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La Chunga, junto a la exposición de láminas y cuadros que cuelga en el palacio de Pimentel. / Ramón Gómez
EXPOSICIÓN

La Chunga enseña su pintura naif de gitanas y flamenco en Pimentel

La bailaora se sorprende de que la gente ayer aún se acordara de ella y la parase por las calles de Valladolid

JESÚS BOMBÍN

Jueves, 19 de septiembre 2013, 14:45

No se cansó de que le estamparan besos. Recibió un porrón ayer en Valladolid Micaela Flores Amaya (Marsella, 1938), a la que nadie llama así, «'na' más que Chunga», muy sorprendida. «¡Qué vais a ser fríos los de Valladolid, si no me encuentro más que gente que sonríe!». Lleva años sin bailar, con la estrella de popularidad difuminada por el paso del tiempo que entierra famas y fervores del público, pero ayer comprobó que hay cosas que la memoria retiene, o mejor, destapa, como el nombre por el que durante décadas ha sido reconocida sobre los tablaos flamencos: la Chunga o, como ella misma prefiere, Chunga a secas. «¡Me han reconocido después de tanto tiempo que no bailo!; jolines, que aún se acuerden de mí por eso, que la gente no se haya olvidado...».

Ayer se acercó desde Madrid para inaugurar en el palacio Pimentel de la Diputación de Valladolid una exposición de homenaje a su faceta como pintora. De las paredes del corredor de la segunda planta del edificio palaciego cuelgan los cuadros naif de esta bailaora, una lluvia de colores en los que vierte su contagiosa viveza vital. «Ver esos cuadros le alegra a uno nada más empezar el día», le hizo saber un admirador a esta mujer, elevada de los barrios de pobreza y barracas de la Barcelona de la posguerra a los tablaos, a la fama, a Hollywood en tiempos en que ejerció de musa de creadores como Picasso o Dalí, ensalzada en verso por Rafael Alberti. Siempre cuenta cómo Picasso se pasmaba preguntándole «cómo a una mujer que casi no sabe leer ni escribir le salen estos colores y no chocan entre ellos».

Si la llaman Micaela tuerce el gesto en mueca amable, reclama el apodo cariñoso que la pusieron sus padres, Chunga, «porque cuando nací era poquilla cosa, fea y muy negra, que chunga quiere decir mal hecha».

Ayer, antes de la inauguración, explicaba su pintura, en la que casi nunca falta el negro, «mi color preferido, es el más elegante pero también porque a lo mejor por dentro estoy triste... todos los gitanos cantamos y bailamos pero a veces no se ve lo que llevamos dentro».

Pinta gitanas, batas de cola, escenarios flamencos, estampas de una vida de arte, giras, tabaco, camerino, palmas y noches hasta las mil como refleja la obra 'Café de Chinitas', en el que recrea el ambiente del tablao donde tantas noches bailó descalza: Soy yo y mis gitanas, y los guitarristas míos». Nos detenemos en el cuadro 'Ni caso'. «El gitano, ni caso a la gitana ¿no ves que están de espaldas?». En contraste con la rotundidad colorista, su pintura no suele reflejar caras risueñas. «Son tristes, no sé por qué, siempre me sale mi cara y la de mi hija».

Ayer no puso reparos a dar palmas y unos cuantos taconeos. «Puedo bailar, pero poco, porque me asfixio, me ahogo...». Un cáncer de pulmón constriñe una energía vital que sale a relucir a la mínima, con una gracia que no le abandona ni cuando explica un cuadro con el Cristo de los gitanos. «Yo soy muy católica, no voy a misa, pero si no rezo no puedo dormir». Chunga vende sus cuadros. El precio oscila entre 300 y 1.200 euros. De los suyos no tiene ninguno colgado en su casa, aunque en las paredes «hay cinco de Viola; siempre cambio, algunos pintores me dan uno y yo les doy otro, pero no se me ha ocurrido poner uno mío». Sigue pintando igual que cuando empezó de niña. No hay evolución. «La pintura es como soy yo, que tampoco he cambiado. Además, que no me gusta cambiar, vaya». Así es la Chunga de fandango y pincel.

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