Los pozos de la nieve
JULIO VALLES
Miércoles, 26 de marzo 2008, 01:48
LA nieve fue durante toda la Edad Moderna un elemento muy apreciado para enfriar bebidas y frutas. La nieve tenía una gran importancia para la población en general y constituía una gran industria; por eso su explotación y almacenamiento eran de concesión real ya desde tiempos de Carlos V y Felipe II. Se convirtió en un artículo verdaderamente imprescindible no sólo para las personas principales, sino también para otros estratos de población más modestos y, como ocurría con la comida, los servidores de los oficios de boca reales, así como los de las grandes y nobles casas, lo recibieron como parte del estipendio de los servicios prestados. El pago en azumbres de nieve constituía una práctica diaria para esos colectivos, y no había ningún festejo, sobre todo de toros, en el que no se consumieran grandes cantidades de este precioso estado del agua, tanto en refrescos, como en alojas y limonadas.
La enorme profusión de tratados sobre su uso publicados por eminentes doctores en los siglos XVI y XVII, corrobora la enorme importancia que tenía entre la población y entre los médicos y dietistas en particular, que cuidaban de aconsejar su uso adecuado así como advertir de sus peligros y sus virtudes. Entre ellos destaca el médico vallisoletano Jerónimo Pardo que sostenía que el mejor método y el más saludable para enfriar, es el de la nieve: «... pero ésta nunca debe echarse directamente dentro de la bebida, sino que en la vasija con el líquido que se desee enfriar, debe colocarse dentro de otro recipiente con nieve o hielo ». Un instrumento que se utilizaba para conservar las bebidas una vez enfriadas era una especie de termo compuesto por una vasija de vidrio, llamada damajuana, que se recubría con corcho y se forraba con guadamecí. También se utilizaban corchos breados para contener las vasijas recubiertas de nieve o hielo.
Las poderosas familias de nobles castellanos que tenían casa cerca de las montañas ordenaban recoger la nieve en las épocas frías y almacenarla para su uso, tanto en invierno como en verano, sobre todo en la meseta castellana, donde había grandes distancias de las zonas de neveros a alguna de las ciudades principales. Para conservarla se utilizaron unas instalaciones donde se almacenaba, eran los llamados pozos de la nieve también conocidos en el ámbito rural como nevera. Su localización en las poblaciones estaba preferentemente pensada para una buena comercialización y distribución, generalmente a las afueras y próxima a las salidas que comunicaran con los ventisqueros de la sierra en Valladolid se situaban entre otros puntos, en el Camino de Renedo, próximo a la Esgueva y en las proximidades del monasterio de Nuestra Señora de Prado cerca del río Pisuerga, como ejemplos muy significativos.
Durante su visita a Valladolid, a principios del siglo XVII, el portugués Pinheiro de Vega, decía: «... el mayor regalo que tiene Castilla, es la nieve en el verano, que nunca falta, y sólo por ella se pudiera ir allá, con más razón que los franceses por los vinos de Italia y los ingleses por los vinos del Algarbe, y aquí en la tierra no hay mayor deleite que agua fría en el verano y fruta con nieve».
La ciudad de Valladolid se beneficiaba de la venta del hielo y la nieve por tener establecida una sisa o arbitrio que gravaba dichas transacciones. El 9 de mayo de 1628 se vio en el Ayuntamiento una petición sobre que «no se paga la sisa de los yelos que se venden en los pozos de su Mgd. y se acordó se cobre contra las provisiones reales que para ello ay, para la paga de los fontaneros, así de lo vendido como de lo que se vendiere por semanas y se suplica al Sr. Correxidor lo mande executar como por las dichas, reales provisiones se manda Y para el efecto dellas... y el Sr. Fco. de Praves no vino en ello».
En cambio, el 10 de julio del mismo año Francisco de Praves, en su calidad de Veedor y contador de las obras reales pidió al Ayuntamiento que aumentase el precio de los hielos a 5 maravedís la libra por «lo mucho que se desace y, desperdicia, no consintiéndolo la ciudad que votó se guarde la postura de 4 maravedis, dos para el dueño y dos para la sisa ». Que la venta de estos hielos era importante para la economía vallisoletana se aprecia en el empeño que desde el Ayuntamiento se ponía para que siempre estuviese a punto el servicio, estipulándose que hubiese dos puestos y en cada uno dos pesos con dos personas que pesen y despachen desde las ocho de la mañana hasta las once de la noche, estableciéndose pena de cuatro ducados por cada vez que hicieren falta. En el año de 1630, el 14 de enero, el administrador de la sisa de la nieve y yelos desta ciudad dio cuenta de su gestión, seña-lándose que cualquiera de los contadores hablase con Francisco de Praves para que pague lo que resta deviendo de los pozos de su Mgd. ...sin perjuicio del derecho que Valladolid puede tener por no aver echo pagar como se iba vendiendo. La venta de hielo continuó durante todo el siglo XVII, pero es partir de 1635 cuando la explotación de los pozos se convirtió en un asunto exclusivamente municipal, encargándose el Ayuntamiento de pregonar las obras necesarias para su reparación con la recomendación de adjudicarlas a quien las hiciera en más bajo precio. En la segunda mitad del siglo XVII, aumentó a tres el número de puestos de venta, que se ubicaron en la plaza Mayor, plazuela Vieja y alojería de San Martín.
Los pozos, que se habían construido para regalo de las reales personas y para ser explotados desde la corte, se concedieron definitivamente a la ciudad de Valladolid por real orden de 30 de enero de 1775 para que deshaciéndolos puedan aprovecharse sus materiales de piedra y ladrillo en la construcción de la puerta llamada del Campo Grande. Suponemos que en esa fecha estarían ya totalmente abandonados.
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