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David Bisbal, en el escenario de la plaza de toros, acompañado por tres de los diez músicos que componen su banda. / GABRIEL VILLAMIL
VALLADOLID

¡Ese Bisbi, ese Bisbi, eh!

David Bisbal ofrece en la plaza de toros un concierto de casi dos horas que intercala intensas baladas con frenéticas canciones de estribillos pegadizos

VÍCTOR M. VELA

Jueves, 6 de septiembre 2007, 03:23

David Bisbal, torero sin capote, el de los de baladones y estribillos pegadizos, saltó ayer al coso pucelano con sus canciones más conocidas en la taleguilla y una cuadrilla de seguidores que, si bien no llenó la plaza de toros, no dejó que los calvas del albero se mostraran más allá de lo recomendable. Se plantó el almeriense en mitad del escenario con pantalones militares, camisa negra y una corbata roja que, aunque desabrochada, quizá debería haber dejado en el camerino. Porque no fue hasta que se la quitó cuando el concierto (y el público) comenzó a calentarse. Había pasado ya media hora y durante esa primera parte encorbatada, Bisbal quemó todos los cartuchos de los medios tiempos -canciones de transición, casi- y dejó los fuegos artificiales para el resto de la actuación.

El cambio de tercio llegaría con la octava obra, cuando el 'búm-búm' de su corazón comenzó a latir en el Paseo de Zorrilla. Y a partir de ahí, David Bisbal exageró sus dos caras, paseándose por el escenario de extremo a extremo, pasando (con generosos descansos entre pieza y pieza) de las intensas baladas a esas canciones de desarrollo pegadizo, tan eficaces y resultonas que ya te las has aprendido antes incluso de terminar de escucharlas por primera vez. Ahí estaban los ejemplos de 'Lloraré las penas' o el «turu-turú» 'Ave María', tan reconocibles que uno espera ansioso la repetición del tópico. David Bisbal gira que te gira, luciendo sin complejos la misma flexibilidad tanto para levantar la pierna como para dar intensidad a las canciones. Bisbal tiene voz para regalarla en los ritmos rápidos y recogerla en las lentas. Algunas de ellas trajeron de la mano los mejores momentos de la noche. Entre ellos, un dúo entre el almeriense y un saxofón que dio como resultado una gran versión de 'Fuiste mía'. Y, de forma especial, la colaboración que Bisbal pidió para interpretar 'Dígale', y que los vallisoletanos le otorgaron sin hacerse mucho de rogar. «Hay muchas canciones con mucha energía, pero tengo baladas que siento en lo más profundo de mi corazón. Y esta me gustaría que la cantárais con vuestro amigo David», dijo. Y el público comenzó a corear el «tal vez usted la ha visto».

Bulerías sin silencio

Pero las más aplaudidas, bailadas y esperadas -de largo- fueron las más fiesteras. La exhibición de metales (trombón, saxo y trompeta) de 'Cómo olvidar' estuvo acompañada por unos tremendos saltos en los que Bisbal demostró que, si no nació con muelles en los pies, fue por un fallo de la naturaleza. Con 'Quién me iba a decir' repitió la estética de su videoclip, sombrerito calado y contorsionismos sobre una gran soga colgada del escenario y con los bises de 'Bulería' y 'Torre de Babel' llegó el delirio final.

Lo curioso es que los 'bisbalistas' pidan a su ídolo canciones reclamándole silencio. Y no para que se calle, sino para que entonce -«del amor que tú me diste»- una de las más solicitadas y reclamadas a lo largo del concierto y que dejó, casi casi casi, para el final.

Bisbal dejó ver su perfil solidario con 'Soldado de papel', invitó al público a mostrar sus manos rojas y repitió sin descanso un gesto, el del brazo levantado con dos dedos extendidos en señal de victoria, que ya se ha unido al catálogo de cabriolas, piruetillas, giros imposibles y tensión mandibular (esos dientes apretados) que uno espera en todo concierto de Bisbal. Como el de anoche.

Una actuación tan 'bisbaliana', tan de libro -luces, bailes, fuegos artificiales, potencia en las baladas, intensidad en las rápidas y olés entreverados- que no defraudó a sus seguidores. Porque sabían a lo que iban.

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