Rizomas, bulbos y otras hierbas La pintura y el vértigo
JESÚS MAZARIEGOS J. MAZARIEGOS
Lunes, 13 de abril 2009, 02:53
S i no recuerdo mal, en latín, la terminación 'arum' corresponde al genitivo plural de la primera declinación. De modo que el título de esta exposición se podría traducir como 'de las plantas', o bien, 'acerca de las plantas', aunque me inclinoa a entender ese 'plantarum' como 'de las plantas' en el sentido 'perteneciente a las plantas', como lo que trata sobre ciertas partes de las plantas. En efecto, la planta aparece fuera de su medio, arrancada de a tierra, casi nunca completa sino sólo una parte, y no precisamente una parte habitual, un fruto o una flor, sino más bien la parte oscura de la planta, detalles que parecen acercarnos a un mundo misterioso, a veces, incluso inquietante.
Es muy posible que ninguno de los bulbos aquí presentes pueda encontrarse en la frutería. Más bien habría que buscarlos en los tarros de la rebotica o en el huerto de Fray Malaquías, si estuviéramos en el mundo de 'El nombre de la rosa'. Plantas sanadoras y venenos letales, filtros amorosos y purgas devastadoras, drogas contra el dolor y remedios para el mal de ojo y la locura. No es un botánico al uso el que Blanca Yusta lleva dentro, es, más bien, un conocedor de los secretos de las propiedades de las raíces y de las semillas raras, un alquimista de lo vegetal.
Por eso las plantas que pinta Blanca está aisladas, sobre un lecho de acuarela, secas o conservadas en éter, y tienen nombres extraños que se esconden bajo códigos y claves. Sus formas evocan todo un universo de lo mágico y de lo oculto. Hay formas de aljibe en plantas que almacenan agua, formas de cáliz coronado, de maza, de lanza, de huevo, de corazón, de cuerno, de bulbo, de riñón, de vaina, de tentáculo, de espermatozoide, de cápsula, de cuchillo, de peine, de boca dentada, de cerebro.
Todo este mundo de origen real, Blanca Yusta ha sabido enfriarlo o distanciarlo mediante un tratamiento parco en colores, y me atrevería a suponer que no parte del objeto real sino de la ilustración de tipo científico, cosa que, después del Pop, no desmerece en absoluto, Al mismo tiempo, el fondo pictórico abriga y reafirma la condición artística, que no científica, del motivo, convertido ya en ente autónomo, en fantasía plástica, en obra de arte.
E n los últimos años, la producción pictórica de Alberto Reguera no ha dejado de romper moldes. Primero con los bastidores gruesos que, aplicados a formatos pequeños y con los cantos pintados, introducían en la pintura una tercera dimensión no ficticia como la perspectiva, ni aplicada a la representación, sino asociada al soporte en sí mismo, lo cual venía a convertir a los cuadros en esculturas, esculturas prismáticas con una cara sin trabajar y por tanto, de pared.
Otra ruptura significativa en la pintura de Reguera, desarrollada a partir de estos formatos pequeños y gruesos, es el 'salirse la pintura del cuadro', lo cual obliga a contar con otro bastidor convencional para preservar el muro y la independencia de la pintura.
La actual exposición en la Galería Antonio Machón de Madrid, incluye uno de estos últimos ejemplares y varios, magníficos, de aquéllos. Pero aún remueve Reguera un poco más los límites del soporte y presenta también una pequeña instalación en la que los cuadros, gracias a la anchura de su bastidor, reposan en el suelo pero, a diferencia de otros casos anteriores, su cara posterior no está hueca sino provista de lienzo y pintada, dejando sin pintar -es de suponer- el canto que posa en el suelo.
El resto de las obras parecen volver a la tradición del pintor, prodigando las gruesas texturas y las aplicaciones de pigmento en polvo. En todo caso, se aprecia una cierta tendencia a las superficies menos homogéneas.
Así pues, la pintura de este segoviano recriado en Palencia y afincado en París, después de forzar los límites del cuadro, en un ejercicio pictórico y conceptual realmente vertiginoso, podría parecer, en principio, que se da una tregua y un reposo. Pero no es así exactamente, pues en estos días concluye una exposición el pintor en el Museo Cruz Herrera de La Línea de la concepción, donde los cuadros 'revientan' literalmente y la pintura se esparce por la pared y por el suelo.
No sabemos, precisamente por aquello del vértigo, si Alberto Reguera mantendrá estas variantes alternativas, si las abandonará o si afrontará nuevas empresas que sólo él podrá idear, descubrir y realizar. Solamente podemos intuir, con bastante fundamento que, si aparecen nuevos retos, será en el campo de la pintura pura y material, en los dominios del lienzo y de la pasta pictórica, de las texturas y de los pigmentos aplicados en polvo y, cómo no, en los aledaños del cuadro.