Borrar
Alfredo González, uno de los ocho mineros que se encerró en el pozo Santa Cruz (Santa Cruz del Sil) en 2012. / César Sánchez-Ical
Los pozos del desaliento
MINERÍA | LEÓN

Los pozos del desaliento

Los pozos Mariángela, Malabá y Santa Cruz fueron símbolos de la lucha minera con sus encierros y ahora, cerrados, son también ejemplo de la difícil supervivencia del sector del carbón

V. SILVAN (ICAL)

Sábado, 11 de enero 2014, 20:18

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Mariángela, Malabá y Santa Cruz. Tres pozos mineros en cuyas entrañas se libraron algunas de las todavía interminables batallas del sector del carbón por su supervivencia en forma de encierros, la más extrema y desesperada de las medidas a la que han recurrido los mineros para defender sus puestos de trabajo y su futuro. Tres pozos que fueron símbolos de la lucha minera y que, paradójicamente, ahora sólo están llenos de oscuridad y silencio, cerrados. Se han convertido en todo aquello contra lo que 'pelearon' en su día los mineros encerrados en su interior.

Esos trabajadores sienten impotencia y rabia al ver que su sacrificio, esos días 'enterrados' a varios cientos de metros bajo tierra y alejados de sus familias, no ha servido para que sus minas sigan abiertas y contemplan impotentes la deriva del sector y, consecuentemente, también de las cuencas mineras. La minería de interior desaparece a las órdenes del reglamento europeo que fecha su fin en 2018 y la comarca del Bierzo ya solo contabiliza tres pozos: Salgueiro de Uminsa, Solita y Bravo de Carbones Arlanza y Casares de Alto Bierzo, pendiente de su reapertura tras la concesión de cupo para este año.

El último encierro fue el de los trabajadores de Uminsa en el pozo de Santa Cruz del Sil (Páramo del Sil), que tuvo lugar en 2012 para protestar por los recortes presupuestarios que imponía el Gobierno al sector y que 'estrangulaba' aún más a las empresas, que seguían sin recibir las ayudas. 'Los ocho de Santa Cruz' entraron en la mina el 21 de mayo y -todos menos uno, que tuvo que salir antes por prescripción médica- volvieron a la superficie 52 días después para dar el relevo a otros cinco compañeros, que permanecieron encerrados otros 26 días. A la salida, solo decepción.

Uno de esos mineros del primer relevo de Santa Cruz fue Alfredo González, que teme que «en cualquier momento nos vemos con todos los pozos cerrados al ritmo que vamos». En su opinión, el Gobierno está intentando «por todos los medios» acabar con el carbón y, apostilla, «los empresarios se lo ponen también muy fácil». «Estamos muy desanimados», reconoce González, que recuerda que entró al encierro en Santa Cruz «con una meta y no fuimos capaces de llegar a ella, nada más salir ya nos hicieron la zancadilla y caímos todos».

Decepción a la salida

Y es que el ministro Soria se mantuvo «en sus trece» con los recortes al sector y el empresario Victorino Alonso les recibió a su salida con una propuesta de rebaja salarial y modificación de las condiciones de trabajo. De aquellos 52 días de encierro queda el recuerdo y la rabia de ver Santa Cruz cerrado y sus mineros trasladados a Cerredo (Asturias). Allí tiene el tajo ahora Alfredo, que reconoce que, a pesar de todo, tiene suerte de poder seguir trabajando porque, dice, es difícil encontrar un empleo en otro sector cuando vienes de la minería. «Te tiran ya en el reconocimiento médico, si no es la rodilla, es desgaste en el hombro y sino es silicosis», añade.

«Antes entrabas en la mina y parecía que ya tenías la vida hecha y ahora cualquier día podemos estar en la calle», lamenta este minero, casado y con dos hijos, al que se le cae el alma a los pies cada vez que pasa por delante de la entrada de la mina de Santa Cruz cuando baja a Toreno o Ponferrada. «Pensar que estuviste ahí encerrado, cómo luchó la gente y las manifestaciones que se hicieron, fue una movilización muy a lo bestia y que no consiguiéramos nada, nada, nada, absolutamente nada», afirma Alfredo.

Unos años antes, en 2005, el escenario fue otro: el pozo Malabá de Alto Bierzo, en Torre del Bierzo. Se trataba de una medida de presión más en el conflicto abierto con el Gobierno por el nuevo Plan del Carbón 2006-2012. Un encierro corto, en comparación con otros, que no llegó a la semana. «En aquel momento el Gobierno, por circunstancias que fueran, atendió a nuestra petición y dio marcha atrás en el planteamiento del que era el segundo Plan del Carbón, destaca Jaime Mayo, responsable sindical y uno de los miembros de ese encierro junto a otros cinco compañeros.

Ahora está prejubilado tras cumplir 23 años trabajando en la minería, 23 años en el pozo Malabá. «Toda mi vida en el mismo trabajo y en la misma mina, hoy es una utopía, es impensable», apostilla Jaime, que siente una «gran pena» al recordar todo lo que se ha luchado por mantener vivo el sector del carbón y comprobar que «la lucha está siendo infructuosa». «Intentamos que siga habiendo pozos, sobre todo por el mantenimiento del empleo y la supervivencia de las cuencas mineras», razona.

«Queda mucho carbón que sacar»

Y es que no entiende que la minería no interese en España cuando si interesa en otros países del ámbito europeo e internacional. Tampoco entiende que se cierren pozos que serían rentables ni que se eche la reja a las minas cuando aún hay carbón en su interior. «Hoy en día en España hay pozos que serían rentables y se están cerrando, desde mi punto de vista el pozo en el que estuve encerrado y en el que trabajé más de 20 años es rentable y tiene mucho carbón aún que sacar, y se va a quedar ahí», explica el responsable sindical de CC OO.

En su opinión el futuro es desalentador porque el fin de las explotaciones se traduce en el fin de los municipios mineros, que poco a poco se van quedando desiertos. Así, Mayo insiste en la rentabilidad de las empresas mineras porque los sueldos de los mineros en la actualidad «no son comparables a los de hace quince o diez años», que incluso algunos no llegan ni a mileuristas. «En los últimos años las producciones iban en aumento y se estaban disminuyendo el número de trabajadores y sus sueldos y hace unos años era lo contrario, había más empresas, más trabajadores y con sueldos más dignos, antes eran rentables y ahora no entiendo por qué no son rentables» , puntualiza.

Antes de esta movilización, las galerías de Malabá ya habían dado cobijo a un encierro en 1999, en el que precisamente había participado Eduardo González, el minero que tuvo que abandonar el pozo de Santa Cruz después de 18 días por una bronquitis. Unas protestas que no se repetirán a sus puertas, cerradas desde el año paso con la empresa del grupo Viloria en concurso de acreedores, que también clausuró el grupo Torre, dejando sólo activo Casares en Tremor de Arriba.

Y hay que ir casi veinte años atrás pera recordar otro encierro, el que en 1994 protagonizaron ocho trabajadores de Virgilio Riesco en el pozo Mariángela, en Santa Marina de Torre (Torre del Bierzo). Su movilización era para protestar contra la orden ministerial que dictaba su cierre ese año y que dejaba a toda la plantilla en la calle. Tras un duro mes de noviembre, lograron el compromiso del Gobierno de buscar una opción empresarial que garantizará la viabilidad de la minera y una «salida digna» para sus empleados.

Entre esos ocho mineros se encontraba un jovencísimo José Luis Antúnez, al que todos conocen como Fran, y que prácticamente era entonces un recién llegado a la mina, siguiendo los pasos de su padre, de su abuelo, de sus tíos. Se encerró para que Virgilio Riesco siguiera abierta y se conservaran los puestos de trabajo. «En ese momento se logró pero después la situación de la minería cambió, pasó lo que pasó, todo fue a peor y llegaron las subcontratas y los sueldos bajos», lamenta.

El desencanto

Como muchos otros se desencantó, era joven y probó suerte en la construcción, coincidiendo con el 'boom' del ladrillo. «No había nada que rascar, veía que todo iba a peor y había que buscarse la vida donde fuera», confiesa José Luis, que sigue viviendo en Santa Marina con su familia y ahora trabajando como conductor de una quitanieves en el puerto de Manzanal. Siente nostalgia al recordar lo que empujó a su padre a emigrar desde Portugal y tristeza al ver las calles del pueblo vacías, como la sombra de lo que un día fue.

«Se siente mucha nostalgia y pena, pero estoy aquí y hay que tirar para adelante y fuera, porque cuando miras para atrás te da mucha pena de todo lo que se ha perdido, es como cuando escuchas la canción de Santa Bárbara, se te encoge el alma», señala Fra'. Y es que algunos de sus compañeros en el encierro ya no están -Joaquín Augusto 'Quintero' falleció en un accidente de tráfico y Marino Jardino en la mina-, como tampoco está ya el pozo Mariángela, que bajó su reja en 2003.

Tres pozos, tres encierros y tres destinos distintos para tres mineros que son solo un pequeños ejemplo de decenas de pozos, de otros tantos encierros y de destinos de miles de mineros.

La Real Academia de la Lengua define la palabra desaliento como «decaimiento del ánimo, desfallecimiento de las fuerzas». Y esas son precisamente las horas que vive actualmente la minería, con sus mineros agotados e impotentes, sin saber ya qué hacer por evitar la 'muerte' de un sector en permanente agonía desde hace décadas y cuando sus 'armas' han resultado ser inútiles ante un futuro que no contempla otra opción más que el cierre. Su lucha se ha convertido en desaliento.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios