa imagen de la ciudad andará hoy por sus calles. Irá de su casa en el Upper East Side a su oficina, ajeno a que todo el mundo se acuerda de que es su cumpleaños. Menos él mismo. Hoy celebra 80 años, una edad que sería de jubilación si no fuera porque a él le aterra la palabra. «Es la antesala de la muerte», ha dicho.

Habrá programas especiales, revisiones de su obra y sesudos análisis de su temática. Será tan ajeno a todo como a que alguien le cante el Happy birthday to you. Allen ha confesado más de una vez que nunca vuelve a ver sus películas. «Tampoco lee nada de lo que se publica sobre él confirma Natalio Grueso. Tanto si la crítica es buena como si es mala, él considera que siempre sale perdiendo». Gestor cultural y escritor, el asturiano Grueso fue quien logró convencer a Woody de que viajara a Oviedo para recibir el Premio Príncipe de Asturias 2002. «Era la primera vez en su vida que apareció en público para recoger un galardón», recuerda el español que mejor le conoce.

De aquel contacto surgió una amistad que se plasma en un libro de título un tanto equívoco, ya que Allen desconfía hasta la neura de la palabra genio, un término que el cineasta reserva para Mozart o Shakespeare. «Yo solo he leído a los novelistas rusos para estar a la altura de mis películas», defiende Allen.

Pero toda la gente a la que ha consultado su biógrafo español ha coincidido en el calificativo. No parece haber otro para un director que desde su aspecto físico, oculto tras unas gafas de pasta negra (que también cumplen 50 años) que ya son un icono del pop art, hasta su siempre reconocible cine, ya es un clásico moderno. «Es un genio. Y además en vías de extinción. Con él morirá una forma de ver y hacer cine».

Un refugio

Todo el mundo cree tener una idea de cómo es Allen. Pero entre el personaje y la persona uno de los pocos tópicos que se cumplen es el del neoyorquino psicoanalizado. En ello lleva desde 1959. Sin embargo, la mejor terapia que ha encontrado este pesimista vital se la recetó a sí mismo: hacer cine. La gente va al cine para escapar un rato de la realidad, mientras Woody huye de ella recreándola. «Ha conseguido vivir en una de sus películas», remacha Natalio Grueso.

Desde niño, Allan Stewart Köningsberg (que así se llama) se dio cuenta de que tenía el don de inventar chistes. Y que éste era infinito. Siendo muy joven empezó a trabajar para surtir de ellos a humoristas de la prensa. En los 45 minutos de trayecto de metro que tenía hasta Manhattan creaba la mitad de los cincuenta chistes que le pedían cada día. Por eso, a este hijo de taxista no le importó que le echaran de la universidad de Brooklyn.

Cuando saltó al cine, esa habilidad tomó otros derroteros y le permitió rodar ajeno a las exigencias y miserias de los grandes estudios. Tiene más influencia y espectadores del cine europeo, hasta el punto de que sus últimas propuestas han sido grandes reportajes turísticos de Londres (Match ball), París (Midnight in Paris) y Barcelona (Vicky Cristina Barcelona). Otras muchas ciudades le han pedido que las encuadre.

Entre sus rutinas de hoy no faltará una hora de ensayo de clarinete para los conciertos de su banda, The New Orleans Jazz Band. Con ellos tocó anoche en el Café Carlyle, como todos los lunes que tiene la agenda relajada.

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