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Un joven salta la hoguera en la playa de Las Moreras. / Gabriel Villamil
VALLADOLID

San Juan bendice un fresco y abarrotado botellón en la playa de Las Moreras

Miles de jóvenes toman el céntrico parque para celebrar un solsticio que de verano tuvo muy poco

J. ASUA

Lunes, 24 de junio 2013, 19:28

A las siete de la tarde en Las Moreras mandaban las caras de resignación de cientos de padres cuarentones haciendo colas en los hinchables para que sus proles de peques rebajasen el nervio de bote en bote. Tres horas más tarde, la amorosa postura de los progenitores había dado paso a chisposos rostros juveniles dispuestos a darlo todo en la noche de San Juan. Es más que probable que hoy muchos de ellos hayan añorado haber seguido los pasos del santo decapitado y se arrepientan de tener la cabeza sobre los hombros, una testa atravesada, casi seguro, por clavos de importante calibre tras haberle dado a base de bien a la gasolina en formato 'cachi'.

La velada del solsticio de verano hizo poco honor al motivo de la celebración. Veinte grados de temperatura a primera hora de la noche, pero bastante engañosos por un aire norteño que recomendaba una chaquetita, al menos para el que suscribe. Sin problemas, los devotos de esta fiesta se encargaron de calentarse a medias entre las hogueras encendidas en la playa y los miles de litros de alcohol transportados hasta la ribera para brindar en un botellón multitudinario.

El asunto comenzó a tomar color sobre las diez de la noche. Ya estaba prácticamente confirmada la victoria de España sobre Nigeria y desde el río llamaba la juega. «Vamos para allá», parecía oírse en el ambiente mientras hordas de jóvenes tomaban posiciones en las laderas del céntrico parque para proceder a la mezcla de los mejunjes.

En el escenario más cercano al puente de Poniente, los Ultraviolet habían abierto la velada con los temas de U2. El relevo lo cogía Iron What?, una banda de tributo al grupo fundado por Steve Harris, cuyos temas heavys se mezclaban en el aire con el olor a fritanga de las decenas de puestos de hamburguesas, perritos, gofres y la clásica patata frita congelada al rico ketchup. Un espanto.

Un poco más allá, casi frente al embarcadero, convertido en centro de operaciones de los servicios de emergencia, el guitarreo era sustituido por la música electrónica en una carpa preparada para acoger a un nutrido ramillete de pinchadiscos, dispuestos a dar de bailar hasta altas horas de la madrugada. Ya en la chopera, los más veteranos tarareaban a los clásicos de verbena interpretados por la Orquesta Galeón «ay corazón bonito, corazón salvaje...» mientras en la 'zona autogestionada', bastión de los zurdos más contestatarios, los chicos del grupo A Mamarla hacían moverse a los jóvenes de cresta, rasta y pendiente. A media noche, se procedió al tradicional encendido de la hoguera central. Antes, en pequeños focos diseminados sobre la arena se habían quemado apuntes, renovado amores y adquirido compromisos de futuro en una noche que dicen que es mágica.

Para entonces ya se percibían los primeros síntomas de la alta graduación etílica entre algunos representantes de la chavalería. La fiesta acaba de comenzar, aunque como reconocía Óscar Fernández, un feriante clásico en este evento estival, pasaron aquellos años con el mostrador abarrotado despachando bocatas de panceta. San Juan nota la crisis y se pertrecha, cada vez más, a base de supermercado.

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