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Una de las calles del pequeño municipio de Llano de Olmedo. / J. L. V.
VALLADOLID

Cada casa, una sorpresa

Los vecinos de Llano de Olmedo se llaman cuadroneros por la división de tierras en grandes cuadrados de terreno

JOSÉ LUIS VILLAR

Sábado, 10 de mayo 2008, 03:00

En el caballete del alfoz de Olmedo, donde la provincia termina y penetra el Camino de Santiago madrileño que llega tras pasar por Villeguillo, viven los cuadroneros en lo que antiguamente eran los llanos de Olmedo. La procedencia de su gentilicio se debe a la división de sus tierras en cuadrones que no son sino grandes cuadrados de terreno. Al llegar al pueblo, destaca el hermoso crucero de piedra junto al camino, que da la bienvenida y nos dirige hasta la Plaza Mayor, presidida por un vasto edificio naranja que funciona como centro multiusos y Casa Consistorial. Una casa de turismo rural y un albergue dan cobijo al gran número de viajeros que pasan por estos lares. También son habituales en los meses de primavera ver autobuses con niños que llegan a pasar un día de campo en el aula de naturaleza y dar un paseo a caballo.

Más curioso resulta ser el divertido campo de 'parakart', que son triciclos arrastrados por cometas. Enfilando el camino del cementerio y acompañados por el CAD, que es el cauce que recoge las aguas pluviales, llegamos a los pinares del Cuadrón, ricos en níscalos que desembocan en hermosas playas agrestes sobre el río Eresma, con estupendas zonas de baño donde los mozos solían emular a los famosos saltadores de Acapulco, pero desde las ramas de los chopos. Tampoco resulta extraño al caer la tarde ver el caminar de peregrinos santiagueros que tras su paso por Villeguillo, cruzarán los pinares con destino a Alcazarén. Suele ser lugar de parada y descanso, para así aprovechar la ocasión de contemplar los viejos corrales municipales donde antes hacía noche el ganado trashumante. Pero volviendo a internarnos en el caserío, cada paso es una sorpresa. Si tenemos suerte, quizás nos topemos con el último sacristán, Exuperio, que aunque ya no canta misa, sigue pregonando sus sabias enseñanzas escritas en pergaminos. Si elegimos pasear por libre, cada casa es una sorpresa. En una, un domador de fieras que ahora se dedica a hacer películas; en otra, un artista de la miniatura se dedica a realizar tallas en madera; en una trasera, ensaya un grupo de rock joven... y así hasta llenar de vida cada una de las moradas.

Además de San Isidro Labrador, siguen manteniendo las fiestas patronales, 'El Rosario', en julio, a pesar de que la Iglesia lo traslado hace 50 años a octubre, y es que el primer y único año que lo celebraron en este mes cayó el granizo hizo polvo las cosechas, por lo que los agricultores creyeron que a la Virgen no le había parecido bien el cambio y lo dejaron como estaba antes. Sus vecinos muestran con orgullo su templo, dedicado a San Pedro Apóstol, una modesta construcción de ladrillo del XVIII. Importantes son sus archivos, entre los que se encuentran, un libro de cuentas, donde entre otras cuestiones se recogía en 1770, el pago de 1.480 reales al maestro Segundo Ibáñez, por dos altares colaterales y un sombrero para el púlpito.

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