Discurso íntegro del etnógrafo Joaquín Díaz en la presentación de 'Municipalismo. El patrimonio inmaterial de Castilla y León' de El Norte de Castilla
MUNICIPALISMO. EL PATRIMONIO INMATERIAL DE CASTILLA Y LEÓN ·
«Es consecuente hablar de la existencia de una 'cultura patrimonial', que vendría a ser la forma más adecuada de entender, cultivar y difundir todo orden de bienes heredados del pasado y entregados de forma natural a nuestro cuidado por la sociedad que nos precedió»JOAQUÍN DÍAZ
Valladolid
Martes, 20 de abril 2021, 11:37
Presidente de las Cortes, consejero de Cultura, director de El Norte de Castilla, autoridades, señoras y señores.
Debo a la generosidad de El Norte de Castilla la posibilidad de poder dirigirme esta tarde a ustedes en calidad de experto, aunque preferiría que ese término se refiriera más al tiempo que he dedicado a los asuntos patrimoniales que a las certezas obtenidas en su estudio. Es cierto también que haber dedicado tanta atención a la oralidad tiene su mérito porque si hacemos caso del aforismo popular de que «las palabras se las lleva el viento» estaría cerca de haber conseguido en estos años un equipaje ligero y casi machadiano. De un tiempo a esta parte, sin embargo, parece que algunos de esos conocimientos que han llegado a nuestros días gracias a la transmisión verbal, comienzan a ser considerados por archivos y museos como material inventariable. Esto supone, afortunadamente, una oportunidad espléndida para revisar conceptos o teorías acerca de dichos conocimientos y sus formas de comunicación, ya que las circunstancias en que se había producido hasta ahora la entrega y valoración de toda esa sabiduría complementaria e intangible, han variado considerablemente durante el último siglo y medio. Se impone, pues, un planteamiento riguroso de la cuestión que debería comenzar por un análisis de la naturaleza misma de aquello que se pretende estudiar.
Podría decirse que los conocimientos que dan forma a lo que denominamos patrimonio inmaterial son expresiones verbales, complementarias de una cultura patrimonial almacenada por el individuo a lo largo de períodos de tiempo dilatados; esa complementariedad viene dada por la posibilidad de que tales expresiones le ayuden a comprender mejor o a contextualizar aquellos conocimientos.
«Al personalizar los conocimientos se crea un bagaje cultural que tiene mucho que ver con la identidad de cada individuo, o de un conjunto de individuos cuando se trata de un colectivo unido por prácticas comunes»
JOAQUÍN DÍAZ
En la fase en la que un individuo decide aceptar la experiencia previa como ayuda para su educación y como base para su existencia se producen sucesivamente, un sentimiento de valoración del pasado, una aceptación y selección de los conocimientos más susceptibles de ser transmitidos porque contribuyen a hacer su vida más fácil o placentera y, finalmente, una recreación o reelaboración de todos esos conocimientos en la que intervienen su memoria y su mentalidad. Debe entenderse el uso de la memoria no solo como facultad para inventariar algo y recordarlo después, sino como principio sobre el cual se articulan las ideas y se relacionan conceptos y creencias. Al personalizar los conocimientos se crea un bagaje cultural que tiene mucho que ver con la identidad de cada individuo, o de un conjunto de individuos cuando se trata de un colectivo unido por prácticas comunes.
Una vez elaborado ese repertorio de conocimientos, y de expresiones que complementan o explican esos conocimientos, vendría su adecuada aplicación a determinadas situaciones, en el ámbito privado o en el público, en las que el uso contribuye, por ejemplo, a mejorar un rito, a complementar una costumbre o a facilitar la comprensión de un hecho. En el perfeccionamiento de ese uso se van necesitando facultades o cualidades que hacen imprescindible una especialización que termina por convertirse en oficio, dando a veces un rango especial a quien lo practica. Dicha especialización se produce por sectores o actividades, ya que no es lo mismo usar y transmitir conocimientos que se refieren a la práctica de la herrería o de la carpintería, por ejemplo, que transmitir a través de un relato un argumento mítico. En cualquier caso, y por hacer uso de ejemplos muy diferentes, la especialización alcanzaría tanto a un carpintero, que sabe el nombre diferenciador de cada herramienta de las que utiliza y conoce el arte de tornear y ensamblar las partes de una silla, como a quien transmite unas cabañuelas convencido de su efectividad sobre la meteorología del año.
«El aprendizaje, el uso y difusión de los conocimientos, va creando un repertorio, un léxico común que llega a ser patrimonial, tanto para cada persona como para la sociedad en la que vive y con la que se identifica»
JOAQUÍN DÍAZ
La repetición de las expresiones susodichas contribuirá no solo a dar un sentido de continuidad a la existencia –repetir para no morir– sino a facilitar su aprendizaje entre quienes pueden ser más adelante especialistas en la misma materia.
El aprendizaje, el uso y difusión de los conocimientos, va creando un repertorio, un léxico común que llega a ser patrimonial, tanto para cada persona como para la sociedad en la que vive y con la que se identifica. El término 'patrimonio' es muy antiguo –ya en 1490 Alonso Fernández de Palencia lo incluye en su Vocabulario en latín y en romance, con el sentido de aquello que se hereda del padre– (la memoria del padre). Posteriormente, y por extensión, la palabra viene a abarcar también los bienes propios adquiridos por cualquier sistema (decimos: Fulano tiene mucho «patrimonio»). El significado que, por último, contribuye a completar el campo semántico es el de todo aquello –espiritual o material– que se puede poseer y transmitir como parte inalienable de la cultura personal o colectiva. Es evidente, por tanto, que en ambas vertientes de la cultura, la individual y la común, se concibe el patrimonio como algo que proviene del pasado y de cuya custodia y posible incremento se debe ocupar tanto el ser humano como el grupo social al que pertenece y en el que está integrado. En ese sentido, es consecuente hablar de la existencia de una 'cultura patrimonial', que vendría a ser la forma más adecuada de entender, cultivar y difundir todo orden de bienes heredados del pasado y entregados de forma natural a nuestro cuidado por la sociedad que nos precedió. Al colocar la palabra 'cultura' en primer término quiero dar voluntariamente más importancia al individuo que al bien patrimonial, llevando además implícita la frase la posibilidad innegable de mejorar –entendiendo cultura como cultivo– y hacer evolucionar dichos bienes.
En conclusión, llamaríamos cultura a la forma de cultivar la propia identidad; calificaríamos de patrimonial a la cualidad y procedencia de lo que se trasmite, denominaríamos tradicional al modo en que se entrega y recibe ese conocimiento y, por último, sería la comunicación oral el sistema seguido para transmitirlo. Pues bien, precisamente ese sistema es el armazón intelectivo sobre el que se basa el patrimonio que ahora se ha comenzado a denominar inmaterial.
«En conclusión, llamaríamos cultura a la forma de cultivar la propia identidad; calificaríamos de patrimonial a la cualidad y procedencia de lo que se trasmite, denominaríamos tradicional al modo en que se entrega y recibe ese conocimiento y, por último, sería la comunicación oral el sistema seguido para transmitirlo»
JOAQUÍN DÍAZ
El concepto de inmaterial debería contener algunos elementos esenciales que mencionaré brevemente: Un individuo recibe –percibe–, a lo largo de su vida pero ya desde la infancia, sensaciones múltiples que van conformando su personalidad, van determinando sus preferencias o gustos y van encauzando su vocación. Sobre las impresiones que han determinado su predilección, un niño almacena con más interés y deleite nuevas y sucesivas sensaciones que crean en él la necesidad de alimentar y cuidar tal inclinación.
Cultivar la memoria
Después, el cultivo de la memoria, la relación de conceptos e imágenes, le llevan a convertir esas representaciones en algo artístico: la necesidad de alimentar nuestras primeras inclinaciones nos lleva casi inconscientemente a practicar intelectualmente sobre determinados recursos que nos ayudarán a mejorar ese patrimonio y a considerarlo como propio.
Claro que no sería posible la transmisión adecuada de aquella vocación o del mensaje que contiene, si no se tuvieran las cualidades para comunicar, de modo que el individuo adquiere desde la infancia, y generalmente por imitación y mejoramiento de las propias cualidades, los trucos y recursos con los que mejor transmitir, entregar o comunicar su repertorio y sus conocimientos.
Por último, la educación o la instrucción en determinadas formas poéticas, musicales, gestuales o plásticas –todas ellas constitutivas de un bagaje identitario– ayudarán a que cada individuo sea capaz de manifestarse personalmente a través de moldes comunes que le son familiares y cercanos. Evidentemente, por tanto, lo inmaterial no son solo palabras, sino sonidos, gestos, colores, relación entre conceptos y objetos, entre formas verbales e imágenes; relación que crea en nosotros un misterioso imaginario.
Todas las historias sobre la creación del mundo tienen algo de enigmático. Nada podría resultar más apropiado que un relato numinoso para describir las cerradas tinieblas en las que, según las antiguas historias, se hallaba la tierra antes de que aparecieran sobre ella los seres vivos. Si enigma significa frase oscura, oscuros son también los principios del universo, al menos desde los tiempos en que el ser humano necesitó inventar su propio origen y lo hizo por medio de narraciones legendarias. No pensemos, sin embargo, que sólo el pasado es depositario de los secretos de la vida y de sus arcanos: Gabriel García Márquez escribió Cien años de soledad en pleno siglo XX en clave de libro sagrado y nos hizo revivir el misterio de una humanidad recreándose en los límites de un pequeño pueblo. Con palabras elementales, García Márquez afirma al comienzo de su relato: «El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo». No vamos a detenernos ahora en dilucidar si el origen del lenguaje –y por tanto de la comunicación– está en esa necesidad, la de definir, o está, como sugieren algunos filólogos, en el momento en que una persona, recién despertada de un sueño, siente el impulso de trasladar a otros su experiencia onírica como si acabara de nacer y convierte así sus sensaciones en una narración, en un relato.
«Es evidente que en ambas vertientes de la cultura, la individual y la común, se concibe el patrimonio como algo que proviene del pasado y de cuya custodia y posible incremento se debe ocupar tanto el ser humano como el grupo social al que pertenece y en el que está integrado»
JOAQUÍN DÍAZ
En ambos casos el individuo, imitando la forma de crear de los dioses, necesita señalar objetos o personas para distinguirlos y para esa tarea utiliza los nombres, o sea las palabras que designan algo: las palabras-fuerza. Son palabras que transmiten una especie de fórmula de posesión, de ahí que sea conveniente repetirlas varias veces, como tratando de apoyar o reafirmar el conjuro por medio del cual el aire penetrará o envolverá el objeto definido. La elección correcta de las palabras que denominarán a los objetos y a las personas me recuerda el uso de los términos mágicos en los relatos. Hay cuentos sobradamente conocidos en los que la exactitud de un vocablo es el único medio de acceder a un tesoro. En la colección de relatos de Las mil y una noches, Sherezade utiliza el tiempo de la noche 852 para narrarle al rey Shariar la historia del leñador Alí Babá, que descubre en medio del bosque el acceso a una cueva donde generaciones de bandidos han ido depositando los tesoros robados. Con la fórmula «ábrete sésamo» o «ciérrate sésamo» los ladrones, y después Alí Babá, podían acceder a tan fabuloso lugar.
A veces, la literatura o la música se confabulan para describir competiciones artísticas en las que el hallazgo de la palabra exacta será el motivo principal de un concurso. Richard Wagner utilizó en varias obras suyas el tema de la contienda poética, bien fuese situándolo en el castillo medieval de Wartburg en Turingia, bien en el Nuremberg del Renacimiento.
En este último caso, sobre el que construyó el argumento de la célebre ópera 'Los maestros cantores de Nuremberg', Walther, impresionado por la belleza de Eva, la hija de un famoso artesano llamado Sachs, se acerca a ella y le pregunta si está prometida. Aunque su padre ha decidido entregarle por esposa a quien venza en el torneo de canto del día siguiente, ella responde a la pasión con pasión y contesta: «O tú, o nadie». Walther se presenta esperanzado a las pruebas para ser elegido maestro cantor, pero, pese a la sinceridad de su canto, va transgrediendo una tras otra las normas y reglas del arte... Sabemos el final: el pretendiente de Eva, un rígido y torpe escribano, roba una composición de casa del zapatero y poeta Hans Sachs, quien precisamente la ha transcrito del propio Walther enamorado. El escribano la interpreta grotescamente y, ante las risas del público, echa la culpa de la autoría a Sachs, quien confiesa toda la verdad e invita a Walther —su verdadero creador— a que lo interprete él. La multitud queda repentinamente embelesada y los maestros cantores le proclaman vencedor. Walther rechaza el honor, pero Sachs, ciñéndole la corona, le recuerda que los jóvenes no deberían despreciar el viejo estilo del arte. Entonces, Eva cambia la corona de la frente de Walther a la del viejo zapatero, a quien todos, finalmente, aclaman como el jefe de los maestros cantores.
Wagner está jugando con elementos antiguos y nuevos, históricos y dramáticos, pero lo importante es que está rememorando en unas óperas ochocentistas una costumbre que fue muy frecuente durante toda la época de los trovadores y aun después. Trobar, es decir, encontrar el término, la palabra justa, el concepto exacto, la expresión adecuada. A nuestro juicio, el argumento de 'Tannhäuser', por ejemplo, no es solo –como se ha estudiado a menudo– un enfrentamiento entre el espíritu y los sentidos, sino un desafío orgulloso de la propia palabra, la búsqueda grialesca de la palabra nueva, sabrosa y fructífera, contra el verbo reiterativo que, al repetirse una y otra vez sin sentido, se ha estragado, ha corrompido su significado. El maestro cantor Sachs propone que la interpretación de los propios sueños debe ir siempre unida a la corrección en la palabra, que debe ser verdadera y exacta, ajustada a la expresión y capaz de renovarse:
«Amigo mío, esa es la labor del poeta, –dice Sachs–
prestar atención a sus sueños, e interpretarlos.
La ilusión más verdadera del hombre
se le manifiesta en sus sueños:
toda poética no es otra cosa
que la interpretación de la verdad
oculta en el soñar».
Mucho antes de que Freud dedicara un amplio y conocido trabajo a la interpretación de lo soñado, Johannes Volkelt escribía en su 'Fantasía de los sueños': «Muy notable es la predilecció́n con que los sueñ̃os acogen los recuerdos de infancia y juventud, presentá́ndonos así́, incansablemente, cosas en las que ya no pensamos y hace mucho tiempo que han perdido para nosotros toda su importancia.»
¿No es esta en el fondo –y dejo aquí esta reflexión en forma de interrogación– la verdadera interpretación de lo que para cada uno de nosotros supone la cultura inmaterial, la búsqueda de la identidad, tratando de extraer de un inconsciente común los arquetipos que constituyen la herencia de todos? Acaso ese inconsciente, en su forma más poética y elevada, es el patrimonio universal, la historia de la humanidad concebida y mejorada desde los tiempos más remotos. Muchas gracias.