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Nadie quiere hablar, pero todo el mundo habla. Lo comentan. Se rodean de preguntas y de incógnitas aún sin respuesta, a la espera de que ... la Guardia Civil avance en la investigación. Antes de rematar las pesquisas, las elucubraciones son eternas en el alfoz de Zamora sobre el ataque mortal de una jauría de perros a Arancha Corcero, natural de Roales de Pan y de 27 años, en el camino de la Pollada, en el término municipal de La Hiniesta en la tarde del pasado martes.
Dos pueblos que desde el martes por la noche lloran la muerte de Arancha y que tienen ahora el temor de que ese dolor se transforme en rabia. En rabia centrada en la figura de Pedro, el dueño de esos perros y de las ovejas ubicadas en un terreno cercado con alambres a escasos metros del camino agrícola donde tuvo lugar el incidente. Dos municipios golpeados por el drama y en el que solo en uno, en Roales del Pan, se ve la bandera de España, junto a un crespón negro, a media asta. Es la escenificación del dolor para acompañar a la familia de Arancha y en la que, en ese mar de dudas, se inquietan para saber qué pasó ese martes. A escasos dos kilómetros de esa bandera, en La Hiniesta, lamentan lo sucedido pero «hay quienes brindan, sin cuestionarse los porqués, su apoyo a Pedro y a su familia»
48 horas después del trágico desenlace la meteorología muestra el sentir de los dos municipios. La lluvia, por momentos incesante, encharca más los caminos mientras el Seprona intensifica las labores de captura del cachorro, de unos seis meses, que desde el día del ataque merodea la zona sin ser capturado. Junto al despliegue de medios de la Guardia Civil, con al menos tres patrullas en la zona, se hallaba Pedro, quien se había trasladado a la zona con su Mercedes.
Llevan toda la mañana a la espera de darle caza hasta que al mediodía logran el objetivo, para que este, junto al resto de la jauría, sea trasladado al centro canino de La Yosa en Simancas a la espera de una orden judicial para, tal vez, ser sacrificados.
La captura del cachorro dejó la escena del crimen en un erial. Solo las roderas de los vehículos, que acumulaban agua con el paso de los minutos, mostraban el trajín de las horas previas. Las ovejas, como en esa fatídica tarde, volvían a quedarse solas. En esta ocasión sin la guarda de perros. Y así fue durante al menos una hora, tiempo en el que Pedro, abatido, volvió a su terreno.
David García
Alcalde de Roales del Pan
Acompañado de su mujer, el pastor regresó con un perro en la parte trasera del coche con el objetivo de volver a preservar su rebaño de ovejas. Encaró el camino agrícola de la Pollada con el coche para hacer una breve parada en paralelo a su finca. Fueron diez segundos de estacionamiento para seguir, a continuación, unos metros y maniobrar en la linde con otro terreno y colocar su vehículo en dirección a La Hiniesta. Tras bajarse, Pedro, ataviado con botas de agua, ropa de abrigo y gorra en un día nublado, deniega hacer cualquier tipo de declaración, pero no esconde su estado anímico bajo la lluvia. «Estoy muy mal», refleja contrariado, a la par que su mujer, que se asomó desde el asiento del copiloto, insiste «en que les deje tranquilos» ante una situación complicada que podría derivar en una posible imputación por homicidio imprudente. Todo eso será cuando la Guardia Civil remita al juzgado el informe final de la investigación.
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El encuentro duró un minuto escaso, el tiempo en el que el propio Pedro abrió la puerta trasera de su Mercedes para que el perro que transportaba arrancara, sin precisarle detalle alguno, camino del rebaño de ovejas. Detrás del can, Pedro siguió su estela.
Hasta que finalicen las pesquisas, esas preguntas seguirán en el seno de los dos municipios. Las mismas que se palpaban en Roales del Pan el jueves en mitad de las precipitaciones. Era poner el oído en el centro de cualquier conversación para darse cuenta de las dudas que rodeaban a los vecinos. Eso sucedía, por ejemplo, en el bar Tranca & Barranca. La camarera y clientes fuera de cámaras y de micrófonos comentan cómo es posible que sucediera un ataque a escasos dos kilómetros del pueblo.
Ricardo Casas
Alcalde de La Hiniesta
Lamentaban la pérdida de Arancha en los comentarios en una barra de bar para encerrarse en un hermetismo sepulcral si se les invitaba a mostrar el sentir de una forma más pública. El establecimiento hostelero era símil de todo el municipio. Las calles vacías por la meteorología barría a los vecinos de Roales. Tan solo la plaza 11 de Marzo de 2004, a escasos metros de la vivienda de Arancha, mostraba un mayor movimiento al ubicarse este jueves una furgoneta de fruta y verduras ambulante proveniente de Toro.
A ellos, tres trabajadores, con todos los vecinos que se acercan, les toca comentar lo sucedido. Pero al igual que el resto de preguntados prefieren evitar cualquier declaración pública. Muchos de ellos han visto crecer a Arancha y conocen perfectamente al pastor de La Hiniesta.
Tan solo el alcalde de la localidad recoge el testigo para dar la cara. David García escenifica el sentir del pueblo para agrandar la figura de Arancha. «Era un encanto, la hija que todos los padres quieren tener», apunta el regidor de un municipio de 1.000 habitantes antes de ser uno más en las hipótesis que discurren estos días por las mentes de los vecinos de Roales del Pan.
«¿Qué ha pasado para que los perros actuasen de esta manera? Vivimos rodeados de lobos y hace poco una lobada mató 80 ovejas en una zona cercana. Cuando pasa eso, los mastines se vuelven más agresivos y territoriales. Además, los perros, de la forma en la que se han ensañado, sabían atacar. Estaban adiestrados. ¿Dónde estaba el ganadero? Nadie tiene un perro peligroso. Hay que dejar a la Guardia Civil que haga su trabajo. Ahora tengo que intentar que a nadie le vuelva a pasar algo similar, ni de mi pueblo ni de cualquier otro. Esto es un infierno en la tierra», lamenta el regidor de Roales.
Zonas para el cultivo, caminos agrícolas y la creación de dos huertos solares en la zona. Era el paisaje por el que caminaba y hacía deporte Arancha el día del ataque de la jauría. Se encontraba a más de dos kilómetros de su vivienda en Roales del Pan cuando fue presa de los canes. Una zona más transitada en verano, pero que estos días muestra las decenas de trabajadores que instalan paneles solares en lo que hasta hace nada eran tierras para la siembra. Todo ello con la cercanía del Camino de Santiago de la Plata.
Reflexiones en voz alta que se entremezclan con «habladurías». «Lo que de verdad me enfada son todos aquellos que han salido diciendo que han vivido episodios similares en la misma zona. Si es así, ¿por qué no lo dicen antes? ¿por qué no lo comunican?», se pregunta David García para centrar sus empeños en que la historia no se repita, a la par de la necesidad de estar cerca de la familia de Arancha.
Porque la realidad en La Hiniesta cambia. El hermetismo es el mismo. No quieren hablar de forma pública, pero al dolor de una pérdida humana ante el suceso se añade el de ver a un vecino dolido. Rebaten todo tipo de sospecha que incrimine a Pedro para decir que no había más denuncias (existe una de hace más de un lustro sin ser los mismos perros) y que la zona donde sucedieron los hechos no hay lobos para descartar la hipótesis de que esas semanas estuvieran más agresivos.
En pequeños corrillos hablan de que en este suceso existen dos víctimas: la propia Arancha y el pastor, que tendrá que vivir con lo sucedido toda la vida. Su alcalde, Ricardo Casas, prefiere no hacer declaraciones y se remite al comunicado que se lanzó durante esta semana en el que se manifiesta el «profundo pesar por el trágico suceso que ha conllevado a la muerte de la joven vecina de Roales», además de «acompañar a la familia del pastor que está destrozada por lo acontecido».
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