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RICARDO HERRERAS
Domingo, 14 de septiembre 2008, 04:06
Es imposible tener una conversación sobre el arte de torear a caballo y no hablar de Pablo Hermoso de Mendoza. Es, dicho por muchos, el mejor rejoneador de la historia. Mendoza tiene fuerza, técnica, una cuadra espectacular, calidad, conoce los terrenos y aporta un arte y un carácter esencial y único. Llega a Valladolid tras un cargado y triunfal mes de agosto en el que ha tenido tardes importantes como las de Bilbao, Bayona o Huelva. Llega a Valladolid cargado de ganas, como siempre que se anuncia en la plaza de toros del Paseo de Zorrilla.
-¿Cómo lleva la temporada?
-La verdad es que muy bien, especialmente en este mes de agosto en el que he sido muy regular en un mes que se suele poner cuesta arriba porque hay muchos festejos y terminas muy cansado.
-¿Cómo afronta la recta final de la temporada?
-Espero que con la misma regularidad que durante el resto del año, y especialmente en agosto. En una temporada el principio y el final cuentan mucho, para coger fuerza y para colocarse en un digno puesto, respectivamente. A mí me parece más importantes cómo se termina a cómo se acaba. El final de año es el que suele dejar el buen o mal sabor de boca y siempre es una satisfacción terminarlo de forma triunfal.
-Valladolid, plaza talismán.
-De todos es sabido que tengo un cariño especial a esta plaza. Fue una de las ferias que me abrió sus puerta y me dio alas cuando yo era un desconocido y en la que toreo muy cómodo y muy querido por su afición. Por otro lado, yo soy del norte y siento mucha afinidad por todas las plazas de Despeñaperros para arriba; su cultura, su carácter, me siento más identificado.
-¿Cuántos caballos ha tenido este año?
-Tres, que ahora están en un momento de forma espectacular. Al principio estaban muy verdes, pero con el paso de los meses han ido cogiendo tablas. Aún tienen la inocencia de ser caballos jóvenes, pero unido a la experiencia que les da un número de festejos elevado. De los tres, que se llaman Anapurna, Pirata e Ícaro, éste último es el que más alegrías me esta dando. Una joya.
-Hace varias semanas murió Guaraná, uno de los caballos estrellas de Diego Ventura, ¿qué se siente ante una pérdida de un animal al que se ha mimado tanto?
-Es una pena muy grande. Con el caballo se llega a tener una relación muy íntima. Caballo y jinete somos uno y con el animal se han vivido muchas tardes, de riesgo, de satisfacción, de alegrías y de penas. El rejoneador es lo que es gracias al caballo; sin él no es nada, se lo debemos todo.
-¿Cómo esta Cagancho?
-Vive como un rey. Va camino de ser un caballo longevo y está igual de forma que cuando toreaba. Recibe muchos mimos y en casa ocupa un puesto especial. Sale a trotar todas las mañanas, tiene una dieta equilibrada y descansa en su box especial.
-Y su descendencia, ¿ha tomado los genes del gran caballo que es?
-De momento Rondeño, que lo monto yo, y Armendáriz están trabajando muy bien, y un nieto suyo de nombre Pandero ya está iniciándose con muy buenas actitudes.
-¿Se nota de quién son hijos o nietos?
-Mucho. La genética ayuda mucho. Cuando has conocido a un caballo al máximo, como lo he hecho yo con Cagancho, su descendencia hereda lo bueno y lo malo y sólo en el galope ya se puede comprobar que son hijos de quien son.
-¿Cómo se puede llegar a domar tanto a un caballo para que muerda a los toros?
-Eso es al contrario, se debe canalizar esa agresividad para que no lo haga de continuo. El caballo agresivo debe ser tranquilizado para que no lo haga continuamente porque desluce la lidia. No lo hacen todos, pero el que lo hace lo utiliza como manera de defenderse ante al astado. Hay que intentar que no sea una pelea entre ambos animales y eso se hace canalizando la expresividad del equino.
-Cuando un jinete lleva tanto tiempo como usted en todo lo alto, ¿trata de innovar año tras año para no quedarse atrás?
-A mí se me ha puesto como el revolucionario dentro del mundo del rejoneo. El jinete que cambió el rumbo y muchas más cosas se han dicho. Yo lo único que he tratado de hacer ha sido seguir mis sentimientos y transmitir a los tendidos lo que yo tenía dentro.
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