El arte del regateo
El Rastro, mercado callejero de origen medieval, cita los domingos a coleccionistas y amantes de los chollos, curiosidades y antigüedades en el corazón castizo de la corte
SARA MEDINA HERRERO
Viernes, 29 de mayo 2009, 03:22
H ay que ir sin prisas, sin prejuicios, recorrerlo entero: calle a calle, rincón a rincón, puesto a puesto. Puede ser desordenado, cutre, incómodo, sucio y agobiante, pero es uno de los sitios con más magia y encanto de Madrid. Un microuniverso donde hay de todo, objetos vulgares a precios galácticos y tesoros escondidos que se pueden conseguir a precios ajustados. Todo depende del tino, la paciencia y la capacidad de mirar y ver del comprador. Y, sobre todo, hay que dejarse empapar por su esencia, confundirse entre el gentío, escuchar a los tenderos con historias que contar, a los compradores que saben (y encuentran) lo que buscan. Cierto es que hay mucho chisme, mucho puesto de todo a cien, pero rascando bajo esa pátina de morralla aún aparece el espíritu del Rastro de toda la vida.
Un mercado con más de 500 años de historia, cuyo nombre se remonta al Medievo y a la costumbre de arrastrar las reses muertas por las calles, dejando así un 'rastro' de sangre en ellas. Ropavejeros, matarifes y ganaderos fueron los primeros habitantes del Rastro, que ha sufrido una evolución constante (no exenta de rifirrafes entre los acérrimos defensores del mercado y la Administración) desde entonces, al son de los cambios políticos y sociales. Un punto de encuentro dominical (sólo abre los domingos y festivos) para muchos madrileños y turistas, que se dejan atrapar por el ambiente de castizo regateo de los 3.500 puestos de venta, el máximo que permite el Ayuntamiento capitalino.
La forma más típica de llegar pasa por la Plaza de la Cebada, el epicentro de cañas y tapas del barrio de La Latina, para continuar a la cañí Plaza de Cascorro, emblemático punto de partida del mercado. En torno a Cascorro y su estatua del héroe Eloy Gonzalo se extienden las callejuelas pobladas de puestos desmontables. La propia plaza está plagada de locales de ropa underground y accesorios. El eje de El Rastro es la bajada de Ribera de los Curtidores, con puestos artesanales y de ropa de segunda (o tercera) mano y sus aledañas: Mira al Sol, Arganzuela (especializada en objetos militares) y, a la izquierda, Fray Ceferino González, más conocida por la 'de los pájaros', debido a que antiguamente era el lugar de la venta ambulante de aves y animales de compañía. También a la izquierda, la calle de San Cayetano o 'de los pintores': un sinfín de locales que venden óleos, ilustraciones y todo tipo de artículos pictóricos.
Paraíso infantil
Cerca, la calle de Rodas y las plazas del General Vara del Rey y de Campillo del Mundo Nuevo, un paraíso infantil donde decenas de niños intercambian (comprarlos es ilegal) cromos, y amantes del papel rebuscan entre los puestos de revistas y cómics curiosos. A lo largo de las vecinas calles del Carnero y la de Carlos Arniches, pasean los bibliófilos: puestos de libros de viejo, de ocasión o para coleccionistas campan en las dos vías. Y entre todos ellos, seguidores del Hare Krisna pregonan su doctrina micrófono en mano y personal del 112 velan por los desmayos ocasionales, mientras la Policía vigila a los frecuentes descuideros y carteristas.
Las aglomeraciones de gente son comunes, aunque la afluencia varía en función de la hora: el momento álgido es entre las 11 y las 13 horas, cuando se congrega un mayor número de visitantes. A medida que se acerca el mediodía, los compradores o simples paseantes se suelen acercar a los bares que hay en los extremos y en la plaza de Cascorro, o más allá y acaban en La Latina, otro gran punto de tapeo dominical. A partir de las 14 horas, el Rastro comienza a vaciarse y los puestos van echando el cierre poco a poco hasta que a las 16 horas ya no hay prácticamente actividad comercial.