Ritmos potentes para bailar en las plazas
El folclorista Carlos Porro analiza la dulzaina como un recurso musical moderno para solistas
FERNANDO CABALLERO
Lunes, 3 de diciembre 2012, 12:46
La dulzaina es el instrumento tradicional más típicamente castellano que ha sobrevivido a las modas musicales que se ha sucedido a lo largo de la historia. No hay fiesta popular que en algún momento de su programa de actos no intervenga un dulzainero y su redoblante. Su música acompaña casi todas las celebraciones.
Pero la dulzaina es mucho más que un instrumento castellano. El folclorista Carlos Porro, director del Archivo de la Tradición Oral de Palencia, se adentra en su historia y en sus melodías a raíz de la publicación del libro 'Repertorio segoviano para dulzaina. Las recopilaciones de Manuel García Matos en 1951', editado en Palencia, que recoge composiciones inéditas de este músico.
La dulzaina, como instrumento de viento de lengüeta doble, tiene una historia que va más allá del territorio castellano. «Aparece en todo el mundo occidental y oriental. Al menos no hay referencia en el mundo prehispánico ni americano de este tipo de instrumentos, que fueron populares en todo el Magreb africano, China, Siberia o el resto de Europa», explica Carlos Porro. En España las primeras referencias a estos instrumentos vienen de la Edad Media, «asociadas a las primeras esculturas románicas e ilustraciones de cantigas conocidas», agrega.
De la dulzaina actual se conservan en la tradición dos modalidades. «Una es la de llaves, reformada en Valladolid a finales del siglo XIX por el músico y constructor Ángel Velasco, quien cambió la afinación hacia el Fa sostenido con más facilidades cromáticas, y otra es más sencilla, solo con agujeros, denominada gaita, requinto o charambita, algo más corta y en una afinación tendente a Sol, donde la pericia del instrumentista lograba o no una mayor riqueza de notas al margen de la escala diatónica», detalla el folclorista. La primera se ha desarrollado notablemente en Castilla y León, Castilla-La Mancha y algunas partes de Cantabria, y la segunda que fue la habitual también en Castilla durante los siglos pasados hasta la reforma de Ángel Velasco se mantiene en todo el País Vasco, Navarra, Valencia, Cataluña y Aragón, «con gran vigencia y notables músicos y estudiosos», puntualiza Porro.
La dulzaina es, según el autor del libro, típicamente castellana desde mediados del siglo XIX, y en la provincia de Palencia, «a partir de finales de esa centuria, especialmente tras la remodelación musical de Velasco, pues se expandió como la pólvora, barriendo en breves años a otros instrumentos muy habituales en Palencia, como eran la voz acompañada del tambor y la pandereta, la rondalla de cuerda o la flauta de tres agujeros y el tamboril». «A partir de 1935 las orquestas, el acordeón y el saxofón acabaron con ella. Su gran desarrollo viene a partir de esa reforma en su construcción, y sobre todo por el repertorio que trajo consigo al poderse interpretar más cómodamente, especialmente la zarzuelas y los bailes agarrados, que en ese doblar de siglo comenzaban a conocerse por toda España», agrega.
La música de la dulzaina es «potente, solista y moderna», según la define Porro. «La dulzaina está pensada para amplios espacios, donde resuene hasta el infinito la voz del instrumento, en amplias plazas y con cientos de personas bailando. Aprovechaba también el eco eclesiástico para resonar potentemente en las capillas y era desde donde se transmitía el nuevo repertorio, al ser interpretadas por los músicos en sus idas y venidas por las diferentes localidades y provincias. Con sus actuaciones ampliaban el repertorio y acercaban otras melodías novedosas», explica el folclorista.
Afinación
La dificultad del instrumento hacía que fuera difícil que dos instrumentistas tuvieran las mismas capacidades para interpretar al unísono, lo mismo que era difícil localizar dos instrumentos con las mismas características de afinación. «Esto favoreció el desarrollo de los solistas, virtuosos y dominadores de un duro instrumento, del que eran capaces de sacar infinitas posibilidades y que mostraba toda la elegancia del repertorio tradicional, nada sencillo por otro lado. Hoy en día con la costumbre de tocar en bandas de dulzaineros se empobrece el repertorio, que obviamente ha de ser simple para que todos los instrumentistas lo puedan interpretar sin concesiones efectistas y con la variedad de instrumentos de varios fabricantes, en un sentimiento gregario y romero en el que campan a sus anchas las mil y una maneras de interpretar y afinar», asegura Carlos Porro.
El compañero inseparable del dulzainero era el redoblante, denominado también tamboril por su referencia directa al antiguo instrumentista que tocaba flauta de tres agujeros y tambor y más modernamente caja, desarrollada a partir de las bandas militares. «El redoblante es la base imprescindible para que el dulzainero pueda desarrollar su labor, al ser el sustento rítmico de todo. El 'caja' ha de ser bueno para que el dulzainero pueda serlo, o por lo menos disimular sus faltas. Antiguamente todos los dulzaineros eran perfectos conocedores de los ritmos de tambor, y a partir de ahí cuando ya tenían la base pasaban a la dulzaina, lo que les posibilitaba un desahogo en la interpretación, otro elemento que echamos a faltar en la actual interpretación», agrega el folclorista.
La jota y los géneros agarrados (pasodobles, valses o tangos) son los repertorios más modernos dentro de la tradición actual, especialmente a partir de finales del siglo XIX. La dulzaina figuraba como instrumento obligado para el baile de jotas, o para los repertorios específicamente tradicionales, como las redondillas, las ruedas o los bailes a lo ligero. Se hacía cargo de las fiestas locales desde la mañana, con las dianas o alboradas, los pasacalles de acompañamiento de autoridades y la misa, donde interpretaba las partes de la misma (al entrar, al ofertorio o al alzar). Tras ella acompañaba a los danzantes con los paloteos, los punteados, los tejidos de cintas y otras suertes coreográficas. Acompañaba a los mozos en las rondas, en sus cuestaciones navideñas o en las bodas, con un repertorio diferente y específico para cada momento.
Repertorio
Todos los dulzaineros, en algún momento, han sido autores de su propio repertorio, «aunque ahora lo consideremos tradicional, pues lo adaptan a su gusto, a sus necesidades y a su técnica, haciéndolo en cierto modo suyo», señala Carlos Porro. «Grandes dulzaineros, conocedores o no del pentagrama, compusieron melodías que posteriormente han ido decantándose en el medio rural, quedando consolidadas con aire tradicional o con aire más 'culto'. Menos frecuente ha sido que músicos profesionales se acercaran a este instrumento para componer piezas, cosa que ahora mismo es habitual en todo el Levante y en Cataluña, donde el desarrollo de las variantes de este instrumento (la gralla y la dolçaina), a partir de los años ochenta, ha sido tan grande que todos los años se componen melodías de moros y cristianos, piezas de baile y otros géneros por músicos afamados», agrega.
En Palencia destaca, según Porro, el insigne músico y folclorista Antonio Guzmán Ricis, que compuso en 1940 una rapsodia para dulzaina y caja de aires palentinos, y algunos dulzaineros como Julio Cuesta, que compuso algunos bailables, como la jota titulada 'La palentina' o el pasodoble dedicado al torero Marcos de Celis, interpretadas indistintamente en banda o en dulzaina.
Cofradías
En la actualidad hay muchos dulzaineros en Palencia y en Castilla y León, «pero esto no es síntoma de que el instrumento pase por buenos momentos». «Sigue sin estar valorado suficientemente por las entidades y organismos que han de respetar y apoyar la tradición», asegura el folclorista, que se refiere a los ayuntamientos, diputaciones o las cofradías que han de contratar los servicios de estos músicos para sus danzas, procesiones o acompañamientos, «en los que prima el desglose económico por encima de el propio lucimiento de la fiesta y su mantenimiento tradicional, cosa que antes no ocurría, pues se contrataba los servicios de los mejores músicos y de los perfectos conocedores de la tradición, lo que incidía en el crrecto desarrollo de la fiesta». «También nos encontramos en la tesitura de que no todos los dulzaineros están a la altura de las circunstancias para hacerse cargo de una procesión por su escasa preparación, la dureza del instrumento o por la complicación de las piezas, lo que incide muy negativamente en la valoración del instrumento como referente cultural y un pasmoso empobrecimiento del repertorio y de las calidades.
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