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APUNTES_OPINION

El diablo en Navidad

JAVIER PÉREZ ANDRÉS

Martes, 8 de diciembre 2009, 02:18

Toda una paradoja en tiempo de Navidad, de nacimientos, de mofletudos Santa Claus, de Magos de Oriente en horas bajas, de paz en la tierra, de cenas en familia y cotillón de fin de año. Justo en medio y al lado, bordeando el programa de actos, compartiendo espacio con los feligreses que salen de misa y fundiéndose en un solo son, el ruido del cencerro y la música de la pandereta, surge envuelto en una nube de ceniza la figura fantasmagórica del carocho. Un diablo que salta, grita, corre y reaviva las cenizas de un incendio que se pierde en la noche prehistórica.

En la Navidad de Castilla y León tiene lugar una de las manifestaciones antropológicas más fascinantes de la geografía ibérica. Todo ocurre en un lugar de las montañas alistanas y se extiende por todo el noroeste zamorano. Se trata de las mascaradas de invierno, ritos ancestrales que llegan con el frío, la niebla y la nieve. Los lugareños arropados por núcleos sensibles a la cultura rural, sin presupuesto, ni altavoces, ni portavocías de palacio, teatralizan, escenifican, recrean un rito que embiste con descaro a la extinción, desacata la norma y agita el aire de una sociedad que ha perdido el norte de sus orígenes. Es tal la fuerza de los personajes que salen con la máscara invernal a los campos, plazas y calles de las aldeas que supone todo una afrenta a su abandono, a una incomprensible ignorancia que sobre ellos tiene la sociedad civil, y los a gobiernos, y las universidades, y los antropólogos y hasta los organismos internacionales de la cultura universal. Carochos, filandorras, zangarrones, diablos, ciegos, zamarrones, caballicos, tafarrones y cencerrones, entre otros muchos del reparto etnográfico, están escribiendo en el escenario rural un guión único, fascinante, que debería despertar ya el injusto sueño del escritor y del cineasta y revolver la conciencia a todos los ministros de Cultura. Las mascaradas de invierno rompen todos los modelos establecidos del orden teatral, del rito. Son un fenómeno único. Pendientes de que se pronuncien sobre ellas la Unesco, el Estado y el Gobierno regional, se niegan a desaparecer. Posiblemente supongan la más alta transgresión de la cultura moderna y el último aviso descarnado de una sociedad rural que se aferra a sus mitos y leyendas para no desaparecer del todo. Este año tan dudoso en beneficio material debería despedirse al son de los cencerros que llevan amarrados a la espalda los diablos que saltan envueltos en nubes de ceniza en Riofrío de Aliste, en Sarracín, en Abejera de Tábara, en Sanzoles, en Montamarta, en Pozuelo de Tábara y en Villarino tras la Sierra. Hagámosles un sitio entre el turrón y el villancico.

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