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Instituto Tecnológico Santiago y Segundo Montes en El Salvador, construido con ayuda de la ONG Amycos y del Ayuntamiento de Valladolid
La Fundación Segundo Montes honra a los jesuitas asesinados con un pueblo en El Salvador

La Fundación Segundo Montes honra a los jesuitas asesinados con un pueblo en El Salvador

15.000 salvadoreños reciben asistencia sanitaria y formación con el esfuerzo realizado en 25 años

VIDAL ARRANZ

Lunes, 8 de diciembre 2014, 13:36

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Un discreto local de la calle Núñez de Arce, protegido por una valla y un jardín recoleto, es el centro de operaciones de un prodigio. El que ha promovido durante los últimos veinte años la Fundación Segundo y Santiago Montes, la institución que recogió el testigo de parte del legado de los mártires de El Salvador, los jesuitas capitaneados por Ignacio Ellacuría que fueron asesinados en la Universidad Centroamericana. Entre las ocho víctimas de aquella matanza, de la que se cumplen 25 años, había dos vallisoletanos (Ignacio Martín Baró y Segundo Montes) y un burgalés, Amando López. Todos ellos, entregados a la causa de la justicia, la cultura y la libertad en el país centroamericano. Y todos ellos, sacrificados en el altar de la intolerancia y el desprecio por la vida y la dignidad.

Y 25 años después de aquel asesinato que conmocionó al mundo entero, en una región del alto de Morazán en la que antes no había nada, residen hoy 15.000 personas, con escuelas, asistencia sanitaria, alojamientos para turistas y hasta un instituto universitario. Su esfuerzo y la ayuda de la colaboración internacional han hecho posible el pequeño gran milagro de la Ciudad Segundo Montes, un nombre bajo el que se agrupa una comunidad dispersa en el territorio, y sin entidad administrativa propia, pero unida por la fuerza conjunta de un testimonio, un homenaje y un legado.

La historia de la Ciudad Segundo Montes está marcada, a sangre y fuego, por la tragedia de los mártires. El vallisoletano Segundo Montes dedicó los últimos meses de su vida, ignorante de que lo eran, justamente a hacerla posible. Su condición personal de Alto Comisionado de la ONU para los refugiados le había permitido conocer las penurias de una población de 8.500 salvadoreños refugiados en Honduras, en la zona de Colomoncagua. 8.500 almas encerradas y privadas de casi todo y que, además, de tanto en tanto, sufrían la impotencia de ver cómo las mafias les robaban a sus hijos para venderlos en el mercado negro de las adopciones en Estados Unidos. «Más tarde fue posible identificar a más de 200 de esos niños robados», recuerda Ramón Ortega, presidente de la Fundación. «En unos pocos casos los padres pudieron conocer qué era de ellos o tener algún contacto». Pero la mayoría hubo de conformarse con saber que sus hijos estaban vivos, y bien, en su nueva vida como vecinos estadounidenses.

Segundo Montes habló con el Gobierno de El Salvador y con la guerrilla, entonces todavía en guerra, y logró que aceptaran un nuevo asentamiento para los refugiados. Lamentablemente, no pudo ver el fruto de sus esfuerzos porque la muerte le abatió a tiros dos días antes de que comenzara el éxodo hacia la ciudad que hoy lleva su nombre. «No fue un traslado fácil. Tardaron cuatro meses en recorrer los 45 kilómetros que separaban el refugio de su destino», recuerda María Calleja, la vicepresidenta de la fundación. No es solo que los caminos fueran difíciles de transitar, sino que el traslado se fue haciendo por grupos, cargando en cada viaje con todos los enseres de que disponía cada familia.

Bombas y minas

Cuando llegaron a su particular tierra prometida, lo único que les esperaba era la nada. Y no fue poca cosa, pues al menos fueron librados de otras compañías poco aconsejables. Durante los meses previos, el Ejército retiró 3.000 bombas y minas, huellas de la virulencia del conflicto que asolaba entonces El Salvador.

Dos hermanas de Segundo, Cristina y Catalina Montes, enseguida se desplazaron hasta allí para ayudar a los refugiados. Durante los primeros años fue la familia, con el apoyo informal de amigos y conocidos, la que sostuvo económicamente el proyecto, que en aquellos primeros momentos se limitaba a proporcionar una canasta básica de alimentos, cada mes, a los ancianos sin recursos (aún hoy siguen entregando 24 de estas canastas). En estos primeros años hubo también proyectos para proporcionar calzado, canalizaciones de agua potable, una granja de cerdos y los primeros proyectos educativos. Madame Mitterrand, la mujer del presidente francés, les financió enseguida, en 1990, unos casetones de madera para facilitar las labores de enseñanza.

La educación era ya una prioridad para la comunidad de refugiados antes de volver a El Salvador y lo seguiría siendo después. «Segundo les había inculcado el interés por la formación. Y ellos habían desarrollado un modelo organizativo muy cooperativo que en parte se mantiene», explica Ramón Ortega. Así, los que sabían leer enseñaban a un grupo por la mañana. Y estos, a su vez, transmitían lo que acababan de aprender a otros por la tarde. Por entonces, privados de otros medios, profesores y alumnos escribían con palos en el suelo.

Figura de referencia

Una vez en El Salvador, y gracias a los nuevos barracones, la situación comenzó a mejorar. En ello jugó un papel decisivo Catalina Montes, que se convertiría enseguida en la figura de referencia del proyecto, y de la Fundación, hasta su fallecimiento en el año 2011. «Caty se encargó de formar a 40 maestros de entre las personas que llegaron del refugio, logró que cursaran los estudios y que se les reconociera la titulación», explica María Calleja, que fue su mano derecha durante buena parte de la trayectoria de la fundación. Esos 40 maestros son aún hoy el motor educativo de la comunidad, los responsables de que se lograra la plena escolarización de los niños. Y allí siguen: ninguno se ha marchado. Su labor culminó hace dos años cuando la Ciudad Segundo Montes fue declarada oficialmente zona libre de analfabetismo. Todo ello fue posible también gracias al apoyo de la Fundación Segundo y Santiago Montes, que durante estos años ha construido, o reformado, cuarenta centros educativos.

El principal hito ha sido la construcción del Instituto Tecnológico Segundo Montes, el único centro universitario de aquella región. El proyecto ha contado con aportaciones del Fondo Catalán de Cooperación, la Junta, la Fundación Europamundo y el Ayuntamiento de Valladolid, entre otros. Inaugurado en 2012, el próximo año completarán sus estudios las primeras promociones formadas en estudios de Turismo y Hostelería, y en Ingeniería Civil (con especialidades de Construcción, Fontanería y Electricidad). Las titulaciones están pensadas para formar a profesionales que puedan atender las necesidades de su entorno, por ejemplo, la obra civil en la zona. Aunque la Fundación ha financiado durante años más de 600 viviendas, Ramón Ortega estima que todavía harían falta otras 2.000 para cubrir las actuales necesidades de los residentes. Al Instituto acuden a estudiar 125 alumnos, atendidos por una plantilla de 14 profesores. «La gente está encantada con el instituto y con lo que representa, pero es muy duro porque los planes de estudio son muy exigentes y los niveles escolares de El Salvador muy básicos», dice Calleja.

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