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A. G. ENCINAS
Lunes, 7 de octubre 2013, 19:11
Lentejuelas y barro. Luces de colores y kilómetros de carretera. Un hogar en una caravana. El maquillaje y la cara lavada. Paradojas que componen el escenario vital de un payaso de circo. Al fin y al cabo, todo en los 50 años de vida de José Carrasco Paredes, o Popey, que tanto monta, gira en torno a la carpa. Aquella en la que vio actuar a su padre, el Gran Popey, «con la boca abierta». En la que más tarde debutó él, entonces Popey Junior. En la que conoció a su mujer, Remedios Rico, fallecida hace dos años. Y también en la que ahora comparte función con dos de sus hijos. La entrada al circo Holiday, junto a las taquillas, tiene un arco rojiblanco, a juego con las barandillas y la lona. Hay luces, apagadas por la mañana, cuando se concierta la entrevista. Y al fondo del pasillo de acceso, de tierra apelmazada, se entrevé a algunos miembros de la compañía trabajando.
Popey da por finalizado el paseo matinal a sus dos perros, los coge en brazos y se dirige, sin embargo, a un lateral. La entrada a su caravana está en el hueco que deja una de las vallas, en la parte trasera del circo. Oculto a los ojos de los espectadores. Nada más atravesar la primera 'pared' que forman los tráileres se observa el abigarrado callejero que se oculta tras ella. Ahora es cuando tiene sentido que haya cogido a los perritos en brazos. El espacio entre las viviendas de los artistas es un lodazal. «Esta es la cara oculta del circo», sonríe. «La gente que asiste a las funciones nos ve siempre tan maquilladitos, con las lentejuelas, con las luces... Y no saben lo que hay que pelear aquí con el viento, que es nuestro mayor enemigo, la lluvia, el barro, la nieve, el calor. Porque cuando hace calor la pista es como un microondas. Un trozo de lona con mil personas, más los ciento y pico mil vatios de luz, la ropa, el movimiento...».
Para alguien que vive siempre en ruta «y si no, mal asunto, cuando ves a un artista de circo en su casa es que está parado» el hogar, el sitio al que volver, está en su caravana. Es un hogar de circo. Las fotos de familia, aquí, son con nariz roja y ropa brillante. En lo alto, presidiendo, una imagen en blanco y negro del Gran Popey (1926-1982). Su padre. «Era hijo de marineros. Se crió en Cádiz. Cada vez que veía las chirigotas se vestía de payaso, ponía la lona de los barcos con un palo y montaba el circo él». Al lado, su mujer, él mismo, sus hijos. Todos ataviados con su ropa de trabajo. O de vocación.
Tradición familiar
Hace 17 años, cuando Popey visitó Valladolid con el circo de Ángel Cristo, sus hijos aún eran pequeños. «Uno de ellos ya salía a la pista conmigo, me ayudaba cuando el colegio se lo permitía, y ya se pintaba él solo», explica el payaso. En realidad, su hijo José tan solo repetía, una generación después, lo que el mismo Popey había hecho cuando era un crío, contraviniendo las esperanzas de su padre, que confiaba en que se dedicara a otra cosa. «Yo me pintaba la cara con ceras del cole, y me compraba una blusa de colores de las de las mujeres, extravagante, y un pantalón grande, de un gordo, y actuaba en guarderías infantiles, jardines de infancia... Gratis, solo por hacer lo mismo que mi padre».
Sostiene, eso sí, que la pasión por el circo no es algo hereditario, o al menos no solo. «Normalmente suele serlo, pero no tiene por qué. El mejor malabarista del mundo es español, se llama Picasso. Este señor era de Valencia, del campo, de las naranjas. Se enroló en un circo para tocar la trompeta, y con naranjas y peras y piedras se metía bajo la grada a ensayar y practicar, y ahora es el mejor del mundo. Y el mejor rulista era asturiano, un minero de Mieres».
En su caso sí fue por transmisión familiar. Quizá no quedaba otra, claro. Mientras José Carrasco hacía el servicio militar, dos años infranqueables en aquel momento, falleció su madre. A los once meses, también su padre. Se quedó solo. «Quería ser biólogo», dice. Y también jugaba al fútbol, muy cerquita del sueño de ser profesional. «Era bueno y llegué a ser el cuarto portero del primer equipo del Betis. Tenía mi paguita y tal... Pero me lesioné una cadera y ese fue el escalón que me faltó».
Fue entonces cuando del José Carrasco que se debatía entre seguir estudiando o el fútbol emergió el Popey que tenía dentro. «En ese intervalo surgió la familia Rico, me hice novio de la hija del dueño Remedios, acordeonista y allí empecé a trabajar con ellos, estuvimos seis o siete años de noviazgo y ya nos casamos». El circo le llamaba para cumplir con un destino que visto ahora parecía ineludible. Tan solo paró cuatro años para abrir un negocio mientras los chicos estudiaban. Y ni siquiera fue un parón total. «Hacíamos galas. Y ya mis hijos habían cogido un poco más de cuerpo y me acompañaban a hacerlas, porque eran los fines de semana».
La Familia Popey ganó el Premio Nacional de Circo en 2009. Es el nombre que sigue luciendo en el parabrisas de su hogar, donde al cabo de un rato aparece su suegra. Más tarde, su hijo José, que llega afónico y con dolor de cabeza. Tiene que recuperarse, porque por la tarde hay dos funciones. «Es mi 'clown', el 'carablanca', el listo», relata Popey con indisimulado orgullo. «Desde muy pequeñito le gustaba la magia. Siempre estaba con cajas de cartón haciendo cosas. Y es un gran ilusionista, trabaja con aparatos grandes, tipo Yunke y magia moderna».
Más tarde llega Desirée. «Va a terminar este año la carrera de piano, le queda un año para terminar el grado superior, y comparte los estudios con el trabajo. Se va los lunes de donde estemos, y vuelve para acá para trabajar el fin de semana. Tiene un número de 'hula hops' fusionado con flamenco, muy original», explica Popey. Con la caravana llena de vida, aún falta uno de los hijos, Jonathan. «Desde muy pequeñito le gustaban los malabares, desde los seis o siete añitos. Empezó con pelotitas, y yo para Reyes le iba comprando cosas diferentes. Ahora es un gran malabarista que ha decidido separarse del grupo momentáneamente y está con su novia en Málaga, haciendo galas». Todos juntos aparecen en una foto con el Príncipe Felipe que queda tras él mientras Popey sigue desgranando su vida. Al lado, semioculto, el marco con el diploma que les acredita como Premio Nacional. «Mi padre ganó dos», advierte. El suyo se lo dieron «por la recuperación del trío de payasos tradicional, por el 'cara blanca', que se está perdiendo».
Al payaso Popey todavía le quedan retos. Como el de actuar en el extranjero, un sueño pendiente que su padre no pudo lograr. A José Carrasco Paredes le sigue tirando su vocación-profesión. «Tengo la suerte de que trabajo en lo que me gusta y además mis compañeros son mis hijos». Y a ambos, al payaso y al hombre, les sigue emocionando el aplauso al final de la actuación. «Ese es el mejor Premio Nacional que me pueden dar».
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